jueves, 20 de octubre de 2011

La política viste a la moda: Ricardo Alfonsín

Un especialista en sociología de la moda analiza el estilo de los candidatos. El gobierno del guardarropa o como conquistar el poder con la imagen

Un especialista en sociología de la moda analiza el estilo de los candidatos. El gobierno del guardarropa o como conquistar el poder con la imagen


Por Diego Vecino
@contrarreforma


A política de Ricardo Alfonsín podría considerarse un eslabón reciente en la larga tradición necrológica de la Argentina que jalonan los grandes funerales políticos de nuestra historia. Tradición que, no casualmente, inició en 1933 el correligionario Hipólito Yrigoyen, cuyo fallecimiento atrajo a una de las primeras movilizaciones espontáneas más masivas del siglo XX, y que para la Unión Cívica Radical tiene su último momento de popularidad en las exequias fúnebres al ex presidente Raúl Alfonsín, padre de Ricardo, que en marzo de 2009 mereció el reconocimiento y la adhesión de una parte importante de la población.

Este último hecho, que funda míticamente el ingreso en la vida pública con cierta proyección nacional de su hijo Ricardo, en efecto, es importantísimo a la hora de analizar y establecer conexiones entre el discurso político y el fashion style del hijo, que, sin lugar a dudas, tiende a continuar a veces hasta literalmente y casi sin modificaciones la estética alfonsinista del período clásico (1983-1989), que funciona, a su vez, como una ligera "adaptación a los tiempos" del look radical, como veremos.

En efecto, la onda campechana, discreta y apocada de Ricardito emerge no sólo en sus intervenciones mediáticas y públicas, sino también como una dimensión física y escénica, en las inflexiones de la voz cuando da discursos, en el ligero movimiento de brazos cuando da entrevistas y, por supuesto, en el código vestimentario, que a menudo parece específicamente diseñado para inspirarnos de una manera un poco melancólica las ideas de firmeza, razonabilidad y sabiduría y para remitirnos al imaginario político ochentoso que, suponemos, interpela emotivamente a algún sector de la población argentina.

Estos clivajes históricos que afloran en las maneras de conducir públicamente el cuerpo de Alfonsín son un primer punto diferenciador importante a la hora de compararlo con otros candidatos, en general con estilos más ad-hocs, incapaces de ser anclados con tanta efectividad en el imaginario político histórico de la Argentina.


Un especialista en sociología de la moda analiza el estilo de los candidatos. El gobierno del guardarropa o como conquistar el poder con la imagen
Pelo
Ricardo Alfonsín se cuela en la historia grande del radicalismo argentino a través de las particularidades estéticas de su cabello, luciendo el clásico jopito correligionario que en general consiste en apenas unos mechones ralos sobre una frente amplia de manera más o menos prolija en el contexto de una cabellera escasa. Este estilo -que en Ricardo aparece aggiornado al nuevo siglo en el detalle no menor de una ausencia: la de gomina o gel- no podemos apreciarlo en Arturo Frondizi, que, como todos sabemos, era casi pelado, pero aparece ya sí en Arturo Illia y se extiende a Raúl Alfonsín y Eduardo Angeloz, entre otras jerarquías partidarias que no vale la pena mencionar. Como sea, cabe destacar que la vinculación sentimental con el pasado de gloria del radicalismo empieza en la azotea.

Bigote
Otro elemento para destacar es el bigote, que, en una época en que los referentes de la oposición se lo afeitan prolijamente para evitar los vínculos fáciles que la emotividad popular pueda hacer con las fuerzas de seguridad y, por otra parte, bajo la consideración de que el campo del vello facial parecería hegemonizado por el tupido bigote combativo de Aníbal Fernández, es una apuesta jugada y seductora destinada a enlazar directamente con el padre Raúl, en quien esta característica fue un distintivo estético y una referencia simbólica ineludible. Con esto, Ricardo parece querer transferir el conjunto de cualidades políticas que caracterizaron al padre por la vía de la apariencia, siendo, como sabemos, que todas ellas se concentran en ese bigote ni muy tupido ni muy ínfimo, ni muy cool ni totalmente desbocado.

Traje
En el cotilleo del pasillo de campaña circula un mito que no sabemos si calificar de astuto o de raro, y es el que reza que Ricardo Alfonsín no sólo interviene en la arena política a través de la figura de su padre, que funciona como mediador y referente, sino que esa estrategia está llevada a su momento de mayor radicalidad. Esto significa que no sólo Ricardo se viste muy parecido -en este caso, blazer azul marino, camisa abierta y sin corbata, un poco desprolija, que otorga la sensación de que puede ser arremangada en cualquier momento para encarar la labor política desde el barro de lo real-, sino que, de hecho, usa la ropa del padre. La misma ropa del padre. Bueno, la semiprimicia de esta nota es que no es ningún mito, sino que, efectivamente, Alf Jr. utiliza ropa del padre, reconocido incluso por él mismo, por lo menos para el caso de un suéter color crema que a veces se pone para las recorridas por el conurbano y cuya marca de origen es 1983. A través de este gesto -cuyo buen o mal gusto no juzgaremos-, Ricardo no sólo enfatiza la conexión con Raúl, sino que persevera en su perfil austero, ahorrador, racional, casi de ama de casa.

Pantalón
El look despojado de Ricardo se completa con un pantalón prêt-à-porter sin ajustar. Esto puede ser tanto una decisión consciente de despojar su dress style de sofisticaciones tales como el dobladillo, o una simple falta de atención. En todo caso, el eco que transmite es el de un look de clases medias vinculadas con profesiones liberales en los 80. Un abogado o un contador, no del todo preocupado por la manera en que sale a la calle, pero capacitado para hacer su trabajo en términos eficientes. Es a esa marea silenciosa de trabajadores de escritorio que se clavan un bife al mediodía en una fonda del centro a la que Alf Jr. tiene intenciones de interpelar, dando la sensación de que es un candidato a presidente capaz de revertir el ciclo de glamour cristinista a través de cierto costumbrismo sobrio, ahorrativo y, por qué no decirlo si ya estamos en el final, aburrido

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