domingo, 17 de febrero de 2013

Informar desde el frente: el riesgo de ser testigos del horror y objetivos de guerra

Desde el inicio del conflicto en Siria, 23 periodistas murieron y muchos otros fueron apresados por milicianos del régimen, convertidos en un blanco a veces demasiado desprotegido
Por Oscar Gutiérrez  | El País
Miren a donde miren los dos reporteros, los impactos de proyectiles contra las paredes y el techo del edificio no inspiran mucha confianza. Si éste fue en algún momento el objetivo militar del ejército sirio -y acertó-, ¿por qué no ahora? Están a las afueras de la pequeña localidad de Menagh, en el norte del país, a unos 45 kilómetros de Aleppo. Objetivo: ser testigos de la ofensiva rebelde contra el aeropuerto, en manos del régimen. "Vengan con nosotros -dice el líder miliciano Abu Dujana-, esta madrugada atacamos". Uno de los periodistas tiene chaleco antibalas y casco. El otro, no. Uno de ellos pertenece a la plantilla de un diario. El otro es freelancer , es decir, independiente: escribe y cobra por las notas que escribe.
La guerra no es igual para cada informador, pero hay lecciones que se comparten. A saber: mejor mal acompañado que solo, y mejor con protección, aunque no siempre sirva. Y más en un país, Siria, que en casi 24 meses de revuelta y guerra civil se ha convertido en el más peligroso del mundo para ejercer la profesión de periodista.
Es agosto de 2012. Ninguno de los dos reporteros anclados en Menagh sigue adelante. El reportaje sería exclusivo, pero hay demasiado riesgo. El mismo -o parecido- que ve por ejemplo el periódico británico The Sunday Times al cerrar el buzón de entrada de trabajos enviados desde el interior de Siria por colaboradores externos. "Nuestra política -explica el subjefe de la sección de noticias internacionales, Graham Paterson- es disuadir a los freelancers de entrar [en el país]". Según explica, la decisión no se ha tomado ahora, sino que es incluso anterior a la muerte un año atrás de una de sus reporteras de guerra más veteranas, Marie Colvin, de 56 años, alcanzada el 22 de febrero de 2012 en el bombardeo de la aviación del régimen sirio contra los focos rebeldes de la ciudad de Homs, en la franja occidental de Siria. En el ataque murió también el francés Rémi Ochlik, colaborador de 29 años de la revista Paris Match. Un mes antes y en la misma ciudad, el francés Gilles Jacquier, de 43 años, trabajador de la cadena France 2, había inaugurado la lista negra de bajas extranjeras en Siria. El régimen culpó a los rebeldes. Sus compañeros de ruta, a una trampa de fieles a Damasco.
 
Marie Colvin en El Cairo; murió en 2012, en un ataque del régimen sirio. Foto: EFE 
Se abre aquí un debate interesante. Existiese o no la norma interna en la redacción del Sunday Times, lo cierto es que la liebre la soltó días atrás el reportero gráfico Rick Findler, quien admitió haber recibido un "no" como respuesta a una serie de fotos tomadas en Aleppo, uno de los puntos más calientes del conflicto. Más en concreto, desde el diario le agradecieron el trabajo, pero le explicaron que no se lo compraban por creer que los riesgos "eran demasiado grandes". Un vocero del grupo de medios News International (NI) añadió luego que el periódico no creía que "los freelancers , muchos de ellos sin entrenamiento, seguro o respaldo [de un medio], fueran los mejores para situarse en el frente de batalla de un conflicto brutal" como el sirio. ¿Dejará de informar The Sunday Times sobre lo que pasa en Siria? Lo seguirá haciendo, señaló Paterson, cuando estén sus reporteros de plantilla en el terreno. Algo que, en los tiempos que corren, no es tan habitual como lo era antaño.
Allí, en Siria, se encontraba el 21 de diciembre el cámara español Roberto Fraile cuando fue alcanzado por la metralla de un artefacto activado por miembros del Ejército Libre de Siria (ELS). Fraile, de 38 años, freelancer experimentado, se había unido a una brigada rebelde para echar un vistazo en la Ciudadela de Aleppo, patrimonio de la ciudad arrasado por los bombardeos del régimen. Un miliciano, según relata el camarógrafo ya desde su hogar en España, encendió la mecha sin, aparentemente, mucha suerte. Eso parecía. De repente, el artefacto estalló y una de las esquirlas sorteó a las cinco personas que Fraile tenía adelante hasta alcanzarle la pelvis. "Ese día no llevaba el chaleco y me lo encontré", reconoce. "Pero con él me hubiera pasado lo mismo, esa parte no la cubre." Fraile, herido, pero no de gravedad, fue intervenido allí mismo y trasladado a Turquía. Siempre, durante su estancia en Aleppo, había llevado el chaleco, pero al visitar la Ciudadela creyó que estaba más seguro. "Al final -explica con franqueza-, tras tres semanas, quieras o no, te relajas."

