miércoles, 22 de agosto de 2012


 

Fallidos códigos de ética

Sebastián Lacunza reflexiona sobre la vigencia de los códigos de ética y ensaya propuestas alternativas.

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Por Sebastián Lacunza *

Una mención de Cristina Kirchner a la necesidad de una ley de ética periodística devolvió a la superficie el debate sobre deontología profesional. Descartada como analizable la riesgosa hipótesis de que el Estado legisle sobre el tema, se presenta la oportunidad de analizar la utilidad de códigos de ética dictados por empresas, colectivos o sindicatos, definidos como autorregulatorios.

A la luz de experiencias nacionales e internacionales, podríamos concluir que la incidencia de esos textos es inversamente proporcional a la ambición contenida en sus postulados. A mi juicio, por dos motivos centrales.

1. Buena parte de lo prescripto son cuestiones evidentes, de las que antes que los códigos de ética se ocuparon los códigos penales y civiles.

2. Los aspectos más debatibles y menos (o no) judicializables forman parte de una letra que se torna inocua en momentos críticos, o que se presenta tan rígida que no contempla realidades que merecen consideraciones diferentes.

Sobre el primer punto, resulta obvio que ningún texto que fije pautas de comportamiento para periodistas se arriesgará a contradecir un ordenamiento jurídico democrático. Plagiar, mostrar el rostro de un niño sin permiso, violentar la intimidad, espiar a las fuentes o a colegas, agraviar a una minoría o inventar un testimonio motivan sanciones judiciales o administrativas de distinto grado.

En cuanto a los aspectos más debatibles e interesantes, muchos artículos, lejos de “orientar” comportamientos (la opción de mínima que los defensores de códigos de ética suelen enarbolar), terminan condenando a periodistas que ejercen la profesión en condiciones desventajosas, mientras permiten a quienes manejan más dinero, poder y relaciones sortear todo incumplimiento formal.

Varios son los ejemplos acerca del punto de fuga a la hora de la verdad, cuando las prescripciones de los códigos se tornan inocuas. Uno notorio se dio en Estados Unidos, donde todo medio de calidad que se precie de tal enarbola su código de ética, pero ello no evitó que The New York Times (NYT) o The Washington Post (WP) actuaran como vehículos de la falsa versión de George W. Bush sobre las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. En consecuencia, en 2002-2003, en la nada quedaron el doble chequeo de datos, el off the record sólo como excepción y la debida distancia con las fuentes, un “abc” de las autorregulaciones.

Los ejemplos también recorren Europa. Periódicos referentes han evidenciado en años recientes bruscos cambios de postura en función de las alianzas políticas y económicas de sus empresas editoras, atenuados recién cuando se quejaron los lectores. Se trata del famoso contrato de lectura, antes que de cualquier otra cosa, y que también llevó al NYT y al WP a encabezar más tarde el esclarecimiento de las mentiras del Pentágono sobre Irak.

No todo son grandes trazos editoriales que llevan por delante pretenciosos artículos. Por caso, los códigos suelen dedicar uno o varios puntos a prohibir que los periodistas se ocupen de conseguir pauta publicitaria.

Este principio así declamado cabe tanto a los periodistas que trabajan, por ejemplo, en Goya o Berazategui, como a los rostros más conocidos e influyentes de Buenos Aires. De acuerdo con la norma, los primeros se verían forzados a lograr uno de los pocos puestos formales que se ofrecen en sus ciudades o a resignarse a abandonar la profesión, ya que en cierta parte de la Argentina, el acceso a un micrófono o a una página va atado a conseguir el auspiciante.

Por el contrario, editores reconocidos tendrán siempre a mano ofertas de productoras para gestionar los más variados formatos para multiplicar sus ingresos (boletines, asesorías, charlas, etc.) y que les permitirán salvar todo incumplimiento en las formas. Dicho esto, abundan ejemplos de periodistas que se desempeñan en mercados reducidos y abusan al amparo de la “necesidad” de conseguir avisos, así como de importantes editores que escapan a maquillajes para hacer negocios.

Hace dos años, dado que tiempo atrás corredacté un código de ética, le pregunté al colombiano Javier Darío Restrepo, experimentado editor y experto en deontología, si estos textos no estaban condenados a transformarse en ornamentos. Me respondió que ello podría ocurrir, pero que, aun así, serían útiles como un “faro” orientativo. Si ése es el objetivo, cabe preguntarse entonces si no son mucho más convenientes y sinceras breves declaraciones de principios que den cauce a un medio o a un colectivo, antes que detallados artículos destinados a ser burlados.

Por lo demás, una mejor formación de los periodistas, la desconcentración del mercado, medios públicos ejemplares, instituciones como el defensor de las audiencias, controles cruzados, decálogos breves, sindicatos activos y algún tipo de derecho a réplica aparecen como herramientas genuinas que contribuirían a cometer menos pecados.

