Cómo es la vida hoy en los colegios pupilos del país
Las experiencias de padres, alumnos y docentes que hablan sobre esta modalidad educativa que aún sobrevive; por qué se elige mandar a los hijos a este tipo de colegios
"Mis papás se querían morir cuando les pedí ser pupila", dice Magdalena, ahora ya de 21 años, egresada hace cuatro delSt George´s College de Quilmes. Tenía once y estaba por empezar séptimo grado, sólo quería estar con sus tres amigas íntimas, que dormían en el colegio. Ella cuenta que trató de convencer a sus padres explicándoles que para ella era un problema levantarse a las cinco y media para esperar la combi, que recién la devolvía a su casa a las siete de la tarde y que le resultaba "divertido" probar.
Su papá nunca aceptó la idea, pero su mamá se convenció después de hablar con un profesor de su hija. "Me dijo que confiara en el colegio, que iban a sacar lo mejor de Maggie y que la iba a ver feliz", recuerda Mariana. Esas palabras y un episodio de inseguridad vivido poco tiempo antes -habían secuestrado a su marido- la convencieron de que el pedido de su hija no era alocado. "Era más seguro que Maggie no fuera y volviera todos los días a casa, así que pese a todas las críticas de mi familia y a que lloré mucho cuando sola la fui a dejar, porque mi marido no quiso acompañarme, supe que era la decisión correcta".
Magdalena tampoco olvida ese primer día. Un domingo de lluvia hizo la mudanza a la casa de pupilas (boarding, como la nombran en el colegio bilingüe). Entró en el "living" de la casona; ninguna de sus amigas se había quedado ese fin de semana así que sólo tuvo la compañía de una de las "guardianas", como llaman a las adultas que cuidan de las pupilas. "Esa noche no me pude dormir", recuerda. Ya al día siguiente, cuando la llamaron a las siete como para estar lista en su clase de las 8, revivió con sus amigas, a las que considera sus hermanas. Con ellas compartió seis años de clases, de tardes de running, de tereré en los jardines, de películas o conciertos en el salón, de cumpleaños y hasta alguna penitencia.
Los colegios pupilos como el St George Collegetuvieron su esplendor en la Argentina a mediados del siglo pasado. Ahora, con regímenes más permisivos (la mayoría de los internados se queda en el colegio de lunes a viernes), el pupilaje sigue siendo una opción por la que muchos optan. Algunos lo eligen para tener más controlados a sus hijos, otros para asegurarse una educación en ciertos valores, o por tradición, o para tener garantías de excelencia académica, también por el dominio de la cultura y el idioma inglés, para que adquieran disciplina militar apuntan los padres y expupilos que hablaron con LA NACION sobre esta modalidad educativa.
PUPILO RURAL
Cuando Mario Cerutti vivía en el campo, en el sur de Córdoba, sus padres decidieron que él y sus cuatro hermanos harían el secundario con el régimen de internado en la escuela agrotécnica salesiana San Ambrosio. "Me llevaron ahí. Entré en marzo y no volví hasta Semana Santa. De ahí, a vacaciones de julio, luego para el día de la madre y Navidad", repasa el régimen que cumplió desde los once a los dieciocho años. "Eran 30 ó 40 días que no volvías a tu casa. Al principio me costaba sobre todo porque extrañaba a mi mamá y no había preceptoras, sólo hombres", recuerda.
Eran 30 ó 40 días que no volvías a tu casa. Al principio me costaba sobre todo porque extrañaba a mi mamá y no había preceptoras, sólo hombres
Luego se fue acostumbrando y los salesianos pasaron a ser su familia de amaneceres tempranos y largas jornadas de estudio, trabajo y deporte. Ordeñaban vacas, manejaban cosechadoras, aprendían a preparar queso, dulce de leche y pan casero (que luego comían ellos y también comercializaban), además de las clases teóricas de cualquier agrotécnico. "Cuando tuve que ir a la universidad no me costó para nada el régimen de estudio, porque ya tenía el hábito incorporado. Teníamos nuestra hora de estudio en silencio antes de la cena y a las diez y media de la noche estaba mosca todo el mundo". Dice que tampoco extrañó a su familia cuando se fue a estudiar Veterinaria. "Veía a compañeros míos, grandotes de 18 años, que extrañaban. Eso no me pasó nunca", dice. Su amor por el colegio y por la docencia lo llevó a quedarse como profesor en la escuela, donde también manda a sus dos hijos varones.
