viernes, 7 de junio de 2013

plano americano

‘Plano Americano’ de Leila Guerriero: 21 perfiles de creadores latinoamericanos (y un español) – Entrevista

La cronista argentina Leila Guerriero –autora de Frutos extraños y Los suicidas del fin del mundo- acaba de publicar, bajo el título de Plano Americano, veintiuno de sus mejores perfiles de escritores, músicos, artistas plásticos y otros creadores de América Latina y España.
Son 407 páginas empastadas en azul celeste, en medio de las cuales el poeta chileno Nicanor Parra “es un hombre, pero podría ser otra cosa: una catástrofe, un rugido, el viento”; el argentino Rodolfo Enrique Fogwill, además de un excéntrico escritor de culto, “el hombre que fabrica su propia granola”; el español Juan José Millás, el que “guarda las cenizas de sus padres en un armario”, y el casi mitológico Roberto Arlt, uno para el que “su curiosidad era una taquicardia, un magma, una atrocidad, una locura, una laceración”.
Portada - Plano americano
Porque, así como se lee, aparte de la novedad que representan 21 perfiles de Leila Guerriero bajo un mismo lomo, autoeditados “hasta la náusea”, el volumen incluye un perfil inédito de Roberto Arlt, el autor de El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas, o las célebres Aguafuertes porteñas, en las que retrató sobre todo la vida callejera y barrial de Buenos Aires en la primera mitad del siglo XX. Es el perfil más largo escrito por Leila hasta la fecha, porque “para eso están los libros”, como le dijo Matías Rivas, director de Ediciones Universidad Diego Portales y gran provocador de esta antología.
Todos ellos, perfiles escritos en “plano americano”: ese tipo de plano visual que constituye ”una aproximación intermedia y más realista”:
“El tipo de aproximación al que uno puede aspirar en los perfiles: ni tan intrusiva como un primer plano, ni tan vaga como un plano general”.
El criterio para la selección fue simple: “Son textos en los que me reconozco”, dice, convencida de que “la escritura tiene una fecha de vencimiento, como el yogur”. Por eso dejó fuera sus trabajos de los noventa y los primeros años de este siglo y reunió sólo lo mejor de los años recientes.
Aparte de eso, varios de los perfiles incluidos se presentan ahora en versión extendida: “Versiones preexistentes que, simplemente, reservaba hasta tener la ocasión de publicarlas completas, y el libro fue esa ocasión”.
Hablamos con ella y esto dijo:

LA ENTREVISTA

¿Cuál es la historia de Plano Americano, iniciativa tuya o te lo propusieron?

