miércoles, 20 de marzo de 2013

medios


MEDIOS Y COMUNICACION

Ciencia y desarrollo

Geraldine Mendilaharzu y Karina Ortiz sostienen que la comunicación en ciencia y salud debe ser un derecho ciudadano y afirman que hoy, cuando la ciudadanía reclama la apertura de canales de participación en todos los ámbitos, la comunicación en esos ámbitos no puede ser la excepción

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http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Geraldine Mendilaharzu y Karina Ortiz *

Una sociedad que está informada y reconoce la importancia de la ciencia y su comunicación para el desarrollo es más propensa a participar en la formulación de políticas para temas que la afecten.

En América latina, el periodismo científico no tiene gran relevancia y la región todavía presenta carencias en la manera en la que la información es difundida.

Bajo esta lógica, desafortunadamente muchas veces la sociedad permanece al margen de, por ejemplo, cuestiones vinculadas a la producción de medicamentos y su cadena de valor, debido a que no existen suficientes mecanismos que informen apropiadamente sobre estos temas y cómo pueden afectar sus vidas. Sólo por mencionar algunas limitaciones: son pocos los periódicos que dedican secciones específicas a notas sobre comunicación vinculada con la ciencia y la salud y, cuando lo hacen, tienden a publicar notas de carácter general y no contribuciones específicas con conceptos aptos y comprensibles para la población no especializada.

A pesar de esta asimetría, es importante destacar que conscientes de la importancia de la comunicación en este ámbito en particular, muchos países de la región han incrementando los recursos humanos y financieros para incluir el tema de la comunicación, en tanto herramienta clave para la apropiación de la ciencia, como parte de sus agendas.

Sin embargo, casi siempre surgen las mismas preguntas ¿por qué comunicar para el público general?, ¿qué beneficios le trae a un lector o espectador informarse sobre ciencia o salud? Estas preguntas son consecuencia de considerar, erróneamente, a este público como ignorante y desinteresado, dándose por obvia una brecha existente entre expertos y audiencias, que pareciera insalvable. Y aunque las audiencias han evolucionado, y mucho, aún hoy el desnivel sigue presente, ése es un preconcepto que persiste a pesar de las evidencias de lo contrario, ya que el público dejó de ser pasivo frente a temas que lo pueden afectar tan directamente como aquellos vinculados con la salud y la calidad de vida.

La clave, más allá de cautivar la atención del público, radica precisamente en que la comunicación en ciencia y salud debe ser un derecho ciudadano que implica, en tanto comunicadores, ser los ojos, las manos, los oídos de cada lector o televidente, para anticiparnos a sus inquietudes, intereses, dudas y cuestionamientos, de manera que al leer o ver la noticia, tenga la sensación de estar enterándose de primera fuente, sobre un tema que le interesa.

Y en este contexto, hoy no podemos pasar por alto que la ciudadanía reclama la apertura de canales de participación en todos los ámbitos y la comunicación en ciencia y salud no es la excepción. Este cambio en la percepción social está asociado a las transformaciones de las estructuras institucionales, su grado de exposición y alcance público y la forma en que el conocimiento y sus aplicaciones han permeado las estructuras sociales, entre otros diversos factores. En este sentido, es menester enfrentar el desafío de generar cauces para que esta participación pueda concretarse en acciones que incluyan plenamente a la ciudadanía. Ello implica pensar mecanismos de consulta e inclusión para un paulatino proceso de apertura que permita entender la importancia de la comunicación como herramienta clave del desarrollo de la ciencia y la salud. Se trata de tomar un camino diferente al de una comunicación científica que difunde comunicaciones por parte de científicos, como si éstos fueran sujetos aparentemente dotados de una objetividad ajena a los conflictos humanos, y propiciar un diálogo social destinado a promover una sinergia orientada a potenciar la participación de la ciudadanía en estos temas.

En este marco, desde diferentes ámbitos ya se trabaja día a día para generar un cambio de paradigma en la comunicación vinculada a temas tan sensibles y particulares como lo son el desarrollo y avance de la ciencia y la salud. El proceso es y será lento, pero vamos avanzando que no es poco.

* Especialistas en Gestión de la Comunicación (Universidad Nacional de Lomas de Zamora).

Comunicación y tecnología

Claudia Mazzeo describe la evolución del trabajo de los periodistas científicos y asegura que, además de acercar al investigador con los potenciales beneficiarios del saber científico, se plantean otros objetivos, como indagar sobre diferentes aspectos del conocimiento, poniendo también en evidencia las posibles incongruencias del sistema.