Al cabo Daniel Limachi fue su mamá, personal civil del ejército en Salta, la que lo incentivó para que estudiara como pupilo en el Liceo Militar en Buenos Aires. Sin mucha opción, emigró desde el norte a cursar el secundario a 1500 kilómetros de su casa. "Y.se extraña. No es fácil de tolerar", dice. Ahora, como suboficial oficinista en elColegio Militar, informa que hay 1368 cadetes pupilos estudiando la licenciatura en Enfermería o Cadete de armas. La demanda de interesados es sostenida y cada año algo más de mil jóvenes son evaluados como aspirantes. "En mis épocas de pupilo alquilábamos un departamento con otros chicos como para pasar ahí el fin de semana porque no nos podíamos ir a nuestra casa: no nos daba ni el tiempo ni la plata", dice.
Cuando relata la rutina que tienen los pupilos en el Colegio Militar recuerda la propia en el Liceo. Hay que levantarse a las 6, desayunar, estudiar, almorzar y por la tarde instrucción militar: práctica de desfile, uso de armamentos y movimientos básicos. De 18 a 20 es el período de descanso -pueden hablar con sus compañeros, usar celulares o computadoras, ver televisión- hasta que se sirve la cena. Les ordenan las actividades para el día siguiente y a dormir, nunca después de las 22.
CUESTIÓN DE AFECTO
La doctora en educación e investigadora de Conicet Silvina Girtz señala que cuando un chico tiene familia, incluso monoparental, lo recomendable es que no se delegue la crianza en la escuela. "Para crecer bien a los chicos no sólo hay que educarlos en temas académicos sino también darles mucho afecto. Por eso la familia es un pilar central", señala. Aclara que no es una crítica a los tutores de los colegios pupilos. "Quizá los tutores den todo el cariño que pueden, pero no es el mismo vínculo el que puede establecer con la familia que en un colegio pupilo", contrasta. Su consejo siempre es "menos institución y más familia".
La psicóloga Eva Rotenberg, autora del libro Hijos difíciles-padres desorientados, coincide en que la situación ideal es la de los hijos que diariamente regresan al hogar a encontrarse con sus padres. Pero esto no siempre es así. "Para muchas familias los colegios pupilos son una 'solución' ya sea porque han perdido autoridad y creen que ésta será la última oportunidad de encarrilar a sus hijos o porque deben trabajar o porque simplemente no tienen paciencia", comenta.
El director (headmaster) del St George, Derek Pringle, 57 años, recibe a LA NACION en la casa en la que vive dentro del predio del colegio. La puerta vidriada de su oficina da a una galería también vidriada; al final, un asador; más allá, el parque verde. En un español aprendido hace 30 años, pero que nunca será su original inglés, explica que está de acuerdo en la importancia de la familia, pero su experiencia frente a este colegio británico le muestra que cada vez son más las familias desintegradas. "Muchos padres de nivel socio económico alto creen que comprando cosas para sus hijos es lo mejor que pueden hacer por ellos. Entonces ellos tienen en su cuarto pantallas gigantes, ipod, laptop pero no comen juntos, no conversan. Son los casos en los que en vez de reproducir la situación familiar es en el colegio la primera vez que les damos un ambiente hogareño". De todos modos, los pupilos son minoría en la escuela que dirige: 50 sobre una matrícula de 840.
Reconoce como un desafío dar el soporte afectivo para los pupilos. "Los que acompañan lo hacen lo mejor que pueden pero no pueden estar todo el tiempo con cada uno. Es más problemático con los varones que con las chicas, porque ellos al ser varones no hablan de sus sentimientos. Entonces uno les dice: ¿Estás bien? Sí, sí, estoy bien. Pero eso no quiere decir que estén bien".
