sábado, 15 de marzo de 2014

La violencia en el pedestal: la más famosa de la tele

La violencia en el pedestal: la más famosa de la tele

Entrevista a Magdalena Albero Andrés

Autor: Oriol Calabuig

Magdalena Albero es Doctora en Ciencias de la Comunicación en la UAB, doctorada en Comunicación y Educación por la Universidad de Indiana (Estados Unidos). En su currículum como profesora/investigadora figuran una lista destacable de universidades norte-americanas: York (Toronto, 2005-2006), Simon Fraser (Vancouver, 2001), University of California (Berkeley, 1993), Université Laval (Quèbec, 1984) y Indiana University (Bloomington 1978-1982). Sus principales líneas de investigación se centran en el estudio de la relación de niños y jóvenes con los medios de comunicación, desde una perspectiva cognitiva y socio-cultural. Una parte importante de sus trabajos como investigadora giran en torno los medios de comunicación y su potencial papel educativo –especialmente en lo que se refiere al empleo de contenidos sexuales y violentos–.

A partir del uso de una aproximación holística al estudio de la realidad y de una metodología cualitativa, sus estudios cuestionan las conclusiones y afirmaciones categóricas que se fundan en resultados obtenidos a partir de estadísticas de hábitos de consumo de medios de comunicación y análisis de contenido. Su atención al receptor y su entorno socio-afectivo y cultural nos lleva a descubrir que es necesario plantear un debate sobre la violencia en los medios de comunicación.

Autora de diferentes libros y artículos sobre el tema, entre sus publicaciones más recientes encontramos: 'Televisión, violencia y sexo en la adolescencia' (Octaedro. Barcelona, 2011) y 'Internet, jóvenes y participación cívicopolítica' (Octaedro. Barcelona, 2010). Para acceder a algunas de sus publicaciones puede consultarse el siguiente enlace. En la actualidad, forma parte del grupo de recerca –reconocido por la Generalitat de Catalunya–: 'Complexitat, Comunicació i Sociolingüística' (vinculado a la UB). Pero también fue directora de la parte española en algunos proyectos financiados por la CE: 'Civicweb. Young People, the Internet and Civic Participation' (VI Programa Marc, 2006-2009); y 'Mediarelate. Understanding Media Images of Love Sex and Relationships' (e-learning, 2002-2004).







Recolectando información me he dado cuenta que casi siempre aparecen ensayos, estudios o artículos con conclusiones similares o guiados por una máxima: “La violencia engendra violencia”. Parece obvio que un estudio de este nivel debería entrañar una complejidad muy elevada. Incluir aspectos sociales, culturales, psicológicos, comunicativos y hasta biológicos. Pero en general, tienden a tratar la audiencia como un ente pasivo que asume aquello que ve, haciendo un énfasis sistemático en el análisis del mensaje. ¿Es un error dejar de lado al público?

De hecho es el error más común. Vivimos una época donde todo debe ser cuantificado. Se asume que lo que no puede ser cuantificado no existe. Así, contamos los actos violentos que aparecen en los contenidos audiovisuales, contamos la audiencia que los consume, el porcentaje según edades y el tiempo de consumo de estos contenidos. A partir de ahí asumimos como ciertos una serie de efectos que ese consumo de violencia audiovisual pueden causar. Pero nada sabemos del receptor y sus circunstancias. No estudiamos sus emociones, su experiencia vital, su contexto de recepción o su personalidad. Y tendemos a imaginar grupos homogéneos de receptores centrándonos sólo en su edad o en su estatus social.

Todos somos diferentes y reaccionamos de manera distinta. Hay personas a las que consumir contenidos violentos en televisión o en videojuegos les puede desencadenar una reacción agresiva, pero ésta no depende sólo del consumo de contenidos audiovisuales violentos. Dependerá también de muchos otros factores que están relacionados con sus experiencias individuales y de grupo. A lo largo del proceso de socialización de un individuo intervienen muchos agentes además de los medios de comunicación. Entre esos agentes, la familia y el grupo de edad tienen un gran peso en el desarrollo de la afectividad y por tanto marcan los sentimientos, las actitudes y las ideas de una forma más poderosa que los medios de comunicación.


En su libro Televisión, violencia y sexo en la adolescencia llevó a cabo un estudio bastante exhaustivo. ¿Cuáles fueron los pilares?

