miércoles, 16 de octubre de 2013

medios


MEDIOS Y COMUNICACION

El show no debe continuar

Según Matías Casas, la hibridación entre ficción y realidad reproduce, desde una operación mediática, la continua frivolización de tragedias individuales que se convierten en temáticas centrales de la vida pública.

Final del formulario

http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Matías Emiliano Casas*

“Esto demuestra que no fue el portero, él no mató a Angeles.” La joven que escucha atentamente a su enamorado le refuta “pero es Araceli, no es Angeles”. “Ya lo sé, es la misma banda, es el mismo patrón, hay otra chica más”, el muchacho sentencia con firmeza. La situación surrealista de un bar porteño podría pasar desapercibida ante la innumerable cantidad de ejemplos que se suceden cotidianamente. Empero, la revelación del caso por parte del joven evidencia un posicionamiento que resulta cada vez más frecuente entre los consumidores de los medios de comunicación dominantes. La resolución de enigmas policiales al estilo de Arthur Conan Doyle o Agatha Christie ya no configura sólo un género de la narrativa literaria. La hibridación entre ficción y realidad reproduce, desde una operación mediática, la continua frivolización de tragedias individuales que se convierten –sin autorización alguna– en temáticas centrales de la vida pública.

Hace algunos días, la policía halló el cuerpo sin vida de una adolescente que se encontraba desaparecida. Las cámaras, luces, micrófonos y grabadores trasladaron su escenario ambulante hacia el noroeste del conurbano bonaerense. El melodrama que más vende en las programaciones identificó los personajes, la trama, el desenlace y se lanzó al estreno. Con la nula preocupación por los familiares, se desa-rrollan hipótesis que, a modo de sucesión de capítulos en una temporada de serie norteamericana, inundan los canales televisivos, las emisiones radiales y las páginas de los diarios. Los periodistas especializados en policiales se multiplican. Los “periodistas especializados en todo” abordan el tema. El derrotero de la investigación policial deviene en talk-show donde convergen las situaciones más inverosímiles con el archivo de la causa. Escena repetida.

El filósofo lituano Emmanuel Lévinas plantea que un rostro no es un conjunto de una frente, dos ojos, una nariz y una boca, dado que su significación desborda su imagen. Los medios tienden a abusar de la utilización de los rostros de las víctimas. En esa operación las imágenes se resignifican de manera continua, la repetición produce el desplazamiento de la identificación con la persona a la identificación con el personaje unilateralmente creado por los comunicadores. En el espectáculo de la criminalización los que sufren la deshumanización son las víctimas. Los estudiosos de la dramaturgia aseguran que los actores deben reafirmar su condición de tales en torno de la relación con el público. Es decir, quien les otorga la legitimidad para representar diversos personajes es el espectador. Aquí las relaciones se tejen desde diferentes sectores. Los medios de comunicación construyen una representación de las víctimas adecuada a la lógica del consumo mediático. Como si no hubiese sido suficiente el trágico destino terrenal, se resignifica su condición y se las manipula atendiendo las necesidades de los espectadores. El público, por último, acepta el desafío y se debate entre las múltiples explicaciones esbozadas por los interlocutores de turno.

Los consumidores de los melodramas policiales adoptan una postura activa en el desarrollo de la trama. El contraste de hipótesis, la identificación de culpables, la exoneración de inocentes y las profecías sobre la resolución final aparecen con llamativa celeridad en el discurso del público como si se tratase de un capítulo de Mentes criminales, CSI o La ley y el orden. El teatro, el cine y la televisión han dejado numerosos ejemplos de la identificación entre los espectadores y los personajes. La tragedia se intensifica cuando se recuerda que aquí no hay actores. El aparentemente simpático entretenimiento que para muchos radica en disfrazarse de detectives y resolver el misterio se realiza a costa del sufrimiento –real, no representado– de otros.

El poeta Octavio Paz definió la modernidad como un “baile de máscaras”. Los recurrentes ejemplos en la prensa argentina nos permiten pensar que aquí ni los muertos están exentos de ellas. Manipulados hacia una función que nunca quisieron representar, los medios hegemónicos no vacilan en atribuirles características, publicar su privacidad y transgredir cualquier tipo de intimidad. Familiares, amigos, vecinos, para todos existe un papel de reparto y una caracterización. Las situaciones se van reproduciendo con la lógica de una serie que necesita captar y sostener la tensión de sus espectadores. La musicalización, las imágenes, la producción de lo que antes era noticia y devino en escena contribuyen a transformarla en espectáculo. Los consumidores reproducen, enfatizan y realizan sus apuestas. Los límites se tornan difusos, las fronteras permeables. El show no siempre debe continuar.

* Profesor Magister en Historia (Untref, Conicet).