A dos de las nenas, todas las noches las despido con un beso y un abrazo. Al tema del cariño lo manejo según la receptora. Hay chicas más independientes y otras más mimosas. Si me piden un abrazo lo van a tener, pero yo no soy cargosa
"Hello, miss!", responden los alumnos al saludo de una administrativa en un pasillo cercano a la recepción. Viviana Pérez, a cargo de las admisiones y de las chicas pupilas, vive en el predio de 27 hectáreas de este colegio de más de cien años que alberga desde jardín de infantes hasta estudiantes secundarios y que tiene, además, canchas de distintos deportes (incluido el cricket), piletas de natación, gimnasio, comedor, sanatorio, capilla, auditorio, bar. "Es como un country", bromea. Explica el concepto de la escuela y dice que deja afuera a familias que confunden el pupilaje con un castigo; tampoco reciben a chicos que no quieran estar allí. "La idea es que el pupilaje les dé una cierta independencia pero supervisada para cuando tengan que salir a la calle, a la universidad", dice.
El perfil de alumnos es el de hijos de empresarios, abogados, médicos, agropecuarios con alto poder económico. Hay familias del interior del país, también de otros países que están por trabajo en la Argentina o que por sus ocupaciones se trasladan con frecuencia y prefieren que sus hijos tengan un lugar de pertenencia en el colegio. "A dos de las nenas, todas las noches las despido con un beso y un abrazo. Al tema del cariño lo manejo según la receptora. Hay chicas más independientes y otras más mimosas", dice. "Si me piden un abrazo lo van a tener, pero yo no soy cargosa".
Viviana dice que uno de los momentos que más disfrutan las chicas es la merienda en la casa. En la heladera comunitaria hay varios paquetes de pan lactal, una decena de yogures y un dulce de leche de un kilo. "Ellas se preparan sus tostadas, su té, conversan todas juntas", dice. Viviana también comparte el fin de semana con las que se quedan: van al cine, a tomar un café o al centro comercial de Avellaneda. "Un fin de semana que nos quedamos con una nena solas llevamos al gato al veterinario, es un gato que encontró una de ellas y está ciego. Lo re quieren las nenas".
La directora del colegio primario Divina Pastora,Rita Darrechón, un colegio pupilo que aloja a alumnos de riesgo socio-educativo, dice que el intento es "ser una familia de 112 personas". El colegio está a 26 kilómetros de Miramar, 8 de los cuales son por tierra. En algunos casos son hogares pobres, con padres ausentes o que viven violencia doméstica. Además de las clases, los chicos tienen talleres de danza, huerta y cría de gallinas. Darrechón reconoce que se apoyan en la formación religiosa para acompañar a los chicos: la jornada de enseñanza de ocho horas se amplía con una de catequesis y la asistencia obligatoria a una misa semanal.
El rector de la escuela agrotécnica de San Ambrosio, Juan José Miras, también encuentra un sostén en la religión. "Acá conviven jóvenes de las familias más desfavorecidas con otros de familias ricas, hijos de peones y de estancieros. Se trabaja la vida comunitaria de igualdad ante los ojos de Dios, es una mirada de convivencia armónica", dice. El colegio tiene capacidad para 170 varones pupilos, todos los años está completo el cupo y los inscriptos cada primer año duplican la cantidad de lugares disponibles. Dos grandes salones con 80 camas son las habitaciones que se ocupan de generación en generación desde 1953.
VOLVER A CASA
"Una de las cosas que extrañaba al principio era la privacidad. Iba al baño y todos te escuchaban", cuenta Maggie. "Después se me fue la vergüenza y pude vivirlo como en una familia". Los baños de las chicas recuerdan a los de un camping, aunque bien cuidado y con cortinas en tonos de rosa. Arriba de la pared divisoria de las duchas, el pote de champú de cada pupila identifica su box. Frente al gran espejo en los lavatorios hay un empotrado con estantes asignados a cada una: allí pueden verse sus cepillos de dientes, la pasta dental, alguna crema de manos.
Maggie vuelve a decir que está "hiperagradecida" por los afectos y por el nivel académico del colegio. Para su mamá, Mariana, también es importante escuchar a su hija contenta. "Ese domingo que la dejé a Maggie, cuando nos estábamos despidiendo, abrazándonos muy fuerte y llorando las dos le dije: 'Si fue la decisión correcta, algún día hacémelo saber, por favor. Y, si me equivoqué, también'. Cuando terminó el colegio estábamos yendo al boarding para buscar su equipaje, me abrazó y me dijo: 'Mami, gracias por haberme dado la oportunidad de ser pupila. Fui la persona más feliz del mundo en este colegio". Para Mariana fue importante vivirlo y, ahora, contarlo..
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