miércoles, 6 de marzo de 2013


LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACION

El malestar comunicacional

Sandra Massoni sostiene que la comunicación ya no se piensa sólo como información, ni principalmente como una transferencia, sino como encuentro sociocultural, a medio camino entre lo individual y lo colectivo.

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http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Sandra Massoni *

Hablábamos de algo así como la madre del borrego del malestar comunicacional en el siglo XXI. Nos proponíamos –en una cena con colegas– identificar la causa de la evidente falta de respuesta que nos producen hoy las formas comunicacionales clásicas.

Con las tablas que pedimos como entradas, coincidimos en que lo del fastidio comunicacional nos pasa a todos: cada vez es más difícil que en el tratamiento de las noticias nos conformen los diarios o nos satisfagan los noticieros o las revistas periodísticas. Felices eran nuestros padres, sentándose cada noche a ver su noticiero preferido y los domingos a revisar cual inventario, en el diario, los detalles de qué hubo de nuevo en el planeta. ¡Qué tiempos aquellos! ¡Tan pequeños...! ¿Cambiamos como lectores de medios? ¿Cambiamos como periodistas? En la mesa arreciaron preguntas y argumentos.

Con los platos fuertes convinimos en que afortunadamente, poco a poco, hemos desplegado la complejidad de lo comunicacional, aunque todavía no contemos con metáforas dominantes ni con rutinas –tanto de producción como de consumo de medios– que nos acompañen en los entornos periodísticos digitales actuales. Reconocimos que hoy existen básicamente posiciones opuestas y, como consecuencia de esa misma linealidad, cierta falta de democratización en los formatos de los espacios de noticias en los medios masivos. Acordamos en que por el momento y cada vez con más frecuencia, al ver los noticieros, mucha gente se comporta casi como hincha de fútbol, soltando exabruptos e improperios frente a tratamientos de la noticia con los que no acuerdan. Para seguir pensando, nos quedamos con una pista: la verdad sólo muy de vez en cuando se resuelve en soledad. Tomamos nota de que nos falta mucho navegar en la comunicación digital para aprovechar aquello que ella nos ofrece como metáfora organizadora: la comunicación en red.

Ya en los postres, de todos los argumentos con los que debatimos rescato lo del huevo. Me gustó como analogía por su sencillez: la comunicación social en el siglo XXI es como un huevo. Suena un poco raro, pero se explica más o menos así: podemos hacer ciertas cosas para acompañar el desarrollo de un huevo, como generar en su entorno un ambiente propicio; por caso, darle calor o quizá protegerlo de los golpes que podrían dañarlo. No obstante, como en todo lo vivo, en un huevo también el cambio principal en su desarrollo viene desde dentro. Si por desgracia la cáscara se rompe desde fuera, la vida se termina. Pero si se autorrompe, la vida nace.

¿Y si empezáramos a pensar en la comunicación social como un proceso fluido, entre seres que están siendo al comunicar? Desde los nuevos paradigmas, la comunicación ya no se piensa sólo como información, ni principalmente como una transferencia, sino como encuentro sociocultural, una tensión que emerge de la situación, a medio camino entre lo individual y lo colectivo, y que por lo tanto merece ser considerada comunicacionalmente. Es decir, en otro dominio y como una relación intersubjetiva. No como sujetos. No como sociedad. Sino como un lugar vivo, habitado en las múltiples trayectorias de los grupos y sectores que comparten un territorio.

Desde la Escuela de Comunicación Estratégica de Rosario trabajamos con nuevas herramientas analíticas y operacionales como, por ejemplo, las matrices socioculturales. Desde ese molde colectivo que constriñe y que a la vez da forma a lo nuevo, cambian los actores en la trama social cuando se comunican. Decimos que el de la comunicación es un encuentro, vivo y encarnado en el que las matrices socioculturales se reconocen como un linaje de acciones compartidas, un ritmo colectivo que es propio de ciertos grupos y sectores. Eso casi musical por lo rimado, y que surge entre; eso que no existía previamente, porque ocurre mientras; ese proceso complejo, situacional y fluido es la comunicación en los tiempos que corren (¿nos corren? Quizás un poco...).

La caracterización de matrices socioculturales como autodispositivos colectivos nos permite atender a la especial modalidad de vinculación que los actores tienen con los diferentes componentes del problema que aborda la estrategia a partir de reconocer sus trayectorias, sus lógicas de funcionamiento desde el paradigma de lo fluido. El cambio siempre surge desde dentro, porque –como bien dicen los filósofos– no se puede cambiar sino desde lo que se está siendo. Así, se aborda a la comunicación como una reconfiguración espacio-temporal, como una cena compartida que nos alimenta y... ¿nos satisface? ¿O será que ya estamos necesitando otro menú? Para finalizar la sobremesa todos juntos brindamos por superar el malestar comunicacional: ¡habitemos a la comunicación desde lo vivo!

* Doctora por la UBA. Directora de la Maestría en Comunicación Estratégica de la UNR.

MEDIOS Y COMUNICACION

Ante el uso de los demás

Florencia Saintout reflexiona sobre la utilización del dolor que algunos periodistas y medios de comunicación han hecho a propósito del primer aniversario de la tragedia de Once.

