miércoles, 10 de abril de 2013


LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACION

De Aliverti a Leveson

A partir de acontecimientos recientes, Marcelo J. García y Roberto Samar reinstalan el debate acerca de qué es ser comunicador y qué significa hacer periodismo en democracia y respetando a las personas.

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http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Marcelo J. García y Roberto Samar*

El día en que el periodismo argentino cruce el punto de no retorno será muy tarde para reconstruirlo. En los últimos años de “guerra político–mediática”, el sistema de medios ha sido muy eficaz para ponerse a sí mismo en cuestión (somos todos 6, 7, 8), pero no ha logrado establecer un nuevo sistema de credibilidad. Todavía está a tiempo de hacerlo.

¿Cuál es la misión de los medios masivos de comunicación? Está escrito en la ley de medios, “... una actividad de interés público, de carácter fundamental para el desarrollo sociocultural de la población por el que se exterioriza el derecho humano inalienable de expresar, recibir, difundir e investigar informaciones, ideas y opiniones”.

En el mundo real, sin embargo, lo que predomina es una lucha descarnada por la atención de una audiencia cada vez más dispersa y, también, más desconfiada. De gallina y huevo, ¿fue primero la desconfianza del público o la mala praxis de los medios? A veces el vínculo parece casi roto, como si faltara poco para que los medios sigan el camino de otras instituciones democráticas cuya estima popular se ha extinguido lejos y hace tiempo.

Los medios argentinos han sobrevivido a años de desinformación deliberada. Pero no han cruzado, todavía, el Rubicón que sí atravesaron sus pares en Inglaterra. Allí, cierto periodismo “tabloide” (popular o amarillo) hizo de sus audiencias las víctimas de una mala praxis flagrante. Durante años, grandes medios –mayormente aquellos ligados al magnate australiano Rupert Murdoch– compraron información policíaca para generar historias de “interés humano”, cuyo origen era el pinchazo de teléfonos. Lo que al inicio afectó sólo a celebrities, pronto tocó también a ciudadanos de a pie (estos últimos en situación de tragedias irreparables, como los padres de la niña Madeleine McCann o la adolescente Milly Dowler). Todo terminó en la comisión de verdad Leveson y la propuesta de legislación para la regulación de la prensa. Moraleja: las malas prácticas, en última instancia, no distinguen clases sociales ni popularidad.

Aquí y ahora en Argentina, algunos parecen empeñados en cruzar el punto de no retorno de su propia credibilidad. Un periodista de Clarín de apellido Gallo, por caso, tituló con un (¿irónico?) “Periodismo para Todos” una crónica sobre un accidente de tránsito con una víctima fatal que involucró al hijo de un periodista que él define como de ideas afines al Gobierno: Eduardo Aliverti. (¿El colega?) Gallo celebra la cobertura del caso por parte del diario popular del Grupo Clarín, Muy, que lanzó detalles escabrosos nunca comprobados ni chequeados sobre cómo se había producido el hecho. Como ex editor de un ex diario también popular, Libre, Gallo sabe de fulgores amarillos. Los Murdoch también creían que sabían hasta que tuvieron que cerrar al centenario News of the World por al escándalo de las escuchas. No todo brillo amarillo es oro.

La sociedad puede consumir con morbo estas disputas que parecen acotadas a las alturas del poder periodístico, político y artístico, pero corre el riesgo de dejar crecer a un Frankenstein. Cuando Mario Pergolini denunciaba a la revista Caras por hacer una guardia fotográfica a Luis Alberto Spinetta para mostrarlo herido por el cáncer o cuando, ante el secuestro de su padre, Pablo Echarri clamaba para que los medios de comunicación tendieran “un manto de silencio y piedad”, fue fácil mirar para otro lado y pensar que eran apenas cosas de famosos. Luego siguieron las firmas: del caso Candela a la falsa foto de Hugo Chávez, entre otras. Y posiblemente seguirán. Más temprano que tarde, el canibalismo afectará también a ciudadanos de a pie. En el caso Aliverti comenzó a vislumbrarse la orilla del Rubicón –la línea delgada que separa a un personaje conocido, de su hijo y de la víctima circunstancial–. Aliverti lo dijo en esos días: “Todos somos o podemos ser víctimas de la gente que hace periodismo de esta manera”. Más temprano que tarde, lo seremos.

La pregunta eterna del periodismo es quién controla al controlador. En Inglaterra se dieron cuenta de que la autorregulación, un “caniche sin dientes” según la descripción de un primer ministro conservador, no podía hacer nada frente a “una bestia feroz”, según la descripción de un ex primer ministro laborista. En la Argentina de hoy, el gremio apenas puede ponerse de acuerdo en qué significa hacer periodismo. El primer paso sería estar de acuerdo, al menos, en qué significa ser intelectualmente honesto.

* Licenciados en Comunicación. Integrantes del departamento de Comunicación de la Sociedad Internacional para el Desarrollo (www.sidbaires.org.ar).

