domingo, 4 de diciembre de 2011

Sociedad

Amores perros

En Argentina, muere más de una mujer por día a manos de maridos, novios o "amigovios". En 2009 fueron 231; en 2010, 260; en 2011, ya hay 237 víctimas y cada vez más las víctimas son menores. Por qué no funcionan los alertas y las leyes. Qué relación hay entre la violencia machista y la libertad conquistada por las mujeres en las últimas décadas
Por Fernanda Sandez | Para LA NACION
Casi una por día. Así mueren las mujeres en la Argentina: a ritmo de clepsidra. Gota sobre gota, con ese compás tenso de lo que se sabe que va a suceder. José Samid, metido a teórico del femicidio (asesinato de mujeres por odio sexista) lo dijo "a lo bestia", pero lo dijo: "Debido a este adelantamiento de la mujer, al hombre se le activa el botón de la locura y pasa lo que pasa. Yo creo que tenemos que aceptar el diagnóstico para solucionarlo. Porque si decimos todos que es un loco, tenemos una fábrica de locos cada treinta horas. Yo no adhiero a la teoría del loco".
No todas las feministas se santigüaron ante sus dichos, por que éstos coinciden con una línea de análisis que muchas de ellas consideran desde hace tiempo: la relación directa entre el progreso de la mujer y la reacción (violenta, asesina) de un sistema social que descansa sobre sus espaldas. No, Samid no se equivoca: hay un miedo, una desazón, una impotencia que (sin por eso justificarla en lo más mínimo) decanta hacia el lado salvaje. Desde luego que no hay nada parecido a un "botón de la locura", ni víctimas que sean responsables, también, de su propia muerte. Pero sí hay un modo esencialmente injusto de funcionamiento social que siente cómo el terreno comienza a rajarse bajo sus pies. Y, al sentirse amenazado por quienes ahora quieren ser consideradas iguales, reacciona como mejor sabe: matando.
El 25 de noviembre, de hecho, se conmemoró el Día Internacional contra la Violencia de Género. Desde el Obelisco se tendieron paños rojos hacia los cuatro puntos cardinales, en alusión a los "ríos de sangre del femicidio en Argentina". El 26, una mujer fue asesinada por su ex pareja en Lincoln; el 27, los cadáveres de otras cuatro - entre ellas, una nena de once años- aparecieron en La Plata. En Argentina, donde muere más de una mujer por día a manos de maridos, novios, "amigovios", sobran declaraciones y faltan leyes, presupuesto, estadísticas oficiales, decisión política y -sobre todo- verdadera alerta social frente a una pila de muertas que crece a razón de 10% por año. En 2009 fueron 231; en 2010, 260. De estas últimas, 11 eran menores; en 2011, ya hay 237 víctimas (faltan las de noviembre) y las menores de edad suman 30. ¿Lo peor de todo? Saber que no serán las últimas.
Amo y señor
La chica se aleja. El la sigue. Ella apura el paso. El la agarra del codo.
-Pará, nena. ¿Adónde vas?
Ella lo mira. El la agarra del pelo. De la nuca. Del pelo de la nuca. La besa. Se besan. La chica da media vuelta. Y vuelta a comenzar.
-Pará, pará un poco, che.
Es un segundo. Siempre es un segundo. Lo que duda quien mira la escena desde afuera. "¿Qué hago?¿Me meto? No, que se arreglen ellos. Cosas de novios." Cierta iconografía del amor dice que la cosa es así. Tironeada, difícil, a los besos. Que "en el amor y en la guerra todo vale", incluido un empujón de vez en cuando. O una cachetada, al más puro estilo Arnaldo André y Luisa Kulliok en los viejos días de Amo y señor. Amo y señor, vaya título. Pero no sólo para nombrar a una de las telenovelas más vistas de los ochenta, sino también para comprender una palabra vieja y nueva a la vez: femicidio. Vieja por lo que dice (un hombre mata a una mujer cercana a la que considera tan suya como el auto o el control remoto), nueva porque no tiene ni cuarenta años. En efecto, hasta que la feminista Carol Orlock no lo bautizó así "femicidio", asesinar a una mujer literalmente era un crimen sin nombre ni números. Pero algo de eso comenzó a cambiar hace cuatro años en nuestro país con la apertura del Observatorio de Femicidios Adriana Zambrano, una iniciativa de la ONG La Casa del Encuentro y -en ausencia de cifras oficiales- el relevamiento más confiable del que disponemos.
"Relevamos 120 medios de todo el país y todas las agencias de noticias, y ése es otro límite: sólo contamos los casos con denuncias. La cifra real sigue siendo negra", explica Fabiana Túñez, coordinadora de la ONG. ¿Por qué el nombre Adriana Zambrano? Porque así se llamaba la mujer muerta a patadas en Jujuy por su marido, a quien la Justicia condenó a sólo cinco años de cárcel. Hoy, en su honor, el único contador de muertes femeninas lleva su nombre. Y, en su deshonor, no para de sumar víctimas. De las hasta ahora 237 muertes del año, 88 murieron a manos de su pareja, marido o novio; 49, a manos de su ex pareja, marido o novio. Esto es, en la mayoría de los casos el asesino estaba en una o había tenido una relación íntima con la muerta. Y la pila de muertas que crece a un ritmo del 10 por ciento anual hace de la Argentina el cuarto país de América latina con mayor cantidad de femicidios.