La idea fue de Matías Rivas, director de Ediciones Universidad Diego Portales. Yo estaba trabajando en una antología para la editorial, llamada Los malditos (que reunió perfiles de escritores malditos latinoamericanos), cuando Matías me lo propuso. Supongo que se dio cuenta de que yo llevaba años entrevistando gente y que, entre esa gente, aunque no sólo, había muchos escritores, fotógrafos, artistas plásticos, músicos, y me dijo algo así como “¿Por qué no hacemos un libro que reúna sólo perfiles de esa gente: escritores, fotógrafos, pintores, músicos. ¿Quieres?”. Y yo quise. El proyecto se demoró porque queríamos que tuviera un texto inédito, que fue el de Arlt, y que  me llevó muchos meses.
¿Cómo fue volver a leer tus propias crónicas? ¿Tuviste la tentación de cambiar muchas cosas, o te sentiste a gusto con lo que viste?
A mí siempre me complica volver a leer mi trabajo. De hecho, pocas veces lo leo cuando sale publicado. Y sigo creyendo que la escritura tiene una fecha de vencimiento, como el yogur, y que uno difícilmente se reconoce en textos demasiado antiguos. Entonces supe desde un principio que, aunque tenía muchísimos perfiles de escritores, fotógrafos, etcétera, publicados en los noventa y en la primera parte de este siglo, ni siquiera los iba a revisar para evaluar su inclusión, porque yo ya no me reconozco en esa escritura, y modificar radicalmente un texto de esos años es como modificar el trabajo de otra persona. Los textos que se incluyeron son textos en los que me reconozco. Yo todavía soy la persona que, para bien y para mal, escribe así. Y no, no toqué nada. Sólo referencias temporales o de contexto, y alguna nota al pie para aclarar que después de tal fecha tal autor había publicado tal otro libro.
¿Algún otro cambio entre las versiones originales y las que se incluyeron en el libro?
Hay varios textos que fueron publicados originalmente en versiones más cortas, por cuestiones de espacio, y que en el libro pudieron desplegarse en versiones más largas. Pero no escribí esas versiones para el libro. Eran versiones preexistentes que, simplemente, reservaba hasta tener la ocasión de publicarlas completas. Y el libro fue esa ocasión.
¿Trabajaste con un editor, o fue un trabajo de autoedición?
Fue un trabajo de autoedición, de modo que cualquier metida de pata es mi culpa. Y la revisión final la hizo Milagros Abalo, que es un verdadero milagro y puede detectar cualquier pifie.
Cuando uno hace un perfil debe saber que, por más tiempo que estemos con alguien, por más veces que lo veamos, por más que le preguntemos mil cosas y conversemos hasta con sus mejores amigos y enemigos, nunca llegaremos a saber, de ese alguien, todo. La aceptación humilde de esa ignorancia es el plano americano: una distancia intermedia.
¿Qué aprendiste de vos misma en el proceso de edición, y en qué creerías que se modificará tu trabajo en adelante?
Me encantaría decirte cosas como “Creo que ahora soy mejor persona”, “Escucho más a mi yo interior”, o “Después de este proceso soy un poco más paciente”. Pero no. Lo siento. Por una parte, siempre he hecho eso: autoeditarme hasta la náusea. Para eso dejo reposar los textos varios días, vuelvo sobre ellos una y otra vez, los examino con lupa. Por otra, creo que uno aprende más editando el trabajo de otros que el de uno mismo. Lo que realmente hace que te aprietes las clavijas a vos mismo es el proceso de editar a otras personas porque, a la hora de volver sobre tu texto, sos más implacable. Si le sugerís a un autor que intente ser más claro o más preciso o menos rígido en determinada parte de un texto, después, cuando estás ante un trabajo tuyo, no podés exigirte menos.
Contanos la historia del título
La idea del título remite a dos cosas. Una, a que el plano americano es un plano de aproximación media: ni un primer plano invasivo, ni un plano general que da una visión poco íntima. El plano americano es una aproximación intermedia y más realista. Y ese es, creo, el tipo de aproximación al que uno puede aspirar en los perfiles: ni tan intrusiva como un primer plano, ni tan vaga como un plano general. Cuando uno hace un perfil debe saber que, por más tiempo que estemos con alguien, por más veces que lo veamos, por más que le preguntemos mil cosas y conversemos hasta con sus mejores amigos y enemigos, nunca llegaremos a saber, de ese alguien, todo. La aceptación humilde de esa ignorancia es el plano americano: una distancia intermedia.
La otra idea que subyace –porque todas las personas que aparecen, menos una, son americanas- es la de una cartografía, muy personal, de los rumbos de la gente que hace cosas -que escribe, que saca fotos, que pinta- en Iberoamérica.

EL CASO ARLT (Y UN TEMBLOR DE TIERRA)

Fragmento Perfil Arlt

Sobre el perfil de Roberto Arlt, ¿qué tanto sabías de él antes de escribirlo?

