sábado, 8 de septiembre de 2012

Cultura
08.09.2012 | Entrevista a Hernán Brienza

"La Historia tiene muchas cosas que decirnos sobre el presente"

Politólogo, periodista y miembro del Instituto de Revisionismo Manuel Dorrego, acaba de publicar Éxodo jujeño, un libro sobre la pueblada protagonizada por hombres y mujeres que en 1812 decidieron defender su territorio.

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Hernán Brienza dice que todo libro de historia es también un libro sobre el presente. "Porque los temas históricos tienen algo para decir sobre este momento. Además, el pasado se lee desde las condiciones actuales", agrega. Quizás por eso durante la entrevista, cuando recrea momentos históricos, habla como si los hechos estuvieran ocurriendo con la intensidad del verbo en tiempo presente. Politólogo y periodista, miembro del Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego, Brienza ha escrito biografías –de Alfredo Palacios, de John William Cooke y Mario Santucho, entre otros– y libros, como El caso Von Wernich. Maldito tú eres: Iglesia y represión ilegal (2003), El loco Dorrego (publicado en 2007, fue recomendado en 2010 por Hugo Chávez, primero, y por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, después) y Valientes (diez crónicas sobre héroes populares, desde la heroína sanjuanina Martina Chapanay Martín Miguel de Güemes). Sin embargo, agrega, cada libro es un desafío nuevo. Después de dos años de investigación, acaba de publicar Éxodo jujeño (Aguilar), un libro que se ocupa de esa gran pueblada protagonizada por hombres y mujeres que en agosto de 1812 decidieron defender el norte de las Provincias Unidas, es decir, su territorio, antes que dejarlo en manos de los realistas. Es también la historia de Manuel Belgrano, que en febrero de ese mismo año –a pocos días de enarbolar por primera vez la bandera en Rosario– debió viajar a Jujuy por mandato del Triunvirato para hacerse cargo de lo que quedaba del ejército revolucionario vencido en el desastre de Huaqui. Y es, además de todo eso, el relato de un momento excepcional, donde un hombre debe elegir entre acatar las órdenes impuestas o apoyar la decisión soberana de un pueblo, aunque eso implique la desobediencia.