Pero ni siquiera eso da verdadera dimensión del problema social en juego. Porque, como bien señala Túñez, a veces el odio sexista mata a la mujer por única vez. Pero otras la mata a repetición por el resto de su vida. "Para eso, se mata a sus hijos, a sus más queridos. Hablamos aquí de ´femicidio vinculado´, un fenómeno que se repite en todo el país, como un patrón. Lo que se busca es vengarse de esa mujer, destruirle la cabeza", dice. "Te voy a pegar donde más te duele", le había prometido Adalberto Cuello a la madre de Tomás, el chiquito asesinado en Lincoln. Mil muertes en una sola vida. Pero ése es el final. El comienzo es siempre otro. Y suele estar pintado de rosa y corazones.
Te amo, te odio, dame más
Yo, Tarzán. Tú, Jane. De un lado, el amo; del otro, la ¿mascota? ¿La presa? El noviazgo violento tiene esas cosas: todo se vuelve oxímoron. Romeo acuchilla y Julieta se ataja mientras puede, y cuando ya no puede más también, a los puntazos. "Pero aquí no hay amor posible porque el amor necesita dos sujetos. Y aquí hay uno al que se le quita su condición de tal", explica Patricia Faur, autora de Amores que matan (Ediciones B), experta en vínculos adictivos y docente de la Universidad Favaloro. Así, en 2010, once de las asesinadas fueron adolescentes. Y este año, la cosa no va para mejor: el Observatorio de Femicidios ya ha relevado casi 30 casos de chicas muertas a manos de su círculo íntimo. Pero, antes del final, siempre hay un preludio trágico que va desde los golpes hasta la descalificación o el control constantes, que también son violencia. "La cultura patriarcal, discriminadora y cosificadora de las mujeres en la que vivimos hace que no percibamos como violencia cosas que sí lo son. Por eso decimos que la violencia madre de todas las violencias es la violencia de género", apunta Gimol Pintos, de la oficina de Unicef en Argentina. "Eso hace que estos episodios se silencien, se oculten. Por eso desde Unicef estamos haciendo campaña para que todo esto comience a visibilizarse ya desde el noviazgo", agrega. Es que detrás de cada chica maltratada y eventualmente asesinada por un "noviecito", el telón de fondo es siempre el mismo: el hábitat matón al que nos hemos acostumbrado a circular. El runrún de prepotencia en el que nadamos, y que hace que sólo la bestialidad más extrema (las 118 puñaladas de Fabián Tablado a Carolina Aló; el cuerpo de Wanda Taddei envuelto en llamas, por caso) se vuelvan dignas de ser recordadas. Y todo con la excusa del amor -"que todo lo perdona"- como justificativo. Nada de sorpresa entonces si el flechazo de Cupido muta en misil tierra-aire. Y arrasa con Fabiana, Soledad, Maira, Marianela (19, 20, 16, 15 años), y demás novias cadáver de 2010.
Julieta encadenada
¿La minifalda? "No. Es muy de trola." ¿El jean? "No, te marca todo." Y así hasta que el guardarropas entero de Andrea se convertía en un dinosaurio dormido sobre su cama y ya no había más prenda que someter a juicio. A juicio de su novio de entonces, Agustín, que se sentaba en una silla a mirar y a decidir (pulgar abajo, pulgar arriba) lo que su novia podía o no ponerse. Amo y señor. "Yo no lo veía como algo anormal y en casa nunca nadie dijo nada. Pero no es normal, eso. ¿Cómo alguien va a decidir por vos cómo te vas a vestir?", se pregunta hoy la misma chica que aceptó por dos años aquel siniestro test. Pasaron cinco desde entonces. Pasaron, también, muchas horas de terapia y talleres en los que (veinte años, mechón verde, pulseras incontables) aprendió que eso a lo que ella le decía "amor" se llamaba de muchas otras maneras pero ninguna que comenzara con "a". "Ojo, nunca me golpeó. Pero ni falta que hacía. Me miraba y yo ya sabía qué tenía que hacer. Me hizo pelear con mis amigas, con mi mamá. Hasta que un día me di cuenta de que lo único que yo tenía era él. Y ahí me empezó a tratar todavía peor." Escuchar una sola historia es escuchar las otras mil, porque el círculo se repite calcado: seducción, romance y, de a poco, la trampa cerrada con candado del lado de afuera. Pero, ¿cómo comenzar a detener la picadora de carne cuando hemos crecido respirando eso? ¿Cantando eso?