MEDIOS Y COMUNICACION

¡Qué animales!

Tomando como referencia las conductas de los animales ante las catástrofes, Sandra Massoni invita a salirnos de la dimensión informativa para abordar la multidimensionalidad de lo comunicacional.

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http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Sandra Massoni*

La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida... Estamos comenzando a ponderar el diálogo de saberes en la comunicación actual por un camino francamente inesperado: de la mano (¿pata?) del mundo animal. No es metafórico mi planteo. No hablo de los debates entre algunos candidatos a legisladores de tal o cual partido político. Tampoco de peleas entre vecinos inciviles o groseros. Me refiero a que finalmente los pájaros, los gatos, los perros y hasta los insectos –mal que le pese a nuestra egocéntrica sapiencia como especie humana– están siendo apreciados como indicadores en los manuales de comunicación ante desastres naturales.

El bicherío fue desconsiderado como fuente de información durante mucho tiempo. Los registrábamos como especies “menores”, de inteligencia nula o despreciable a la hora de tomar decisiones técnicas importantes. Pero los maremotos, terremotos, inundaciones y otras catástrofes globalizadas, transmitidos en vivo, nos hicieron visualizar de forma rotunda y contundente que ellos, los animales, saben cosas que nosotros no sabemos. Los vimos en primerísimos primeros planos en las pantallas de los noticieros: familias de monitos trasladando a sus crías, bandadas de aves volando presurosas en dirección a las montañas; perros y gatos en excursión veloz e inusitada hacia sitios más seguros. En los relatos de los turistas que tuvieron que sufrir evacuaciones previas a los mundialmente famosos tsunamis se repiten testimonios acerca de estos movimientos de los animales. Mucho antes del desastre, sin ningún peligro a la vista, lagartijas y hasta hormigas u otros bichos aún más insignificantes, misteriosamente comienzan su éxodo, ordenados, precisos, trasladándose en comunidad. Los documentales científicos nos muestran por caso a las hormigas saliendo velozmente de sus hormigueros y disponiéndose unas sobre otras hasta formar una superficie/balsa tejida por sus propios cuerpos sobre la cual los huevos de su colonia son salvados de una súbita inundación.

¿Cómo es que saben? ¿Cómo es que funcionan para los animales estos sistemas de alarma y prevención de riesgos que nosotros ni siquiera con la más sofisticada tecnología disponible logramos captar?

La buena noticia es que, gracias a los animales, nosotros los humanos estamos admitiendo que necesitamos deshacernos de ese pesado lastre tan característico de la comunicación en el siglo pasado: su etnocentrismo, que se traduce operativamente en entenderla sólo o centralmente como una transferencia. De allí que las estrategias de comunicación actuales impliquen necesariamente un descentramiento doble: un salirnos de la dimensión informativa para abordar la multidimensionalidad de lo comunicacional y un salirnos de la visión de dominio de la naturaleza para aceptar a la comunicación como encuentro de la diversidad. Una estrategia comunicacional no es una fórmula. No es un plan previo –elaborado para ser aplicado– sino un dispositivo flexible y especialmente atento a lo situacional en tanto espacio fluido, en tanto lugar habitado en el que coexisten las alteridades socioculturales con otros seres de la naturaleza. Es una mirada respetuosa de las heterogeneidades presentes en la situación que se desea abordar, que no se limita tampoco a lo discursivo. Que se vincula más bien con aquello del sentido que emerge de la situación. El comunicador estratégico recorre hoy un desplazamiento desde lo semiótico a lo simbiótico en tanto toda planificación estratégica requiere incluir en el diseño –a la manera de Serres– también a los objetos naturales como sujetos de derecho: “Eso significa: añadir al contrato exclusivamente social el establecimiento de un contrato (...) en el que nuestra relación con las cosas abandonaría dominio y posesión por la escucha admirativa, la reciprocidad, la contemplación y el respeto, en el que el conocimiento ya no supondría la propiedad, ni la acción el dominio (...)” (Serres, 1990). Por eso la estrategia de comunicación desde la Escuela de Comunicación Estratégica de Rosario es un dispositivo de investigación enactiva con pasos que incluyen: versión técnica del problema comunicacional; análisis de matrices socioculturales; diagnóstico y prescripción mediante marcas de racionalidad comunicacional; análisis de mediaciones comunicacionales; árbol de soluciones con definición de ejes y tonos de comunicación para las distintas matrices socioculturales identificadas como relevantes en torno de la problemática que aborda la estrategia. La comunicación como encuentro de esa heterogeneidad y el comunicador como propiciador de una reconfiguración de los entornos que se basa en el diálogo de saberes múltiples, también los de los animales. Tenemos tanto que aprender...

* Doctora UBA. Directora de la Maestría en Comunicación Estratégica/Especialización en Comunicación Ambiental de la UNR.

 

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