–¿Cómo llegó Belgrano a hacerse cargo del Ejército del Norte?
–Belgrano viene derrotado de Paraguay, donde debe asumir una suerte de juicio político que le hace Buenos Aires del que sale sin culpa y sin cargo, porque era imposible culparlo de la secesión paraguaya. Cuando está en las barrancas de Rosario, le llega la comunicación de que debe hacerse cargo del Ejército del Norte. ¿Por qué lo eligen? Hay dos versiones. Una dice que la idea era mantener a los jacobinos lo más lejos del poder; otra, que era el único hombre de relativa confianza para establecerse en la zona del Alto Perú. Yo me inclino por pensar que ese primer Triunvirato, manejado desde las sombras por Bernardino Rivadavia, lo quería lejos. Lo mandan a un lugar donde nadie quiere ir, donde otros jefes habían fracasado. Fijate lo que había ocurrido tras la derrota de Huaqui en 1811, donde el ejército que lideraba Juan José Castelli se desbanda luego de la avanzada realista y queda reducido a un grupo de sobrevivientes sucios y abatidos; inclusive Juan Martín de Pueyrredón se hace el enfermo para no ir. La orden explícita que recibe es que recupere el Ejército, que lo lleve a Córdoba o a Buenos Aires. La orden no dicha es, en consecuencia, que deje a estos pueblos abandonados a su suerte.
–En el libro decís que la independencia territorial no comenzó en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810 sino en Chuquisaca, en el Alto Perú, actual Bolivia, exactamente un año antes. También esto es interesante para reconstruir el contexto de la época.
–La Junta de Buenos Aires es central porque es la capital del Virreinato. Pero Chuquisaca, aunque pertenecía al Virreinato, tenía una serie de beneficios, como la autonomía administrativa y un poder de policía propio. Además, allí estaba la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier, que era uno de los centros de estudios más prestigiosos del mundo. La universidad hace la revolución, enfrenta las fuerzas reaccionarias y cae unos meses después bajo la represión militar de Juan José de Goyeneche, que luego derrotaría a Castelli. Ese pensamiento que se da en Chuquisaca es el que nutre a los referentes de la Revolución que se formaron ahí, como Castelli, Mariano Moreno, Bernardo de Monteagudo. Ellos son quizás los tipos más inteligentes de la Revolución. Buenos Aires no da esos personajes en términos intelectuales, aun cuando Castelli y Moreno sean porteños.
–En un momento donde se estaban configurando los actuales territorios nacionales y donde había muchas disputas políticas, ¿cuál era el ideario de libertad?
–Si uno lee las cartas que Belgrano y Goyeneche se envían en pleno escenario de guerra, o las que Belgrano le manda a su amigo Pío Tristán, se da cuenta de que la discusión no es Argentina-España, ni siquiera América-España. La identidad argentina no estaba presente en ese momento. A lo sumo se habla de la soberanía de los pueblos. Pero en el fondo, esa discusión no era "americanos versus extranjeros", sino que es una discusión política e ideológica sobre modos de gobierno, entre liberalismo republicano y monarquía. Hay que entender esa lógica para no cometer errores teñidos por el chauvinismo.
–¿Cómo era el cruce entre geografías y realidades políticas en el norte?
–Compleja. Para muchos, los porteños les parecían, por momentos, un ejército de ocupación más que un aliado. Hay gente que apoya la Revolución en Chuquisaca en 1809 y en Buenos Aires en 1810, pero en 1812 empieza a pensar que la Revolución es un fracaso. Tenés americanos republicanos y realistas. Los cholos, que son los hijos de los patricios también estaban divididos; por ejemplo, la juventud estaba con la Revolución y por eso hubo muchas peleas entre padres e hijos. Las mujeres veían en la Revolución la posibilidad de adquirir más derechos. Y también hay pueblos originarios que apoyan la Revolución y pueblos originarios que pelean con Goyeneche contra la República. Todo eso hace un panorama político muy complejo, que no funcionó como un bloque único. Tampoco es cierto que todos los jujeños y todos los salteños participaron de ese éxodo. Más bien, hay sectores importantes que se retiraron a las haciendas esperando a los realistas como salvadores. Y en Jujuy llegaron a hacer un cabildo realista que apoyaba a Goyeneche.
–¿Qué hizo Belgrano en medio de este panorama?
–Busca formas de reorganizar el Ejército, que era la orden del Triunvirato. Tené en cuenta que él tenía un perfil más bien intelectual, ignoraba algunos secretos del arte de la guerra pero, digámoslo con términos actuales, era orgánico a la Revolución y tenía la intención de cumplir lo que se le pedía. Se hizo cargo del Ejército en la posta de Yatasto el 27 de marzo de 1812, unos 1500 hombres, con más de 300 hospitalizados o heridos. Envió varias cartas al Triunvirato a través de Rivadavia e inclusive mandó a Dorrego a Buenos Aires para negociar un apoyo concreto, pero no hubo caso. Su situación era muy delicada: solo, aislado, sin recursos, acechado por un enemigo que lo doblaba en cantidad de soldados y en armamentos. Estaba apostado en Jujuy, con los realistas bajando por el territorio altoperuano y había recibido la orden desde Buenos Aires de replegarse hasta Córdoba, dejando en manos del ejército enemigo la mitad del territorio patriota.
–De todos modos, el éxodo se inicia.
–Sí. El 22 de agosto de 1812, hombres, mujeres y niños empiezan a abandonar Jujuy en carretas, a pie, a caballo, sobre mulas. El pueblo marcha custodiado por el Ejército. Tras el combate de Las Piedras, el 3 de septiembre y con unos 270 kilómetros recorridos, Belgrano comienza a madurar la idea de no bajar hasta Córdoba y de fortificarse en Tucumán, con la idea de presentar desde allí batalla a los realistas. El 12 de septiembre, el caudillo Bernabé Aráoz le pidió al general que no los abandonara, que si luchaban unidos pueblo y ejército en defensa de su territorio en vez de dejarlo en manos realistas, serían imbatibles. Y, finalmente, desoyendo al Triunvirato, Belgrano decidió quedarse y negoció armas y dinero con Aráoz. El 24 de septiembre, entonces, en el Campo de las Carreras, en las afueras de Tucumán, los realistas se encontraron a un pueblo en armas. A ver, Belgrano se había tomado un tiempo para organizar el Ejército pero al momento del éxodo pelea cualquiera, hombres, mujeres, ancianos, niños. Así les va. La batalla de Tucumán se ganó por una casualidad. Primero, una manga de langostas salida de no se sabe dónde ataca del lado de los patriotas a los realistas. Después, Dorrego, en medio de la batalla perdida, se va con un grupo de hombres y ataca por su cuenta y despista a los realistas. Pero si no se hubiera ganado esa batalla, probablemente no se hubiese logrado conformar la Asamblea del año XIII, porque el ejército realista hubiese logrado llegar a Buenos Aires.
–Una de las preguntas que te hacés para retratar a Belgrano es "¿durante cuánto tiempo puede un hombre obedecer una orden que contradice sus convicciones?". ¿Es esa tensión la que te interesó de su figura?
–En los libros me gusta retratar a las personas, contarlas. Porque creo que las decisiones las toman hombres y mujeres, y esas son las decisiones que cambian la Historia. Cuando uno se pregunta por qué determinada persona hizo determinada cosa, están las variables históricas, políticas, económicas, culturales, ideológicas, que pueden ayudar en la respuesta. Pero también hay algo que se escapa a todo eso, un componente irracional o misterioso. Lo que me gusta de Belgrano es el modo en que resolvió sus contradicciones en ese momento. Que un intelectual se haya ensuciado del modo en que él lo hizo, habla de una generosidad importante. Y también, infrecuente. «

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