viernes, 19 de julio de 2013

Infantilina: el país de los niños-viejos (o la estupidización de políticos y medios)

Infantilina: el país de los niños-viejos (o la estupidización de políticos y medios)



Cristina Fernández tiene 9 años. Lilita Carrió, 8 recién cumplidos. Hugo Moyano, 10. Guille Moreno, traviesos 7. Ya leen solitos y les encanta que les digan lo que quieren escuchar en medios como Billiken o Genios, aunque con otros nombres. También se entretienen con la TV y eligen los programas que los entienden y los tratan como lo que son, con contenidos infantiles y pensados para toditos y toditas, aunque se emitan en horario de protección al menor.
Viven en Infantilina, esta Argentina en la que gobernantes y gobernados parecen niños, pero niños sin espontaneidad ni alegría, niños-viejos, patéticos que actúan como si tuvieran 10 años y cargan cinco décadas más. Suerte de infantocracia a la que se refiere Kundera, “el ideal de la infancia impuesta al resto de la sociedad”.
El perfil del niño oficialista es obvio: todo lo que hace el Gobierno está bien; el que piense así es amigo y el resto, un vil destituyente. El perfil del niño opositor no es menos simple: el kirchnerismo es una banda de corruptos apoyada por intelectuales a sueldo.
Es la niñez fuera de tiempo o la degradación del liderazgo político. Al que un día quiero, al siguiente aporreo. Lo que hoy está bien, mañana está re mal.
En época de campaña electoral, todo empeora. Aunque en la edad de los “porqué” hay derecho de preguntar.
Por qué el mismo Gobierno que les chumbaba a los inversores extranjeros, meses después seduce a las multi petroleras con condiciones inmejorables para que nos ayuden con YPF?
¿Y los opositores que antes criticaban al Gobierno por lo primero por qué ahora le dan duro por lo segundo?
Si el kirchnerismo arrasó con todos los militares involucrados con la dictadura, y eso estaba bien, ¿por qué hoy se eligió a un jefe del Ejército sospechado de violar los derechos humanos, cuando ayer por ser familiar lejano de un represor otros vieron cortada su carrera? ¿Y por qué las agrupaciones que antes aplaudían la determinación para castigar el pasado, ahora son tan consideradas con los acusados?
Quienes históricamente exigían que la Argentina se desendeudara y cumpliera estrictamente con los vencimientos de la deuda externa, no pueden ser los mismos que ahora se cansan de pegarle a este Gobierno por su ortodoxo cumplimiento monetario. ¿O sí?
Tampoco podrían ser los mismos los políticos e intelectuales que siempre rechazaron el pago irrestricto de la deuda y luego celebraron como revolucionarios bolcheviques el pago por anticipado al FMI. ¿O también sí?
Es injusto pedirles a los chicos la capacidad de coherencia de los adultos porque viven un período de aprendizaje en el que su cuerpo y su mente cambian con un vértigo inigualable. Está bien que argumenten y contraargumenten sin otra lógica que la voracidad por comprender. Y que se amiguen, se peleen y se vuelvan a amigar para desarrollar sus personalidades y encontrar un lugar en el mundo.
Woody Allen dice que nunca se les debe levantar la mano a los niños, sobre todo porque algunos aprovechan la ocasión para pegar por abajo. Esos sí son bravos.
Un día pueden ser amigos de Albertito, de Sergio o de Huguito, porque juegan el juego que ellos quieren; y al otro, denunciarlos por jugar con un grupo distinto de amiguitos. Del mismo modo, Albertito, Sergio y Huguito son capaces de negar que hayan sido compinches de su ex amigos, cuando todos los vecinos sabían que andaban juntos por el barrio apretando a otros niños.
En la década del ‘80, el psicólogo Dan Kiley detectó el creciente fenómeno de personas que se niegan a aceptar sus responsabilidades de adulto. Lo llamó “El síndrome de Peter Pan”. Huyen de la adultez como una forma de escapar de la realidad, se crispan si no consiguen rápido lo que desean, buscan que otro se haga cargo de sus necesidades, mienten para eludir las consecuencias de sus actos.
También los periodistas sufrimos el mal. Tenemos la voz cascada y ya no usamos pantalones cortos, pero podemos escribir sobre lo que pasa como cuando hacíamos los primeros palotes. Los buenos-buenos, los malos-malos. Cristina me ama. Los jueces me cuidan. El dólar es caca. Los nenes anti K no se tocan con las nenas K.
Tan predecibles somos que daríamos ternura sino diera miedo ser cómplice de esta estupidización mediática. Con medios que ya no se necesitan leer para saber qué van a decir según de qué lado están. Que vivimos en el mejor país del planeta o en uno en donde nada se hace bien. Que ganamos una década o perdimos un siglo. La corpo, la opo, los rochos. Así escribimos. Así de profundos somos.
Tenemos un problema, un desfasaje etario. Políticos, intelectuales, empresarios y periodistas hablamos, nos vestimos y nos ponemos serios como si fuéramos adultos.
Pero debajo de la máscara se nos caen los mocos y dormimos con la luz prendida.
Y es más grave todavía. Porque habría un conflicto si en un país los líderes fueran niños y la sociedad no. O si, al revés, la sociedad sufriera infantilismo y sus representantes no.
Pero en Infantilina todo tiene un dramático orden donde unos y otros compartimos esta despiadada normalidad.
Ese es el verdadero problema: que aquí no hay un problema.

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