Es tiempo de librar la Batalla Cultural
Publicado el 29 de Diciembre de 2011Por
Esta Batalla Cultural implica también revertir el estrecho patriotismo impuesto por el proceso disgregador de América Latina y asumir un nuevo patriotismo continental.
La reelecta presidenta Cristina Fernández de Kirchner reeligió a sus ministros y secretarios. Si la voluntad popular la había reelegido como consecuencia de una política acertada, ¿cuál sería la razón para cambiar a los ejecutores de esa política? Esa política tiene, entre sus elementos constitutivos, un aspecto que la propia presidenta ha llamado la Batalla Cultural.
La Batalla Cultural es un esfuerzo político e intelectual, desde el gobierno y desde la sociedad, que permitirá cambiar el paradigma sobre el cual se ha construido la visión de que los argentinos y argentinas tenemos sobre nosotros mismos. Ello implica, por lo tanto, restablecer un relato histórico que exprese la formación de nuestra sociedad desde la perspectiva de las grandes masas, de los sectores populares, derrotados en la mayoría de nuestras grandes encrucijadas, y de la construcción de nuestra independencia política, territorial y económica. La presidenta lo ha enunciado expresamente en varias oportunidades. En la celebración del Día de la Soberanía en la Vuelta de Obligado, cada 20 de noviembre, y en la reivindicación de nuestra jurisdicción nacional sobre las Islas Malvinas y de nuestra guerra patriótica de 1982, cada 2 de abril, Cristina expresó el núcleo de ese paradigma que se enfrenta al relato establecido en 1853, como resultado de la batalla de Caseros. “Despojar de nuestras cabezas las cadenas culturales, que durante tanto tiempo nos han metido y que son más invisibles y dañinas que los cañonazos,” fue la propuesta lanzada por la presidenta Cristina el 20 de noviembre del año pasado.
Esta Batalla Cultural implica también revertir el estrecho patriotismo impuesto por el proceso disgregador de América Latina y asumir un nuevo patriotismo continental. Significa romper en nuestros cerebros, el verdadero campo donde se libra esta batalla, la idea de una Argentina diferente −por blanca, por europea, por civilizada− al conjunto de los países de la UNASUR o de la CELAC. Estamos volviendo a ser parte de una gran nación latinoamericana y es necesario comenzar a pensar en esos términos, que eran los de San Martín, Artigas, Bolívar y O’Higgins, pero que, en otra batalla cultural perdida, fueron escamoteados. De ahí que el Instituto del Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano se haya propuesto rescatar del olvido o hacer conocer las figuras de grandes compatriotas continentales a los que la balcanización convirtió en desconocidos en su propia tierra.
Además, el año que viene se cumplen 30 años de la Guerra de Malvinas. La sociedad y el Estado argentinos deberán recordar con dolor y dignidad a sus muertos heroicos en la turba malvinense. Tendremos que denunciar, con mayor vigor que nunca, la usurpación colonial británica y reivindicar la gesta que se inició el 2 de abril de 1982. Este año Cristina declaró solemnemente en Río Gallegos: “Hagamos el duro aprendizaje de poder diferenciar las cosas y saber comprender que la patria y sus derechos están por sobre toda otra circunstancia o episodio que nos haya tocado vivir a cada uno de nosotros. Esa parte de la Argentina probritánica, determinada por el paradigma impuesto en Caseros, más la colaboración de los propios británicos inició, con la derrota en el mar Austral, lo que se llamó la “desmalvinización”, quitar de la memoria cultural argentina el orgullo de haber luchado por nuestro territorio. Forma parte de la Batalla Cultural restablecer aquel entusiasmo, revivir −como ocurre en cada reunión de países latinoamericanos− el sentimiento de patria grande que despertó aquella gesta. Este será, en 2012, otro de los momentos de esta batalla.
Y si bien esa contienda que ha propuesto Cristina se da en todos los frentes de la actividad del Estado, la Secretaría de Cultura de la Nación ha tenido y tiene una función decisiva. Jorge Coscia, el secretario de Cultura de la Nación, ha jugado en estos dos años un gran papel. Tanto el Tercer Congreso Nacional de Cultura, el año pasado en San Juan, como el IV Congreso Iberoamericano de Cultura, este año en Mar del Plata, abrieron un amplio debate sobre estos nuevos paradigmas, sobre esta reescritura de nuestra memoria histórica. Los acuerdos celebrados recientemente con la ministra de Cultura de Brasil, Ana de Hollanda, el lanzamiento de los Puntos de Cultura –un programa de democratización de los proyectos culturales y fortalecimiento de las organizaciones de base−, la Cátedra de los Libertadores a lo largo de estos dos años, ha significado, con tantas otras iniciativas, que la cultura argentina es parte de un espacio más amplio, el continental, que, por otra parte, es ratificado por la presencia en el país de tradiciones y culturas de los compatriotas latinoamericanos que habitan nuestro suelo.
Esta batalla incruenta, de ideas, de pensamiento, de debate y reformulación es, de alguna manera, la garantía de continuidad en el tiempo, sin restauración posible, de este momento extraordinario que vive América Latina. Por primera vez en tiempos modernos un gobierno de signo nacional y popular podrá ejercer su mandato por más de diez años continuos. Es el momento para que la impronta de estos años quede fijada para siempre en la autoconciencia nacional.