Uno nunca sabe de nadie tanto como sabe después de escribir un perfil. Lo que no significa que, después de escribir un perfil, sepa todo de esa persona. Pero sí debe sentir que lo sabe todo. Yo sabía algo de Arlt, porque lo había leído mucho, sobre todo su trabajo periodístico, y admiré siempre no sólo ese estilo absolutamente único, inimitable, que fundó una manera, sino su mirada. Él escribió durante años una columna en el diario El Mundo. Era una columna diaria, que se basaba, sobre todo al principio, en su capacidad para salir a ver y volver para contar. Ese trabajo, que puede parecer sencillo, es un trabajo demencial. Cualquiera que escriba una columna en un diario o una revista sabe que encontrar una historia, un punto de vista, día tras día, durante años, es casi imposible. Pero, más allá de conocer su trabajo, de su vida sólo tenía datos más bien sueltos y muchas veces equivocados, como pude comprobar después. El imaginario que circula en torno a Arlt es el de que fue un escritor postergado, bohemio, desordenado, disipado, no reconocido. En realidad, parece haber sido una bestia de trabajo, un tipo con una voluntad y una fuerza descomunales, que tuvo una popularidad impresionante como periodista y muy buenas críticas en la prensa, sobre todo de sus primeros libros.

Me impresionó ver su curiosidad monstruosa, la enorme cantidad de obra que produjo en apenas un par de décadas, su capacidad para llevar esa mirada que sabía aplicar tan bien sobre Buenos Aires a sitios tan diversos y lejanos como Chile, la Patagonia, España o África.

¿Qué otros hallazgos sobre su vida y obra te sorprendieron especialmente?
Creo que lo primero fue lo que te mencionaba antes: el divorcio que había entre la imagen que se ha construido de Arlt, y lo que Arlt parece haber sido. En este punto, fue de gran ayuda un libro estupendo de la argentina Sylvia Saítta, llamado El escritor en el bosque de ladrillos, una biografía de Arlt que, desde el arranque, habla de todas las falsas pistas que él mismo parece haberse dedicado a esparcir. Cambios de nombres, de fechas de nacimiento, de circunstancias. Ese divorcio entre la realidad, y la realidad tal como él la percibía o elegía contarla, continuó a lo largo de toda su vida. Sus libros casi siempre recibían críticas muy buenas (pero él se quejaba todo el tiempo de que nadie le hacía caso). El diario donde trabajaba lo tenía como estrella absoluta, y le pagaba bien (pero él se quejaba de que nunca tenía dinero). También me sorprendieron algunas cuestiones relacionadas con su trato con las mujeres (era sumamente discreto al respecto, pero parece haber sido un hombre de gran éxito y, a la vez, muy complicado para manejar los afectos), y ver cómo, en su hija Mirta, se replicaba esa especie de inteligencia rabiosa, implacable, esa saludable impiedad con el género humano que era muy de Arlt. Pero la sorpresa mayor fue, otra vez, lo que te decía antes: ver que no era un tipo disipado y bohemio, sino un trabajador bestial, y un hombre de una fuerza y una seguridad en sí mismo absolutamente aterradoras. Y después, bueno, muchísimas fabulosas, tenebrosas y estremecedoras coincidencias que sería muy largo de contar.
¿De su faceta de periodista qué te emocionó o impactó, que no supieras?
Roberto Arlt. Foto: Wikicommons.
No es que no lo supiera, pero al poner en contexto algunas cosas, también se les toma realmente el peso. Me impresionó ver su curiosidad monstruosa, la enorme cantidad de obra que produjo en apenas un par de décadas, su capacidad para llevar esa mirada que sabía aplicar tan bien sobre Buenos Aires a sitios tan diversos y lejanos como Chile, la Patagonia, España o África. Y, sobre todo, ver cómo se volvió periodista de una forma casi natural, como si hubiera nacido haciendo eso. Inventó un método, inventó una mirada, inventó una forma de ver y de contar. Nadie le dijo “Señor Arlt, usted lo que tiene que hacer es ir a la esquina de tal y cual calles y pararse un rato a ver a los comerciantes y después volver y hacer tal cosa”. Lo hizo todo solo: se inventó la forma de ir al territorio, se inventó la forma de encontrar en ese territorio algo que pudiera resultar de interés para él y para un lector, y resolvió esa carencia, esa ausencia de maestros, bajo la forma de una voz tremendamente segura.
Se suele decir que, en un tiempo, cierto sector de la intelectualidad argentina no hablaba muy bien de su trabajo, caso Borges y Bioy Casares. ¿Realmente fue así? Y de serlo, ¿Sientes que la historia le ha hecho justicia?
Sí, no, y todo lo contrario. Creo que hubo, en eso a lo que hacés alusión en la primera parte de tu pregunta, mucha contribución del propio Arlt (con aquella queja permanente acerca de que no le daban bolilla, etcétera, queja que no se correspondía con la realidad). Por una parte, te cito esta parte del libro Borges, de Bioy, donde Bioy dice que Borges dijo que Arlt “(…) Era un malevo desagradable, extraordinariamente inculto (…) Me explicaron que sólo en El Mundo supieron aprovecharlo. Le encargaban cualquier cosa y después daban las páginas a otro para que las reescribiera. Dicen que reuniendo sus Aguafuertes porteñas, que son trescientas y pico, podría hacerse un libro extraordinario. Imagínate lo que será eso. Las escribía todos los días, sobre lo primero que se le presentaba. Menos mal que algún otro las reescribió”.