* Periodista en Ambito Financiero y docente en UCES.

@sebalacunza

MEDIOS Y COMUNICACION

La doble lucha capital

Martín López Lastra discute sobre la relación entre dos mundos, el jurídico y el periodístico, a partir de la cobertura de los hechos judiciales.

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Por Martín López Lastra *

El análisis sobre cobertura periodística de hechos judiciales es atractivo a la hora de bucear en un profundo océano de explicaciones. Aquellas que nos acerquen a las causas de una relación problemática y hasta ciclotímica –con momentos de cooperación y conflicto– entre dos mundos tan disímiles como el jurídico y el periodístico.

Al confrontar a estos mundos en su forma de mirar y pararse frente a la realidad –orientándonos hacia una dimensión epistemológica–, tomamos de Pierre Bourdieu la categorización de éstos como “campos”, en tanto redes de relaciones entre sujetos con una actividad, formas de ser y de actuar en común y que, a su vez, defienden esa mirada o producción de sus saberes y prácticas hacia el gran campo social. La forma de interpretar y generar prácticas que identifiquen al campo la da el agente con su “habitus”.

Entre campos hay una competencia por obtener “capital” o reconocimiento social. Y hay una gran lucha de los agentes que los componen por el dominio o máximo reconocimiento dentro del propio campo.

Se da así esta doble lucha por el capital. En nuestro caso, entre lo jurídico y los medios y en el interior de cada uno de esos campos enunciados.

Bourdieu avanzó sobre una interpretación del capital que va más allá del enfoque marxista. Superó una visión meramente economicista. Admitió una lucha de clases en un campo determinado ante una distribución desigual de capital. Pero, a diferencia del teórico alemán, Bourdieu nos habla de capital simbólico o “energía física de lo social”. Una categoría general que incluye al capital económico, pero también cultural y social. Hacia el interior del campo, sus agentes se disputan la mayor parte del capital en sus diferentes especies y volúmenes. Es una dinámica permanente, porque entienden que ése es el objetivo que está en juego (en jeux).

Advertimos, para el campo jurídico, su estratificación en instancias judiciales, abogados de distinta experiencia, trayectoria e ingresos y la descripción podría continuar. En el periodístico, también se pueden observar jerarquías y responsabilidades asignadas a periodistas en empresas y distintos reconocimientos por investigaciones realizadas o primicias obtenidas.

En términos de disputa por el gran capital simbólico, hay quienes aportaron sus visiones sobre cómo ambos mundos disputan el capital ante el campo social, entendido como prestigio o legitimación.

El prestigio del campo jurídico podríamos resumirlo en aquel pensamiento del recordado Oscar Landi cuando resaltaba el valor del juez como el gran ordenador de “una sociedad desquiciada”. Esta idea se resaltó en los ’90 y en el contexto de una de las tantas crisis económicas e institucionales como la de 2001, donde se rescató el valor de la Justicia como la última palabra en materia de legitimación del orden social.

Ahora, una gran mayoría, compuesta tanto por jurídicos como por “profanos” (como Bourdieu calificó a los ajenos al Derecho) coinciden en la gran función de los medios como vectores indispensables del principio de publicidad de los actos judiciales. Concepto nacido desde lo jurídico y aprovechado por los medios para justificar su derecho de mayor acceso a la información judicial institucional.

Esta asignación positiva hacia los medios tuvo su reconocimiento expreso por hombres jurídicos. Valga el ejemplo de Carlos Fayt, quien en el libro La omnipotencia de la prensa los califica hasta políticamente como defensores u “Ombudsman” de la opinión pública.

A modo de conclusión, la competencia entre ambos mundos por el prestigio o capital simbólico ante lo social se daría en la disputa por el relato.

Sin entrar en discusiones filosóficas sobre la lucha por la verdad, al menos, se desarrolla una competencia por el relato con mayor verosimilitud ante episodios en investigación y juzgamiento.

El mundo jurídico, más encorsetado, lo realiza con un sustento desde un pacto social que le propone reglas de juego rígidas, pero previsibles a los efectos de asegurar derechos. El mundo periodístico, aprovechando las puertas que le da la garantía de un mayor acceso a la información, rediseña, actualiza y enriquece su juicio paralelo.

La idea del juicio paralelo no es nueva, pero provoca nuevas sensaciones y discusiones acerca de si debe concebirse sólo como control del Gobierno, en este caso de la Justicia institucional, o como un nuevo servicio atractivo para ofrecer a sus respectivos mercados.

* Licenciado en Comunicación Social UNLP. Autor del libro Venganza de los profanos.

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