Estamos velando las armas de la crítica.<
Esta Batalla Cultural implica también revertir el estrecho patriotismo impuesto por el proceso disgregador de América Latina y asumir un nuevo patriotismo continental.
La reelecta presidenta Cristina Fernández de Kirchner reeligió a sus ministros y secretarios. Si la voluntad popular la había reelegido como consecuencia de una política acertada, ¿cuál sería la razón para cambiar a los ejecutores de esa política? Esa política tiene, entre sus elementos constitutivos, un aspecto que la propia presidenta ha llamado la Batalla Cultural.
La Batalla Cultural es un esfuerzo político e intelectual, desde el gobierno y desde la sociedad, que permitirá cambiar el paradigma sobre el cual se ha construido la visión de que los argentinos y argentinas tenemos sobre nosotros mismos. Ello implica, por lo tanto, restablecer un relato histórico que exprese la formación de nuestra sociedad desde la perspectiva de las grandes masas, de los sectores populares, derrotados en la mayoría de nuestras grandes encrucijadas, y de la construcción de nuestra independencia política, territorial y económica. La presidenta lo ha enunciado expresamente en varias oportunidades. En la celebración del Día de la Soberanía en la Vuelta de Obligado, cada 20 de noviembre, y en la reivindicación de nuestra jurisdicción nacional sobre las Islas Malvinas y de nuestra guerra patriótica de 1982, cada 2 de abril, Cristina expresó el núcleo de ese paradigma que se enfrenta al relato establecido en 1853, como resultado de la batalla de Caseros. “Despojar de nuestras cabezas las cadenas culturales, que durante tanto tiempo nos han metido y que son más invisibles y dañinas que los cañonazos,” fue la propuesta lanzada por la presidenta Cristina el 20 de noviembre del año pasado.
Esta Batalla Cultural implica también revertir el estrecho patriotismo impuesto por el proceso disgregador de América Latina y asumir un nuevo patriotismo continental. Significa romper en nuestros cerebros, el verdadero campo donde se libra esta batalla, la idea de una Argentina diferente −por blanca, por europea, por civilizada− al conjunto de los países de la UNASUR o de la CELAC. Estamos volviendo a ser parte de una gran nación latinoamericana y es necesario comenzar a pensar en esos términos, que eran los de San Martín, Artigas, Bolívar y O’Higgins, pero que, en otra batalla cultural perdida, fueron escamoteados. De ahí que el Instituto del Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano se haya propuesto rescatar del olvido o hacer conocer las figuras de grandes compatriotas continentales a los que la balcanización convirtió en desconocidos en su propia tierra.
Además, el año que viene se cumplen 30 años de la Guerra de Malvinas. La sociedad y el Estado argentinos deberán recordar con dolor y dignidad a sus muertos heroicos en la turba malvinense. Tendremos que denunciar, con mayor vigor que nunca, la usurpación colonial británica y reivindicar la gesta que se inició el 2 de abril de 1982. Este año Cristina declaró solemnemente en Río Gallegos: “Hagamos el duro aprendizaje de poder diferenciar las cosas y saber comprender que la patria y sus derechos están por sobre toda otra circunstancia o episodio que nos haya tocado vivir a cada uno de nosotros. Esa parte de la Argentina probritánica, determinada por el paradigma impuesto en Caseros, más la colaboración de los propios británicos inició, con la derrota en el mar Austral, lo que se llamó la “desmalvinización”, quitar de la memoria cultural argentina el orgullo de haber luchado por nuestro territorio. Forma parte de la Batalla Cultural restablecer aquel entusiasmo, revivir −como ocurre en cada reunión de países latinoamericanos− el sentimiento de patria grande que despertó aquella gesta. Este será, en 2012, otro de los momentos de esta batalla.
Y si bien esa contienda que ha propuesto Cristina se da en todos los frentes de la actividad del Estado, la Secretaría de Cultura de la Nación ha tenido y tiene una función decisiva. Jorge Coscia, el secretario de Cultura de la Nación, ha jugado en estos dos años un gran papel. Tanto el Tercer Congreso Nacional de Cultura, el año pasado en San Juan, como el IV Congreso Iberoamericano de Cultura, este año en Mar del Plata, abrieron un amplio debate sobre estos nuevos paradigmas, sobre esta reescritura de nuestra memoria histórica. Los acuerdos celebrados recientemente con la ministra de Cultura de Brasil, Ana de Hollanda, el lanzamiento de los Puntos de Cultura –un programa de democratización de los proyectos culturales y fortalecimiento de las organizaciones de base−, la Cátedra de los Libertadores a lo largo de estos dos años, ha significado, con tantas otras iniciativas, que la cultura argentina es parte de un espacio más amplio, el continental, que, por otra parte, es ratificado por la presencia en el país de tradiciones y culturas de los compatriotas latinoamericanos que habitan nuestro suelo.
Esta batalla incruenta, de ideas, de pensamiento, de debate y reformulación es, de alguna manera, la garantía de continuidad en el tiempo, sin restauración posible, de este momento extraordinario que vive América Latina. Por primera vez en tiempos modernos un gobierno de signo nacional y popular podrá ejercer su mandato por más de diez años continuos. Es el momento para que la impronta de estos años quede fijada para siempre en la autoconciencia nacional.
Estamos velando las armas de la crítica.<
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