De otros escritores se dice que han envejecido mal, que releerlos es imposible. Arlt, sin embargo, es cada vez más joven, cada vez más contemporáneo, cada vez más interesante.

Eso existió. Y también es verdad que Arlt siempre fue una figura compleja, un raro, un tipo que no encajaba del todo en ninguna parte. Pero a la vez fue muy amigo –casi protegè- de Ricardo Güiraldes, que era un intelectual y escritor de clase altísima; y tenía colegas que lo querían y lo elogiaban, tanto en el grupo de escritores de Florida como en el de Boedo, que era como se dividían por entonces los escritores de vanguardia y los más populares. Así que eso: sí, no, y todo lo contrario. Creo que esa fama de postergado, de incomprendido, incluso de mal escritor, es una fama que, en buena medida, urdió el propio Arlt. Pero, por otra parte, después de su muerte siguieron diez años de silencio sobre su figura y su obra, de los que lo sacó, primero, una biografía publicada por Raúl Larra, que se llamó Arlt, el torturado y después, sobre todo, el trabajo inmenso que hicieron con su obra algunos escritores argentinos, sobre todo Ricardo Piglia. Pero hoy en día Arlt es un clásico indiscutible, admirado y estudiado no sólo aquí sino afuera. Yo diría que le ha ido muy bien. De otros escritores se dice que han envejecido mal, que releerlos es imposible. Arlt, sin embargo, es cada vez más joven, cada vez más contemporáneo, cada vez más interesante.
¿En qué momento te diste cuenta de que sería un perfil de tantas páginas (casi ochenta páginas del libro), tal vez el más extenso que hayás escrito, junto al de Pedro Henríquez Ureña?
No me di cuenta nunca. Empecé a escribir y creo que se impuso la idea tranquilizadora de que podía darle rienda suelta porque, después de todo, se trataba de un libro. Así y todo me preocupé al ver las dimensiones y le escribí a Matías (Rivas) un mail que decía algo así como “Terminé, pero escribí 60 páginas. Siento que es mucho”. Y me dijo “No cortes una línea, querida. Para eso están los libros”.
Lo empecé a escribir en Buenos Aires, en septiembre de 2012, y lo terminé de escribir en Santiago de Chile, en octubre de ese año, mientras daba clases en las mañanas. Terminaba de dar mis clases, volvía a mi hotel, comía un sándwich, y me sentaba a escribir imparablemente hasta las doce de la noche. Eso hacía un total de unas nueve horas de escritura, que es bastante menos de lo que escribo usualmente, pero eran de una concentración absoluta, ya que estaba casi aislada de cualquier distracción cotidiana, en un piso diez de un edificio del barrio El Bosque.
Uno de esos días Santiago tembló. Y yo estaba tan concentrada escribiendo que pensé que se trataba de un camión que pasaba por la calle y hacía temblar los vidrios (eso es lo que sucede en mi casa, en Buenos Aires, cuando escribo). Cuando me di cuenta de lo que estaba sucediendo (entre otras cosas porque se escuchó un griterío en los pasillos y frenazos y vidrios cayéndose en la calle), simplemente desenchufé la computadora, manoteé dinero y mi pasaporte, abrí la puerta (vi muchas películas en las que las puertas se traban con los terremotos) y me quedé de pie junto a la pared (no bajo el marco). Sin el menor atisbo de susto, pensé “Pasará en un minuto”. Y puse una mano en la pared, para ver qué se sentía, en un gesto que después, cuando recordé el terremoto de 8.0 que dejó a medio país en el piso, me dio mucha culpa y me hizo sentir estúpida y mezquina. Pero el temblor pasó, y cuando pasó empezó a sonar el teléfono de mi habitación: los amigos, alarmados, que llamaban para preguntar si yo me había asustado. Supe, después, que había temblado duro -5.8, o algo así- pero a mí, que jamás había estado en un temblor, me salvaron la ignorancia (pensé que cuando los santiaguinos decían “hoy tembló” se referían a eso: a ese grado de temblor) y Roberto Arlt: estaba, sobre todo, fastidiada porque quería volver a escribir y temía que se fuera la electricidad.
Plano Americano lateral