Se trataba de hacer un estudio exploratorio en el que más que buscar respuestas a preguntas, lo que buscaba era encontrar nuevas preguntas que me permitieran adentrarme más en el conocimiento de la realidad compleja que estaba estudiando. No buscaba por tanto la generalización de resultados. Por eso trabajamos con una muestra pequeña pero que nos aportara la mayor cantidad de información posible para que pudiéramos comprender qué papel jugaba el consumo televisivo en su realidad cotidiana y en la formación de sus deseos y expectativas.

En primer lugar pasamos una encuesta a un grupo de 100 adolescentes entre 12 y 16 años. Con ella buscábamos información básica sobre su contexto familiar y socio-cultural, hábitos de consumo y actitud frente la televisión. Eran preguntas abiertas para hacer un primer proceso descriptivo. Los resultados de la encuesta se utilizaron como base para ir diseñando las siguientes etapas. Luego repartimos a cada participante una libreta donde, a modo de diario personal, les pedimos que reflejaran qué veían en la tele, qué les gustaba y qué no y por qué. Podían pegar fotografías de sus programas preferidos y les dimos libertad para que comentaran lo que quisieran sobre violencia y sobre sexo. La idea era recoger información más espontánea e íntima. Una vez analizados los contenidos de los diarios personales e identificados temas recurrentes y novedosos, entrevistamos a los autores de los diarios. Así pudimos corroborar los datos y las ideas que habían aparecido en los diarios, desarrollarlas mejor aportando también nuevos datos. La última parte fueron grupos de discusión formados por 6-8 adolescentes en cada uno de los colegios que participaron. El objetivo era intentar conocer las posibles razones por las que los adolescentes coincidían mayoritariamente en los mismos programas a la hora de manifestar sus preferencias y rechazos.


Me sorprendió bastante la madurez con que interpretaban los contenidos en la televisión los jóvenes. Por ejemplo, la capacidad de discernir entre la violencia en ficción y las imágenes reales, o la capacidad de valorar si lo que ven es humor inteligente o no. Más aún, hablando de Crónicas Marcianas destacan la violencia verbal por encima de la física. ¿Somos conscientes de cómo es capaz de interpretar contenidos violentos un chico de 14 años?

Creo que no somos conscientes. Muchas de las respuestas que me dieron me sorprendieron mucho. Tendemos a pensar que son pasivos, que están todavía en proceso de formación, pero llevan muchos años viendo televisión. Piensa que a los siete años ya han adquirido la diferenciación entre realidad y ficción. En parte porque han aprendido a descifrar el lenguaje televisivo y reconocen lo que es una producción televisiva, pero también por los comentarios de su entorno. Aborrecen el telediario desde pequeños. En el estudio decían que lo veían para estar informados, pero que no les gustaba. ¿Por qué? Su respuesta mayoritaria fue que no les gustaba porque sabían que aquellas noticias desagradables eran reales.

El tema de los distintos tipos de violencia también me sorprendió. Supongo que el hecho de haber estado expuestos en algún momento de su vida diaria a situaciones donde hay violencia verbal, les ayudaba a distinguirla. Otro error de planteamiento habitual en la planificación de los estudios sobre violencia y televisión es entender la violencia como golpes, porrazos y tiros. Hay muchas formas de violencia y no todo el mundo las distingue todas.


¿Qué fue lo que más le sorprendió de todo el material recogido?

Cuando se trata de contenidos violentos, si lo sienten como cercano, aunque sea ficción, les afecta y se acuerdan. Estos resultados cuestionan la idea generalmente aceptada de que el consumo de violencia televisiva desensibiliza con respecto a la violencia. Por ejemplo, me llamó la atención que hablaban mucho de una película: American History X. Les había quedado grabada la escena en la que el protagonista da una patada a un negro y le rompe la cabeza en una acera. También recordaban las imágenes del asesinato de un niño palestino en compañía de su padre que salió en un telediario. Lo percibieron como real y lo tenían muy presente. Hacía casi 4 años que había sucedido, pero lo tenían presente.


Queda claro en su libro que los adolescentes no son tan maleables como podríamos pensar. Son espectadores críticos y saben valorar lo que se les ofrece. En ese sentido, distinguen la violencia también en dibujos animados como Los Simpsons o en tertulias rosas. Pero ¿la televisión podría llegar a naturalizar un comportamiento agresivo?