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http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Claudia Mazzeo *

“No basta con que los resultados de las investigaciones sean conocidos, elaborados y aplicados por unos cuantos especialistas. Si los conocimientos científicos se limitan a un pequeño grupo de hombres, se debilita la mentalidad filosófica de un pueblo, que camina así a su empobrecimiento espiritual.”

Albert Einstein

Argentina es uno de los pocos países de la región que ostenta una tradición de más de veinticinco años en la formación ininterrumpida de periodistas científicos. Quienes entre mediados y fines de los ’80 nos vimos tentados a seguir los “experimentos” ideados por el químico Enrique Belocopitow, para formar profesionales capaces de actuar de nexos entre los investigadores y la sociedad, lejos estábamos de imaginar que, más allá de nuestros anhelos, llegaría de verdad el día en que, en nuestro país, la ciencia y la tecnología serían llamadas a desempeñar el papel protagónico que ocupan hoy.

Es probable que quien como profesional escriba por primera vez en estos días un artículo sobre ciencia apenas perciba que, a comienzos de los ’90, lograr que un investigador con cierto prestigio aceptara ser entrevistado sin recelo no era una tarea sencilla.

Recuerdo claramente que el camino más corto para echar a perder una entrevista era preguntarle al interlocutor para qué servía lo que investigaba. Las barreras que separaban las llamadas ciencias básicas de las aplicadas eran poco menos que inquebrantables. Y si el editor del medio para el que trabajábamos nos pedía un título, o un copete, en el que resumiéramos cuáles eran los resultados que perseguía el estudio en cuestión, nos ponía prácticamente en un lugar equivalente al de un hijo de padres recién separados, y había que hacer malabares para no defraudar a uno o a otro, en función de la respuesta.

En contraste, los investigadores actuales se han habituado a fundamentar sus pedidos de subsidios brindando explicaciones claras y, en ocasiones, hasta aventuradas, de cuáles son los fines que persiguen con su trabajo. Más aún, esta tendencia no reconoce fronteras y hasta se observa en revistas científicas internacionales, que permutan siglas casi inescrutables por oraciones con sujeto y predicado, alejándose de la jerga y acercándose al gancho periodístico, en un claro intento de ampliar el universo de lectores y, en consecuencia, el índice de citas y de impacto.

Por otra parte, los periodistas científicos también hemos evolucionado. En un país donde el sistema científico-tecnológico ha sido ampliamente fortalecido, el periodista científico, además de acercar al investigador con los potenciales beneficiarios del conocimiento que éste genere, se plantea otros objetivos, como poder indagar sobre los múltiples aspectos que hacen al conocimiento, alertando también sobre las posibles incongruencias del sistema.

La capacitación juega en todo esto un papel protagónico. Así lo entiende la Red Argentina de Periodistas Científicos, fundada en 2007, cuyos integrantes, que hoy superan el centenar, reafirman mediante diferentes estrategias (cursos, publicaciones, reuniones periódicas) su compromiso de “contribuir a la capacitación profesional y a la reflexión crítica sobre la relación entre ciencia, medios y sociedad”.

Además de la escuela de Belocopitow, con base en la actual Fundación Instituto Leloir (FIL), en los últimos años se han ido sumando numerosas propuestas relativas a la comunicación de la ciencia. En lo que hace a la formación, las especializaciones de las universidades nacionales de Río Negro y de Córdoba, además de la propuesta de la española Universidad Pompeu Fabra.

En lo referente a la comunicación, se reconoce el trabajo de las agencias de noticias CyTA, en la FIL, y de la CTyS, en la Universidad Nacional de La Matanza, iniciativa esta última surgida en 2010, que ofrece a los egresados en Comunicación Social una nueva instancia de capacitación, además de una salida laboral. Asimismo, se destaca la creación de áreas y departamentos de comunicación en universidades, centros de Conicet y centros tecnológicos como el INTA y el INTI. También la aparición de secciones, suplementos, revistas, diarios, blogs, programas de radio y TV, libros y colecciones de divulgación, ferias y eventos. Y como broche de oro, Tecnópolis, una megamuestra de ciencia y tecnología, que pone en valor “lo que fuimos y somos capaces los argentinos cuando avanzamos por el camino del conocimiento, la creatividad y la innovación”.

* Periodista especializada en ciencia, tecnología y ambiente. Docente universitaria en grado y posgrado.

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