Letras como "El verdugo Sancho Panza ha matado a su mujer porque no tenía dinero, para irse, para irse al café" o "Bichito Colorado, mató a su mujer, con un cuchillito cabeza alfiler, le sacó las tripas, las puso a vender" no son anécdotas: son rondas infantiles. El tango (con ejemplos como "Noche de Reyes" o "Tomo y obligo") es otra cantera inagotable de frases letales. Pero tampoco hay que ir tan atrás. El estribillo "Ella quiere látigo", de los Wachiturros, o Antonio Ríos cantando "Te voy a hacer el amor hasta que no respires" vienen por el mismo lado. ¿Exageración? Tal vez, pero el cadáver femenino de cada día exige una escucha más aguda. La Asociación Mujeres en Igualdad (MEI) señaló el nivel de sexismo y agresión en el hit de los Wachiturros, pero no sólo eso: lanzó además una campaña para crear conciencia (Violencia nunca) y un concurso nacional llamado "El amor no duele". "Los chicos marcan como el gran problema los celos, porque eso es lo que lleva a querer dominar la relación", dice Monique Altschul, directora de MEI. "También detectamos que el 30 por ciento de las adolescentes que son violentadas nunca lo revela, y que el 70 por ciento restante sólo lo hace ante amigas íntimas. Rara vez se denuncia" ¿Cambiarían las cosas si lo hicieran? A juzgar por lo que dicen las estadísticas, no: 26 de las muertas de 2010 habían denunciado antes; en seis casos, el asesino había sido excluido del hogar. Nuestro país cuenta además con una ley (la 25.485), pero es una ley que no prevé penas. Así, la "ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales" es un primer (e insuficiente) paso. "Necesitamos leyes complementarias que penen al femicida y que digan claramente que eso es algo que la sociedad no tolera", dice Túñez.
Pero lo que la sociedad no tolera ciertamente no es el crimen y sus prolegómenos (las pruebas están a la vista), sino el "no". El hecho de que la mujer-cosa (entrenada para seguir siéndolo toda su vida en la escuela del noviazgo violento) un día quiera dejar de serlo. Eso es lo intolerable: que abra la boca y no sólo las piernas. Que abra la puerta para ir a trabajar. Bien lo dijo Samid: "Las mujeres nuestras, nuestras madres, nuestras hermanas, eran de una manera. Ahora que tengo sesenta, son de otra. Antes no fumaban en la calle, no salían a trabajar". No decían que no, de hecho. Dulces tiempos aquellos de "siqueridismo" militante. Tal vez por eso cuando aquellas mujeres ("nuestras") comenzaron a reclamarse un poco para sí mismas, adiós. Cambiaron. Fueron "de otra manera". Amenazante. Y así es como después "pasa lo que pasa".
Cuando el conato de rebelión de la víctima se vuelve señal de alarma y activa ya no el "botón de la locura", sino los resortes de control social mucho más inconfesables. Los más larvados, esos en los que Sergio Sinay identifica como parte de la "masculinidad tóxica". Como en el tango, la muerte aparece aquí como la única "reparación" justa a la "traición" cometida. En ese sentido, todos -especialmente los medios de comunicación- ofician como caja de resonancia de lo que pocos se animan a decir en voz alta: "Mirá lo que les pasa a las que dicen que no". Los llamados "crímenes de honor" en Oriente, esos que despeinan a más de un lector políticamente correcto de este lado del mundo, responden a la misma matriz y castigan el mismo delito que los femicidios aquí: la desobediencia. La original, la que no se perdona porque sobre su espalda se apoya el edificio social entero. Sólo que como ya no hay Paraíso de donde expulsarla, a Eva simplemente se la ahorca, balea, quema, degüella o descuartiza (ver recuadro). Algunos le dicen "locura", "locura de amor". Pero ni una cosa, ni la otra; puro conflicto patrimonial. Acabado el romance (cuestionado el control) el amo se presenta y reclama lo suyo. Su media res. Un cuerpo. Dos, cuatro. Y así, hasta llegar a 260.
Hombres comprometidos
El 16 de diciembre de 1989, en Canadá, un hombre armado entró en la Escuela Politécnica de Montreal, pidió que se quedaran "sólo las mujeres" y comenzó a disparar. En lo que desde entonces se conoce como la "Masacre de Montreal" y constituye uno de los ejemplos más extremos de violencia de género, mató a 14 estudiantes de entre 20 y 31 años, a quienes había acusado antes de ser "unas feministas". Según una carta que dejó antes de suicidarse, sentía que las mujeres le habían usurpado el lugar que él creía merecer en la universidad por el sólo hecho de ser hombre y pese a no haber logrado aprobar los exámenes de admisión a Ingeniería. Planeaba también -se supo después- seguir la matanza con otras "desobedientes" (a las que llegó a mencionar en una lista), entre las que se contaban la primera mujer bombero de Canadá y la capitana de policía de la ciudad. "He decidido matar a todas las feministas que han logrado arruinarme la vida. Ellas siempre han tenido el talento de irritarme", anotó en su carta de despedida.
Lo que el asesino seguramente nunca imaginó fue que la brutalidad de su acto terminaría despertando la conciencia de los hombres que no ven la violencia como modo de relación posible entre los sexos. Dos años después, nacía en ese país un movimiento que terminaría siendo global: la Campaña del Lazo Blanco, que reúne a todos los varones comprometidos con el fin de la violencia hacia las mujeres. La campaña (hoy de alcance mundial) tiene representación también en Uruguay y en la Argentina. "Nuestra meta es que todos los hombres y los niños se impliquen en una campaña dedicada a crear un futuro sin violencia para las mujeres", dicen sus promotores. Todo un comienzo.