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http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Florencia Saintout *

Escribo esto con la dificultad del riesgo, asumiendo el riesgo, que compromete todo tipo de posición y lenguaje ante el dolor. Con la herida tan abierta. Pero aún con dolor en llaga, creo que vale la pena intentar reflexionar.

Los 51 (los 52, contando a Uma) muertos en los hechos de Once son un dolor de la Argentina. ¡Qué duda cabe al respecto! Por lo tanto, no son sólo un hecho íntimo, sino público, político. Lo que no lo hace menos intenso, sino que tal vez, por lo contrario, lo haga más profundo, oceánico.

Voy a hablar de un solo aspecto de ese dolor: el uso que de él han hecho los medios (decir esto, insisto, no implica de ningún modo negar la existencia real y por momentos absoluta de ese dolor). Pero, ¿se puede usar el dolor?

Antes de escribir, además, voy a explicitar una posición: no soy de los que creen en la “culpa” del Estado por lo que sucedió. Al menos de este Estado. Creo que lo que sucedió es producto claro de más de treinta años de destrucción al servicio de la reproducción del capital que entre otras víctimas produjo treinta mil desaparecidos, cientos de muertos por gatillos alegres y violencias institucionales, Cromañón, el hambre, la miseria y el desempleo. Y que este Estado que tiene un gobierno que ha pedido perdón trata de reconstruirlo, de recuperarlo, haciéndolo con éxito en muchos frentes, no llegando aún (aún, todavía) en muchos otros (y porque creo que va a llegar finalmente es que sigo estando donde estoy, como tantos y tantos).

Vuelvo al punto: ¿se puede usar el dolor? Claro que sí.

La historia de los siglos, pero especialmente la historia del siglo XX, nos ha mostrado cómo una maquinaria de imágenes (o su ausencia interesada) puesta al servicio de la destrucción del otro ha estado presente para justificar guerras, para construir enemigos internos, para banalizar los exterminios. También a veces el dolor ha sido utilizado como camino de la indignación para construir derechos o para hacer justicia. Para sensibilizar a otros construyendo causas comunes que hagan de la vida juntos un lugar más digno.

Se puede usar el dolor entonces y se utiliza sistemática y repetidamente. Voy a reflexionar aquí acerca de un uso perverso del dolor que he visto en estos días de llagas abiertas. El uso que han hecho los medios dominantes (por supuesto no han sido los únicos... llamativa composición política la de la plaza). No puedo sacarme de la cabeza la repetición infinita de las caras y los llantos, del sufrimiento, de los carteles con nombres propios y la instalación junto a ellos de los periodistas de Telenoche, casi como actores que cumplen un papel, o como los antropólogos que viajaban a comunidades lejanas para vivir con los nativos (así lo decían), forzando ser unos más para las cámaras.

El infierno del sufrimiento mostrado una vez y otra vez y otra vez hasta hacerlo insoportable. ¿Podrán esas imágenes llevar a la sociedad a la tramitación pública común de ese dolor? ¿Les interesa a los que las muestran hacer algo con ellas? ¿O solo les interesa, como yo creo, nublar el entendimiento y dirigir el dolor hacia un lugar al que apuestan con cualquier cosa que se les cruce en el camino? Ese lugar es la creación de un sentido común que no ponga en duda que todo es terrible y que nada se puede hacer más que demonizar un gobierno.

El dolor nos constituye, sin dudas, pero es tiempo de hablar de responsabilidades. Cuando el periodismo hegemónico continúa utilizando un argumento (afortunadamente cada vez más endeble y en ruinas) como que los medios “sólo muestran la realidad”, automáticamente se eluden todas las responsabilidades éticas y morales que deberían constituir la práctica periodística. Cuando a las víctimas, en lugar de contenerlas y acompañarlas, se las expone como un trofeo, se las incita a brindar respuestas afortunadas para sus intereses, lo que se está haciendo es pornografía. Pornografía del dolor para saciar sus intereses, exponiéndonos a todos a ese espectáculo que ellos montan, editan y dramatizan.

En este punto es necesario recuperar la pregunta que Susan Sontag planteara: “Quizá las únicas personas con derecho a ver imágenes de semejante sufrimiento extremado son las que pueden hacer algo para aliviarlo –por ejemplo, los cirujanos del hospital militar donde se hizo la fotografía– o las que pueden aprender de ella. Los demás somos voyeurs, tengamos o no la intención de serlo”.

Ante esto, no caben reacciones tibias, no cabe la sensación de que es más de lo mismo que hacen cada vez, cabe el más enérgico rechazo, la más profunda repulsión a quienes siempre pusieron sus intereses por sobre los del pueblo y la expresión de que nos merecemos otro tipo de periodismo.

La reflexión en momentos de extrema emoción es necesaria para no dejarse llevar por los intereses mezquinos de los demás. Ante un dolor que es nuestro, los demás actúan como caníbales que es necesario frenar. La única salida del horror es la justicia y la política. No podemos olvidarnos de esto.

* Decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.

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