No. Si lo pensamos así creemos otra vez que la televisión es omnipotente. Es decir, que tiene un poder substitutorio de todo lo demás. Entonces nos olvidamos del entorno que rodea a la persona: el entorno familiar, los amigos, sus vivencias… Si miramos todo esto, veremos que lo que más afecta a la persona a la hora de interpretar, es aquello que afectivamente le llega: los sentimientos que generan las relaciones interpersonales, básicamente con la familia y los amigos. Ahí está uno de los principales problemas de los estudios sobre adolescentes y medios de comunicación. No toman en consideración los entornos afectivos, y estos son muy importantes porque marcan la forma de interpretar los contenidos audiovisuales.


Cómo cita en su libro: “lo que quizás es el elemento negativo del programa [hablando de Shin Chan] es la manera en que están representados los padres, y más concretamente la madre […] Una mujer histérica, que no sabe controlarse, que le pega a su hijo y que vive una existencia poco satisfactoria”. ¿Puede ser más peligrosa una violencia enmascarada, que dé pie a unos valores equivocados?

Es un mensaje que no es obvio, pero que de alguna manera está ahí. Volvemos un poco a lo mismo. Depende de cómo se repita el mensaje en su entorno. Si este adolescente ve en su familia un tipo de tratamiento similar, tenderá a reforzar el mensaje. Pero si lo que ve en su familia no es así, tenderá a quedarse con su propia experiencia. Siempre prevalecen los actores afectivos por encima de los que puedan aparecer en contenidos televisivos.


Existen muchos actores influentes: la familia, la escuela, la cultura, la sociedad… ¿Quiénes influyen en mayor medida?

El grado de nexo emocional marca el orden, aunque todos los agentes sociales tienen un nivel de influencia. Sin duda el agente más influyente es la familia. En los adolescentes, la otra pauta de interpretación fundamental son los amigos. Y en tercer lugar la escuela, aunque debe ser una guía para el alumno, no una imposición de valores o dogmas.


Según cuenta en el libro, a la mayoría de adolescentes les disgusta la violencia en ficción cuando es totalmente gratuita. Es decir, que no conlleva humor, aventuras o una lógica dentro del guión. También destaca que muchos se ven afectados por las noticias violentas ya que comprenden que hay un sufrimiento real. ¿Hasta qué punto les afecta?

Hay gradaciones, según lo cerca o lo lejos que estén ellos de lo que se está narrando. Por ejemplo, el tema de la guerra les afecta, pero si no están viviendo una guerra en su entorno inmediato, lo sienten un poco más lejano. Si hay una noticia de violencia doméstica y viven en un entorno donde ocurre o saben de alguien al que le ha ocurrido les afecta mucho más. También cuando conocen a la víctima de algún acto violento. Pueden pensar: “esto me podría haber ocurrido a mí, cada día paso por allí”.


¿Puede la violencia dentro de unos límites ser útil en un proceso de aprendizaje? Por ejemplo, ¿puede ser un escudo emocional para afrontar situaciones reales? o ¿quizás es útil para saber las consecuencias que acarrea una conducta violenta?

Como en los cuentos infantiles, coge la Caperucita Roja, Blancanieves… hay siempre escenas de violencias que en su momento tenían la función de avisar de posibles peligros, para que los niños pudieran comprender el mensaje y aprender a protegerse. Cuando analizaba las cosas que decían los adolescentes que participaron en el estudio, observé que había momentos en que los jóvenes no justificaban la violencia, pero sí querían una explicación. Por la forma en que se estructura el tratamiento de la violencia en la ficción audiovisual, persiste de alguna manera la moraleja. Es decir, si alguien se porta mal la sociedad lo juzga y paga por sus actos. Ahí, quizás de alguna manera, esto puede ayudar a una concienciación sobre la violencia y el efecto que puede tener en la persona. Obviamente habrá textos audiovisuales que no lo hagan así, pero no son los que salen en la televisión generalista. Son más minoritarios. Todo esto no quiere decir que no se puedan trabajar otros temas, que la violencia deba ser el hilo conductor de todos los programas. Los adolescentes, y esto es una de las conclusiones del libro, piden programas que tengan el humor como hilo conductor. La prueba la tenemos en el éxito de series como la ya clásica Friends, o las más actuales como Big Bang Theory o How I met your Mother. El humor y la violencia han estado en la base de las formas de entretenimiento a lo largo de la historia. Se debería apostar por crear más programas de humor.


¿Ver violencia en los medios nos puede ayudar a reconocerla en el día a día?

Sirve para ser conscientes de lo que ocurre. Por ejemplo en el caso de la violencia doméstica, me parece que si no hubiera sido por la televisión, mucha gente no sería consciente de que existe. De alguna manera tiene ese efecto positivo en el sentido de decir: esto está ocurriendo. Cuidado, comportémonos de otra manera.


En el marco teórico de lo violento: los adultos pueden tolerar la violencia –ya que su madurez e independencia se lo permite– y los adolescentes no –porque en tal caso, inmaduros y maleables, carecen de otras influencias–. Hemos visto que la parte de los jóvenes es, cuanto menos, dudosa. ¿Los adultos debemos preguntarnos si somos inmunes a la violencia?

Estoy de acuerdo que todos podemos estar en el mismo saco. Tal vez ocurre que los adultos de una cierta edad tienden a percibir la violencia de los contenidos de ficción audiovisual como más importante de lo que realmente es. Ya que esta violencia vía medios de comunicación no la vivieron de jóvenes. Quizá por eso tienden a analizar con los mismos parámetros la violencia real que la ficticia. Sin embargo, los jóvenes de ahora siempre han visto contenidos violentos en la ficción televisiva y comprenden perfectamente el lenguaje de la ficción.


Es una obviedad que en treinta años se ha disparado la violencia en los medios de comunicación. Claro, la gente mayor es consciente de esta evolución.

Sí, pero esta sensación viene dada porque entendemos que un producto televisivo sirve de modelo. El concepto del aprendizaje por modelos: si el adulto ve muchos modelos violentos también puede estar afectado. La otra forma de observar el tema es preguntarse: ¿Cómo observamos el bombardeo de mensajes audiovisuales? ¿Qué elegimos? ¿Con qué nos quedamos? Son muchos mensajes y tú eliges según lo que entiendes o te interesa.


Hace poco leí una entrevista a Steven Pinker, psicólogo y escritor canadiense. A finales de 2012 publicó un ensayo de unas 1.000 páginas –Los ángeles que llevamos dentro– dónde defiende que vivimos una de las épocas menos violentas de toda la historia humana. Aun teniendo en cuenta episodios como la IIGM, concluye que las muertes por violencia y el uso cruel de la misma se han reducido paulatinamente.

En parte tiene razón porque existen maneras de canalizar la violencia. Y ahí también está la televisión, eh. Como grupos sociales nos organizamos para controlar la violencia. Gracias a eso hay pautas de conducta, leyes que protegen al ciudadano. Y ya no es entretenimiento público asistir al espectáculo del circo con gladiadores, ni a las decapitaciones. Ahora bien, desgraciadamente creo que en el momento en que algo desestabiliza a un grupo socio-cultural, la violencia puede surgir de nuevo. Podemos llegar a ser igual de violentos que hace 300 años. Y eso está pasando. Países que entran en guerra, por ejemplo. El ejemplo más próximo a nivel geográfico que se me ocurre es la ex-Yugoslavia. Era un país civilizado y mira como acabaron, matándose.

Fíjate que hay una definición del ser humano como Homo Sapiens Demens. Por un lado somos cooperativos, inteligentes y nos ayudamos los unos a los otros. Gracias a eso hemos sobrevivido como especie. Por el otro lado podemos ser agresivos, destrozarnos por querer dominar al otro, por querer ocupar su territorio, por envidia, por celos, etc… Ahora existen muchos mecanismos para canalizar la violencia, y en muchos lugares hay un equilibrio que impide que aparezca la violencia. Pero si algo altera ese equilibrio, podemos volver atrás. Y no tendrá la culpa la tele. Serán las luchas de poder, la envidia, el miedo…


Pinker concluye que en parte no somos conscientes de la implicación real de la violencia por haber demasiada influencia, sobretodo en telenoticias, de la violencia ocurrida en otras partes. Que erramos al generalizar y que no sabemos ponderarlo.

El Síndrome del Mundo Malvado. Lo crean los medios de comunicación y, si no tenemos otros referentes próximos, puede llegar a educar la percepción que tenemos del mundo. Hay quienes consideran que ver violencia televisiva implica menos violencia real porque es una forma de catarsis. Pero tiene el efecto de enviarnos el mensaje continuo de que todo va mal. Por suerte la mayoría de las personas no sólo tenemos la televisión como referente. También tenemos un contexto socio-cultural y afectivo que nos marca la percepción de nuestro entorno.


Dentro del contenido violento, ¿existe un límite que los medios no deberían traspasar?

En el caso de la ficción deben existir otros programas, otros hilos conductores para la programación de consumo masivo que no sean la violencia o el cotilleo. Debería haber una oferta más amplia donde poder escoger. De hecho está ocurriendo, hay cada vez más series que usan el humor. Sobretodo series para jóvenes. Claro, pero es más difícil hacer reír. Se requiere de una ironía que a veces es difícil de conseguir o de hacer comprensible a todos. Es más fácil trabajar con la violencia como hilo conductor de las historias de ficción. En el caso de las noticias se mantiene el debate de siempre: si informas de actos violentos tienes el peligro de reforzar la idea de que todo va mal, si no informas puedes vivir en el desconocimiento. Quizás lo que se debería eliminar son esos programas que viven de la violencia y los sucesos. Todo lo que gusta por el morbo. Ahí sí que se debería actuar. Ese periodismo amarillo no es necesario ni para informar, ni para concienciar.


¿La violencia es inherente en las personas?

Me parece que sí. Por nuestro propio proceso evolutivo. Estábamos en las cavernas y si había que pelearse, ¡o matarse!, por una pieza de caza, pues se peleaban. Fíjate que es lo que decía antes, por eso las cosas son más complejas de como tendemos a analizarlas. Hay una bondad intrínseca, si no ya habríamos desaparecido como especie en la época en la que vivíamos en las cavernas. En el interior del ser humano conviven la cooperación, que siempre la ha habido, y la violencia, el deseo de poder, el miedo… a la par. Eso a veces se olvida. Nos centramos en observar una cosa o la otra, de manera separada. Y las dos van juntas. Obviamente la educación, las nuevas formas de entretenimiento, las instituciones públicas, canalizan la agresividad. Pero de vez en cuando salta la chispa y… Me temo que siempre va a ser así.


Bibliografía

Libros usados
ALBERO ANDRÉS, Magdalena. Televisión, violencia y sexo en la adolescencia. Barcelona: Octaedro, 2011

FERNÁNDEZ VILLANUEVA, Concepción; CARLOS REVILLA, Juan. Violencia en los medios de comunicación. Barcelona: Hacer 2007

CLEMENTE DÍAZ, Miguel. Violencia y medios de comunicación: La socialización postmoderna.Madrid: Editorial EOS, 2005



Otros

ALBERO ANDRÉS, Magdalena. Internet, jóvenes y participación civicopolítica: Límites y oportunidades. Barcelona: Octaedro, 2010

PINKER, Steven. Los Ángeles que llevamos dentro: El declive de la violencia y sus implicaciones.Barcelona: Paidós 2012



Para profundizar

FERNÁNDEZ VILLANUEVA, C.; REVILLA CASTRO, J. C.; GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, R.; LOZANO MANEIRO, B. “Violencia en la televisión. ¿Desagradable, interesante, o morbosa?”. Revista Latina de Comunicación Social [en línea] 2013, nº 68, págs. 582-598. ISSN 1138-5820. Disponible aquí

FERNÁNDEZ, C.; REVILLA, J.C.; Domínguez, R. “Las emociones que suscita la violencia en televisión”. Comunicar: Revista científica iberoamericana de comunicación y educación [en línea], 2011, nº 36, págs. 95-103. ISSN: 1134-3478. Disponible aquí

ARAN, Sue; BARATA, Francesc; BUSQUETS, Jordi; MEDINA, Pilar; MORON, Sílvia Moron. “Infancia, violencia y televisión: usos televisivos y percepción infantil de la violencia en la televisión”. Quaderns del CAC [en línea], 2003, nº 17, págs. 23-31. ISSN: 1138-9761. Disponible aquí

CABERO ALMENARA, Julio; ROMERO TENA, Rosalía. “Violencia, juventud y medios de comunicación”. Comunicar: Revista científica iberoamericana de comunicación y educación [en línea], 2001, nº 17, págs. 126-132. ISSN 1134-3478. Disponible aquí

ESCANDELL BERMÚNDEZ, Olga; RODRÍGUEZ MARTÍN, Alejandro. “La televisión: ¿Genera violencia y agresividad en los niños y adolescentes?”. Revista Electrónica Interuniversitaria de Formación del Profesorado [en línea], 2002, nº 11 volumen 5 (4). ISSN 1575-0965. Disponible aquí

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