CIFRAS DE TERROR

Durante 2010 hubo 260 femicidios, cuyas víctimas murieron de muy diversos modos, a cual más violento
71 Baleadas
50 Golpeadas
49 Apuñaladas
25 Degolladas
25 Estranguladas
11 Quemadas
5 Descuartizadas
Fuente: Informe de Investigación 2010 del Observatorio de Femicidios en la Argentina.

"Sabés que siempre voy a estar para vos"

-¿Qué hacés, nena?-gritó Eduardo [Vázquez].
-¿Por qué hacés esto?-dijo Wanda [Taddei] intentando mantener la calma-. Los nenes están durmiendo.
-¿Y a mí qué me importa? Son tus hijos. Quedate a cuidarlos, si tanto te preocupan.
-¿Por qué me decís eso? ¿Qué te hice?-Wanda se mantenía alejada, Eduardo la miraba desde el sillón, furioso.
-¿Dónde mierda estabas?
-En lo de mi vieja. Tomando unos mates mientras vos dormías.
-Mi suegrita, que me adora. ¿Estaba la atorranta de tu hermana, también?
-No le digas así, Eduardo. No me gusta.
-¿No tengo razón?
-¡Basta, por favor, Eduardo! -gritó Wanda-. ¡Terminala de una vez!
Eduardo se levantó y comenzó a perseguirla por el living. Wanda lo esquivaba.
-Que sea la última vez que me levanto y no te encuentro. Sabés que no me gusta. Estoy como el culo, che... No la quiero a tu vieja cerca. ¡Si la veo que viene a calentarte la cabeza, le prendo fuego!
Wanda se acercó. Eduardo ahora parecía más calmado y ella empezó a acariciarlo.
-Bueno, bueno... ya está. Sabés que siempre voy a estar para vos.
-Demostralo, entonces. Wanda lo besó, él la abrazó y se sintió mejor.
Fragmento de Secretos argentinos. La intimidad de los crímenes que conmovieron al país, de Marcelo Camaño y Miriam Lewin (Aguilar).

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