SOBRE CRÓNICA Y FE

¿Cabrían tus perfiles dentro de una definición como “crónica de personaje”?
¿Cabría una novela dentro de la definición de “texto de ficción más largo que un cuento”? Sí. Pero, ¿hay necesidad? ¿Por qué tendríamos que  meter a los pobres perfiles en una definición así? ¿No están cómodos donde están? ¿Se han quejado y yo no me enteré? En el afán de definir y redefinir, un día nos vamos a olvidar de que lo que estamos haciendo es periodismo, y vamos a terminar adivinando con dibujitos, como en el Pictionary. Me pregunto si, a veces, con todas estas redefiniciones, que por otra parte sólo tienen interés para los periodistas, no estamos contribuyendo a que la gente empiece a creer que esto es tan complicado como la física cuántica, cuando sólo se trata de escuchar a la gente y de contar historias.
¿Tu fe en la crónica sigue intacta? ¿No te has sentido tentada a explorar cosas como el reportaje gráfico (o mejor, ilustrado), o el cine documental? Lo pregunto porque son formatos que consumís y que tienen influencia en tu trabajo.
Mi fe en la crónica –en el periodismo- sigue intacta. Y me he sentido tentada a explorar el documental desde hace, al menos, veinte años.

SOBRE ‘EDICIONES UDP’ Y LA NO FICCIÓN

‘Plano americano’ hace parte de una colección de Ediciones Universidad Diego Portales (Huellas) en la que también está Temas Lentos, de Alan Pauls. ¿Qué otros títulos se han publicado o vienen en camino?
La editorial está haciendo un trabajo muy intenso con la no ficción. Este año se publicará un libro de Martín Kohan, con su trabajo de no ficción; y varios perfiles –no biografías- que serán publicados como libros unitarios pero pequeños. Perfiles de escritores, sobre todo.
¿Quiénes están detrás de este proceso, y qué más incluye aparte de la colección?
Detrás de estas cosas hay mucha gente involucrada, como en cualquier editorial, pero está, sobre todo, Matías Rivas, un poeta y editor joven chileno que tiene lo que tienen los mejores editores: sabe leer, sabe tomar riesgos, sabe hacer una mixtura precisa entre gustos propios y ajenos, y sabe cómo sacar lo mejor de cada quien. La editorial tiene, además, un fondo de poesía impresionante. Fue la editorial que logró que Nicanor Parra volviera a publicar después de dos décadas de silencio, y publica, además de a Parra, a Zurita, Enrique Lihn, Claudio Bertoni, Gonzalo Rojas, Gonzalo Millán.

¿Algo más que quisieras agregar?

Algo porque sí, porque lo leí hace poco y porque me pareció una definición muy acabada de lo que toda buena escritura debería producir en un lector. David Foster Wallace tenía un profesor que, una vez, parece, le dijo esto: “La tarea de la buena escritura es la de darles calma a los perturbados y perturbar a los que están calmados”. Eso. Y amén.

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