martes, 6 de marzo de 2012

Oxford versus Cambridge
Compiten por su rigor académico y también en materia de remo, sexo y hasta borracheras. Además, hospedan turistas por sesenta libras la noche.
Desde hace unos años, tanto “Cam” como “Ox”, destinan parte de sus colleges a albergar turistas.
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Ficha

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El año pasado, el diario The Times publicó una lista de las mejores universidades del mundo. Como es costumbre desde hace años, los primeros cinco puestos correspondieron a casas de estudio estadounidenses. En el sexto lugar figuraron Cambridge y Oxford, las primeras universidades europeas de este top 200, y eternas competidoras entre sí.
Pero la rivalidad entre estos establecimientos milenarios –fundados en el 1200– no sólo se presenta en el plano académico: cada año, una y otra se disputan el primer puesto en la famosa regata de remo que llena Londres de adrenalina a lo largo del río Támesis, desde que se implementara la contienda académico deportiva en 1829.
Por entonces, los vencedores quemaban el bote, mientras que ahora la carrera tiene spónsors que instalan pantallas gigantes al costado del río. La rivalidad no termina ahí: una y otra se disputan el primer puesto en rubros tan insólitos como el sexo –Cambridge alega que los oxonianos tienen poco rendimiento bajo las sábanas– o la bebida –Cambridge ostenta el triste récord de albergar a los estudiantes más borrachos de Gran Bretaña.
El único rubro en el que ninguna de las dos se pone de acuerdo, y sobre todo por la incomodidad que les produce, es en el turismo. La realidad es que en un contexto de recesión europea, el turismo provee a ambas ciudades universitarias de libras frescas para mantener sus costosos edificios.
Desde hace unos años, tanto “Cam” como “Ox”, destinan parte de sus colleges a albergar turistas, que por un promedio de sesenta libras pueden pernoctar bajo el mismo techo donde solían dormir Graham Greene o el actor Hugh Grant, célebres egresados de Oxford. El sitio www.universityrooms.co.uk provee de hecho un servicio de reservas de cuartos en ambas ciudades universitarias que, en algunos casos, cuentan con baño privado y calidad “superior”.
A regañadientes, los estudiantes aceptan que sus dorms funcionen como hoteles, pero se quejan de los turistas pesados que se meten en cualquier sitio.
El cine ha contribuido a esta situación: la biblioteca Bodleian, utilizada como hospital en una de las películas de la saga Harry Potter integra el top 20 de lugares más visitados de Inglaterra.
Cansados de ser mirados como bichos raros, los estudiantes suelen vengarse con bromas pesadas. Una vez, uno reemplazó una pesada bola de cemento de las que adornan los puentes del río Cam por una de telgopor. Cuando un bote cargado de japoneses pasó por debajo, levantó la bola durante unos segundos y la dejó caer. Los aterrados japoneses se tiraron al agua y a uno le dio un infarto. Otra vez, un alumno disfrazado de turista se paró sobre el césped a sacar fotos. Un compañero que se hizo pasar por el portero le gritó que se apartara. Pero como el otro no obedeció, le disparó con una pistola. Era de juguete, pero los paseantes huyeron despavoridos y los dos estudiantes fueron expulsados. De hecho, este tipo de bromas son castigadas severamente por ambas universidades.
Antiguamente, los expulsados eran escoltados hasta la estación de tren con una carroza fúnebre y llorones contratados.
Ser alumno de Oxford o Cambridge es un privilegio que se lleva de por vida. En la primera universidad se recibieron más de cincuenta premios Nobel y 25 primeros ministros británicos, entre ellos Margaret Thatcher y Tony Blair.
Lo mismo ocurre con Cam: sólo en uno de sus colegios se recibieron 25 medallistas olímpicos. Carrozas de Fuego se filmó allí y en su patio, Newton medía la velocidad del sonido golpeándose las manos. Los alumnos de la vieja guardia no tenían papel ni libros: aprendían escuchando y en los exámenes debían argumentar en latín. A las once de la noche, se cerraban las puertas. Sólo se podía entrar escalando.
Un alumno recién graduado le confió a su rector que iba a revelarle las ocho maneras posibles para entrar a su colegio luego del toque de queda. “Se equivoca: son veintitrés”, le dijo el rector. Todavía persisten algunas reglas extravagantes: sólo los rectores pueden pisar el césped de los colegios y están prohibidos los perros y los gatos. A Lord Byron le dijeron que no podía tener su terrier, de modo que se llevó un oso.
Antiguamente, si alguien del sexo opuesto entraba a un dormitorio ajeno, tenía que permanecer todo el tiempo con ambos pies en el suelo. Otra norma de hierro era que las mucamas debían ser feas o viejas. Lo que no ha cambiado con el paso del tiempo es la fuerte presencia de las bicicletas, que se cuentan de a miles en las esquinas más frecuentadas de Cam y Ox y son el transporte preferido de los universitarios. Ambas ciudades cuentan de hecho con circuitos “bicing” –visitar http://www.cyclestreets.net- para conocer de cerca su palpitante vida estudiantil.

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