Límites

Marta Riskin reflexiona sobre los límites a la ley, al Estado y la democracia a raíz de los cuatro años de vigencia y aplicación parcial de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

Final del formulario

http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Marta Riskin *

“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.”
Ludwig Wittgenstein Tractatus logico-philosophicus (1922)

Límites a la Ley

La Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual ha resultado tan poderosa, aun en su aplicación parcial, que obligó a sus detractores a invertir cuatro años de ingentes esfuerzos para eludir su aplicación integral.

Desatada la batalla cultural, muchos ciudadanos ajenos a la problemática tuvieron la oportunidad de diferenciarse o convalidar su adhesión a usinas de opinión que, en el pasado, consideraban neutrales e incuestionables.

Más aún, se popularizaron interrogantes acerca de cómo se construyen propias y ajenas subjetividades, hasta entonces contenidos exclusivos del ámbito científico y académico.

Cuestiones como “qué leemos” o “qué miramos” y “por-qué-pensamos-lo-que- pensamos” ganaron las calles, inclusive las de Internet, resignificando la búsqueda de identidad ideológica y renovando conciencia política.

Cada vez más argentinos de a pie, como gustan expresar ciertos comunicadores, desafían a periodistas omnipotentes y se transforman en protagonistas de una fiesta que desenmascara, desde la falta de talento a los pequeños intereses.

Lamentablemente, los numerosos y prometedores efectos individuales y colectivos inducidos por la aplicación parcial de la ley para la verdadera libertad de expresión todavía no parecen suficientes a uno de los poderes del Estado para ponerle límites a toda forma de monopolio comunicacional.

Límites al Estado

Si parecía una perogrullada insistir en que la aspiración, convertida en consigna opositora, de “poner límites al Gobierno” se contradecía con la negativa del “Grupo” a aceptar normas democráticas, la audiencia pública de la Corte Suprema del último agosto expuso que no existe tal contradicción para quienes sostienen la supremacía de los intereses corporativos sobre los nacionales.

Gracias a la insistencia en argumentos tipo “Las libertades son de nosotros y los límites para los demás”, el mensaje de los amicus fue muy preciso: creen que el control sobre la voz pública es un privilegio exclusivo de quienes ostentan el poder económico y, en consecuencia, consideran justo y legítimo su posicionamiento por encima de la igualdad ante la ley.

Asimismo, la transparencia con la cual manifestaron su propio imaginario exterioriza el histórico conflicto que enfrenta la Corte: acceder a la voluntad de los grupos económicos concentrados no sólo recorta las oportunidades para mantener los principios y acciones tendientes a crear sociedades más justas. Equivale a vulnerar todas las fachadas de imparcialidad republicana y a otorgar legalidad a un gobierno paralelo, con poder para condicionar las elecciones ciudadanas y ejercer control sobre sus representantes.

No en vano Michel Foucault advertía: “Entre las prácticas sociales en las que el análisis histórico permite localizar la emergencia de nuevas formas de subjetividad, las prácticas jurídicas, o más precisamente, las prácticas judiciales, están entre las más importantes”. (La verdad y las formas jurídicas, 1973.)

Límites a la democracia

La apropiación del poder simbólico del Estado sin recurrir a las urnas no sólo deslegitima a los poderes Ejecutivo o Legislativo. También pone límites a la democracia y cuestiona a la República como representación de la comunidad.

Cuando se cede el control legal de la ciudadanía al poder económico, cabe esperar se acceda a invalidar tratados como el del río Uruguay o a “cierres de gobierno”, como en América del Norte.

Los Estados pueden sucumbir y no es una metáfora.

La historia es pródiga en civilizaciones cuyos nombres apenas se recuerdan, pero la decadencia de los países no es menos dolorosa ni ejemplar.

Argentina ha demostrado en sólo diez años que el crecimiento con inclusión social, aun con todas sus dificultades, funciona.

Hoy, la ciudadanía recoge los frutos del trabajo colectivo y amplias mayorías descubren la potencia y las posibilidades que ofrece respetar las leyes, los acuerdos y la palabra empeñada.

Para profundizar estas huellas resulta imprescindible la participación popular en todos los debates, en especial aquellos que la voz monocorde, fatalmente, elude o condiciona. Por el contrario, la multiplicidad de fuentes de información acrecienta los aportes políticos, exige la corrección de los errores, discute y selecciona los mejores proyectos.

Suele imaginarse que “La gran conquista de la democracia..., el derecho de dar testimonio, de oponer la verdad al poder, se logró al cabo de un largo proceso nacido e instaurado definitivamente en Atenas durante el siglo V” (La verdad y las formas jurídicas, 1973); pero sólo será definitiva mientras la defendamos entre todos, jueces incluidos.

* Antropóloga.

Compartir: 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario