domingo, 9 de diciembre de 2012

La ley existe y está viva

La corporación desafía a la democracia y la Corte Suprema quedó entre la espada y la pared.

Con el fallo de la Sala I de la Cámara en lo Civil y Comercial Federal que extendió la cautelar a favor del Grupo Clarín SA, el que está en problemas no es el gobierno de Cristina Kirchner, que esperó tres años para aplicar la Ley de Medios de modo integral y puede hacerlo unos días más. La que quedó entre la espada y la pared, en realidad, es la Corte Suprema de Justicia, la más prestigiosa desde la vuelta de la democracia, después de las vergonzosas integraciones del pasado. El ala reaccionaria y antikirchnerista del Poder Judicial la quiere usar para generar una grave crisis institucional, una verdadera colisión de poderes, comienzo de "la guerra nuclear" que plantean los grupos corporativos antigubernamentales, sean estos políticos, empresariales o sindicales. El dilema que enfrentan los jueces supremos ahora no es menor: su estructura subordinada les tendió una trampa, una operación de alto vuelo. No se trata de la inexistente coerción del Ejecutivo, como agitan Clarín y La Nación desde sus páginas amenazantes. Hay un tribunal inferior que desconoció lo resuelto por el máximo tribunal en dos resoluciones, la de mayo y la de noviembre último, que sostenía el fin de las cautelares contra la Ley de Medios. Los camaristas fallaron como Clarín quería que lo hicieran, en contra de lo dispuesto por los supremos. Esta es la verdad. No hay argumento republicanista que pueda ocultar lo obvio a los ojos de millones de argentinos. El daño a la imagen de independencia que construyó Ricardo Lorenzetti es evidente: un poder autónomo de la política no puede serlo menos de los grupos económicos. Lorenzetti sabe mejor que nadie –por eso mismo llegó a titular de la Corte, cargo en el que fue recientemente reelecto– que el país real es mucho más grande y complejo del que aparece escrito en las cartas de lectores del diario La Nación.
Resuelva como resuelva el juez de primera instancia Horacio Alfonso sobre la cuestión de fondo, es decir, la constitucionalidad o no de los artículos 161 y 45, apelaciones o per saltum mediantes, la brasa caliente llegará finalmente a manos de la Corte. El trámite, eso está claro, habrá sido irreprochable, dentro de los límites de un poder conservador. ¿Podría haberse solucionado en instancias inferiores? No. Teniendo a Clarín SA con 65 abogados litigando era un escenario irreal. Además, siendo pragmáticos en el análisis, la única manera que tenían los jueces supremos de llegar al pleito con alguna libertad de movimiento, era viendo hasta qué punto sus miembros inferiores podían quemarse en defensa del Grupo Clarín SA. Si había sospechas sobre el grado de colonización corporativa del fuero Civil y Comercial Federal, estas se terminaron confirmando en las últimas semanas. En su fallo, el juez Francisco de las Carreras dijo que actuaba con libertad de conciencia y sin presiones, con lo que de manera elíptica admitió los viajes a Miami, con estadía y pasajes pagos por Cablevisión. Si no fuera así, ¿por qué habría de aclararlo? No importa, De las Carreras ya cumplió con lo suyo. Fue una semana vergonzosa. El trabajo duro, de cara a la sociedad, lo hizo el kirchnerismo: denunció las maniobras en el Consejo de la Magistratura, la lotería para designar jueces jubilados, la connivencia de los magistrados y familiares con la empresa de Héctor Magnetto. Todo quedó a la luz. Julio Alak anticipó lo central del fallo de los camaristas en conferencia de prensa. Aunque los modales elegidos por el oficialismo hayan sido de disgusto de la Corte, sus integrantes conocen mejor que nadie que todo esto es cierto, y por cierto, indefendible. La imagen del Poder Judicial quedó dañada no por culpa del ministro que, al fin y al cabo, hace su trabajo. Fueron los camaristas y el ala reaccionaria de la magistratura los que terminaron poniendo a los jueces supremos en la difícil misión del equilibrio para la gobernabilidad del país, después de tres años en los que dos poderes del Estado no logran hacerle cumplir la ley a un grupo económico.
Cierto sector del kirchnerismo descree de la capacidad de la Corte para enderezar las cosas. Es el mismo que resume todo el articulado de la Ley de Medios, de riquísima factura para comenzar a democratizar la palabra y pluralizar las voces ya mismo, en la pelea contra el Grupo Clarín SA, al que no le importa que 19 grupos hayan presentado los papeles para adecuarse; 19 y medio, en realidad, porque David Martínez, socio de Magnetto en Cablevisión, se presentó ante la AFSCA para expresar su voluntad de cumplir con la ley. Pero para este sector del kirchnerismo, que sólo confirma sus certezas cuando algo sale mal o muy mal, el fallo de la Sala I fue como una derrota predestinada. Si se sabía de antemano por imaginable, ¿por qué la decepción? Son los mismos que vieron en la declaración de un grupo de jueces, el mismo día que fallaron los camaristas, no sólo una declaración de guerra, sino el resultado adverso y definitivo de la guerra. Hilando fino, hay algo que el kirchnerismo no puede omitir en sus análisis sobre la relación con el Poder Judicial: ni en el fallo de los camaristas, ni en el bando de los magistrados se cuestiona la Ley de Medios. Es más, los jueces pidieron la aplicación de la misma para acceder con sus opiniones a canales y radios, respaldando su vigencia. La ley existe. Está viva. Ni la Corte en su resolución de mayo, ni los camaristas pro-Clarín en su fallo del 7D, ni la magistratura más conservadora pueden sostener hoy lo que se decía hace tres años como verdad absoluta: que la ley era nula de toda nulidad porque venía a restringir la libertad de expresión. Hoy se sabe que, a lo sumo, afecta patrimonialmente al Grupo Clarín SA, que no quiere perder plata. Esa batalla simbólica por el sentido democratizador de la ley ya está ganada.
Por supuesto, no hay que quitarle dramatismo a la encrucijada. Una corporación desafía a la democracia. No quiere acatar la ley. Pretende incendiar el país antes que ceder. Cuenta con apoyo internacional (de la SIP y otras cámaras patronales), los grupos políticos minoritarios locales antikirchneristas y un sector del Poder Judicial que hace lo que ella pide. Hace falta más que templanza para resolver el problema. Hace falta, en realidad, tener fe en que 29 años de proceso democrático no pasaron en vano. Si se pudo encausar al Ejército, a la Iglesia, y hasta la derecha dura participa en elecciones, pensar que un oligopolio, en la casi soledad de su cima, puede derrotar a un gobierno elegido por millones de argentinos, es ignorar todo lo que avanzamos como sociedad.
El nuevo orden genera resistencia entre los privilegiados del viejo orden.
Vaya novedad.

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