Historias para contar

El riesgo existe, imprevisible, en una guerra que, según los cálculos de los activistas contrarios al régimen, ha matado a más de 60.000 personas. Riesgo para los que tienen contrato como para los que viven de las historias que logran vender. Según los datos de la agrupación Reporteros sin Fronteras (RSF), 23 periodistas perdieron la vida tratando de contar la guerra en un país aún bajo el gobierno de Bashar al-Assad. Sólo durante el año pasado fallecieron 19, una cifra que el Comité de Protección de los Periodistas (CPP), con sede en Nueva York, eleva hasta 30, por la inclusión de más víctimas locales, la mayoría en cualquier recuento. En lo que va de 2013, RSF ha actualizado su lista mundial de obituarios con ocho periodistas más. Cuatro de ellos murieron mientras trabajaban en Siria.
Sherif Mansour coordina la sección de Medio Oriente del CPP. Las cifras de reporteros muertos en Siria le recuerdan sin duda a Irak, un país abatido por la guerra y que no cerró ninguno de los primeros cuatro años tras la intervención estadounidense con menos de una veintena de bajas entre los reporteros y que rozó el medio centenar en 2007. ¿Son un objetivo de guerra? "Sin duda", responde Mansour. "El régimen no quiere que la prensa documente el horror, no quiere que eso pase", prosigue. "Los periodistas están sirviendo además de testigos de la situación y su testimonio pasa a formar parte del proceso de toma de decisiones de la política internacional."
Un dato más, muy ilustrativo, que aporta Mansour sobre la sangría de la prensa en el frente sirio: "El 70% de los que murieron llevaban una cámara en la mano".

Una guerra imprevisible

Así lo hacía la japonesa Mika Yamamoto, de 45 años, cuando fue alcanzada por un francotirador en un barrio del este de Aleppo, el pasado 20 de agosto. Andaba por las calles de la ciudad del norte de Siria a las órdenes de la agencia de noticias Japan Press. Según relató su compañero, Kazutaka Sato, a su lado durante el ataque, el tirador pudo ver que eran del equipo de prensa. Iban protegidos, pero no sirvió de nada. La reportera llevaba 15 años trabajando en países azotados por la guerra, entre ellos, Afganistán, Irak y Uganda. La experiencia tampoco sirvió.
Todas las cautelas son pocas para atacar como mensajero un conflicto atomizado por decenas de brigadas rebeldes, grupos de yihadistas nutridos de extranjeros, milicias de shabihas (matones del régimen) que operan con autonomía y un ejército todavía comandado desde Damasco, que dispara con armamento pesado y poco preciso para evitar el cara a cara, las deserciones y bajas entre sus soldados. La escalada de la violencia ha hecho tan imprevisible la guerra como diferentes son las muertes de las dos últimas víctimas entre los reporteros: Yves Debay, un franco-belga de 58 años, y Mohamed al Horani, un sirio de 33 años.
Debay, ex militar del ejército belga, veterano corresponsal de guerra y fundador de la revista Assaut, en la que firmaba, falleció el 18 de enero pasado, alcanzado por los disparos de un francotirador mientras cubría los enfrentamientos entre rebeldes y leales al régimen, junto a la cárcel de Aleppo. Ese mismo día, Al Horani, colaborador de la cadena qatarí Al jazeera, fue tiroteado al cruzar una calle con un grupo de rebeldes en la localidad de Buser al Harir, provincia de Deraa. Su muerte, grabada en video por uno de los milicianos y subida a la Red, causó gran estupor entre sus pares en el terreno, que buscan que no se cierre el cerco informativo en Siria. Al Horani, micrófono en mano y absolutamente desprotegido, atraviesa un cruce de caminos en segundo lugar y tras ver cómo el cabecilla, armado, había completado la carrera sin problemas. Cinco disparos acaban con el reportero en el suelo, retorcido de dolor. Según la versión de Al Jazeera, Al Horani, activista en los primeros meses de la revolución, falleció por el impacto de tres balas. Roberto Fraile, el camarógrafo español herido en Aleppo vio las imágenes: "La carrera es muy larga -comenta-, yo hubiera pasado primero, quinto, o todos en grupo. Parece un poco raro. Pero criticarlo desde aquí... Hay que estar allí".
Cubrir una guerra informativamente no es una ciencia, pero hay escuelas para saber cómo hacerlo. The Rory Peck Trust, con sede en Londres, es una de ellas. "A los free-lancers les aconsejamos actuar con extrema precaución y no viajar salvo que hayan hecho una evaluación completa de los riesgos y tengan los mecanismos de protección adecuados [chaleco y casco]", explica la vocera de la organización, Molly Clarke. El organismo, centrado en la asistencia a los freelancers , cree de obligado cumplimiento contar con un seguro, conocimientos en primeros auxilios y experiencia en ambientes hostiles. "Y en una situación tan complicada y cambiante como la de Siria -añade Clarke-, es esencial contar con información creíble de fuentes fiables."
Lo eran las que utilizaba el reportero estadounidense de 39 años James Foley, con paradero desconocido desde el pasado 22 de noviembre, fecha en la que fue capturado por un grupo de hombres armados en la provincia de Idlib, mientras trabajaba para la agencia francesa AFP. Jim, como lo conocen sus compañeros, ya fue apresado por fuerzas de Khaddafy en Libia. Experiencia no le faltaba, como tampoco cautela. Es uno de los tres periodistas extranjeros -a los que hay que añadir más de una docena de sirios- que permanecen apresados en algún rincón del país.
Austin Tice, un ex marine estadounidense de 31 años, es el que más tiempo lleva en manos de sus captores. Tice, que escribía para el grupo McClatchy y el diario The Washington Post, fue tomado preso en Damasco el 13 de agosto del año pasado. A principios de octubre apareció en la grabación de un vídeo vendado y custodiado por un grupo de supuestos yihadistas con vestimentas impecables. Muchos creen que fue un montaje. Ese mismo mes, el día 9, fue secuestrada la reportera de Ucrania Ankhar Kotchneva, de 40 años. Se desconoce qué ha sido de ella, después de que los captores hicieran su última petición de rescate en enero

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