domingo, 30 de octubre de 2011

Diego Golombek

“Somos los Salieris de Paenza”

Publicado el 30 de Octubre de 2011

Doctor en Biología, profesor en la Universidad Nacional de Quilmes e investigador principal del CONICET, Golombek es también parte de la nueva generación de divulgadores científicos. Habla de la situación actual de la ciencia, de la reedición de su libro Cavernas y Palacios y de la nueva generación de profesionales que hoy se preocupa por difundir estos temas.
La reedición de su libro Cavernas y Palacios es una buena excusa para conversar con Diego Golombek sobre la luna de miel que la sociedad argentina está viviendo con la ciencia. Es probable que el público lo reconozca por su participación en Proyecto G, el atípico programa de divulgación científica para chicos que ya va por su tercera temporada consecutiva por el canal Encuentro. Los entusiastas de la ciencia quizás sepan que es el director de la colección Ciencia que Ladra, un inusual fenómeno editorial que incluye títulos como Matemática, ¿estás ahí?, el bestseller de Adrián Paenza. Porque Golombek es, además de miembro de esta nueva camada de periodistas científicos, doctor en Biología que trabaja como profesor titular regular en la Universidad Nacional de Quilmes y es investigador principal del CONICET. En el año 2007 ganó el Premio Ig Nobel por su trabajo sobre el empleo de viagra para combatir el jet lag.

–¿Es un trabajo extra intentar conciliar tu trabajo en los medios con la actividad docente y la investigación científica?
–No porque trato de pensar que no son cosas distintas. Obviamente, hay una división de facto, cuando estoy en el laboratorio, con los experimentos, con los estudiantes, escribiendo, estoy haciendo una actividad y cuando estoy en la tele o escribiendo, es otra cosa. Pero lo considero parte de la misma profesión. Yo quiero pensar que no soy científico por un lado y divulgador por otro, sino que es todo parte de una misma tarea. Esto en mi caso, hay toda una generación de científicos para los cuales contar lo que hacen no es parte de lo que hacen y está muy bien que así sea.
–¿Hubo algo en la investigación que te llevó a querer contarlo?
–En mi caso fue al revés, mi interés por contar, mi interés humanista, por lo literario en particular, es previo al interés científico. Empecé a trabajar como periodista a los 15 años. Y no tengo una buena explicación de por qué elegí una carrera científica, tan es así que al principio no me iba bien, no me gustaba. Había que memorizar nombres de bichos, palabras raras. Pero afortunadamente en un momento hice un click, porque el ambiente de la facultad de Exactas de la UBA es maravilloso, te deslumbran tus profes, tus compañeros, todos. Y además, de pronto aparece una vertiente que te apasiona dentro de lo que estudiás –que en mi caso fue el cerebro y el tiempo dentro del cerebro, la cronobiología– que me hace mirar la cosa desde otro punto de vista.
–El relanzamiento del libro ¿tiene que ver sólo con que se había agotado?
–No sólo por eso, nos pareció un buen momento no sólo para hacer una simple reimpresión sino una edición nueva, porque el cerebro es un tema que siempre se actualiza y vale la pena que la gente se interese. La década del noventa fue la del cerebro. Pero pasó mucho tiempo desde entonces y ahora es el momento de conocerlo. Hubo hasta quienes dudaron de la posibilidad de conocer el cerebro desde un lugar de jerarquía. ¿Cómo voy a entender el cerebro si la herramienta que tengo es un cerebro? Eso es una falacia, porque esconde el dualismo filosófico de que hay un mundo intangible y otro material. Lo que hay es cierta complejidad para entenderlo. La zanahoria está lejos, digamos, porque hay miles de millones de actores, hay muchísimas neuronas y las comunicaciones entre las neuronas dan muchísimos caminos posibles. Es decir, si bien está claro que nosotros somos la charla entre las neuronas, la comunicación entre ellas, lo que no está claro es cómo legar a entenderlo, pero estamos haciendo enormes avances sobre el aprendizaje de las transiciones, entre la inconsciencia y otros estados como el dormir.
–Hablemos un poco de Ciencia que Ladra. ¿Hay algo parecido en Latinoamérica?
–En el mundo hay ejemplos, no necesariamente basado en autores locales, en general son compilaciones. La escuela de la comunicación científica es anglosajona. Los ingleses, que inventaron todo, también hicieron esto. En español, los decanos son los mexicanos, tienen una colección La ciencia para todos del Fondo de Cultura Económica que tiene unos 500 títulos pero no con esta idea de que sea amena, apasionante, que la leés como una novela. Ciencia que Ladra descansa el rigor científico en el hecho de que los que escriben son expertos o han consultado a los expertos. Asegurado eso, la propuesta de esta colección es que no sea ameno, sino apasionante. Que lo estés leyendo en el subte y no puedas dejar de leerlo. Y que tengan constantes referencias a la vida cotidiana, a la ficción, a la literatura, al cine, al humor. Sucede una cosa extraña, se supone que el humor está vedado para la ciencia. Y la idea de esta colección es que lo serio no está reñido con divertido. Hay 40 títulos de la serie chica y diez de la mayor donde está Cavernas y palacios. Hemos aprendido mucho en el sentido de cómo enfocar la colección. Al principio había que ir a golpear las puertas de los laboratorios. Parecía hinchar bastante pedirle a un científico que dedicara parte de su valioso tiempo a una actividad por la que no lo evaluaban. Entre otras cosas, porque la comunidad científica argentina no consideraba que contar lo que hacen es parte de su actividad. Pero que todos los libros tengan reediciones es otro dato. El fenómeno Paenza era impensable, antes de largar los libros. Y que hayan salido los libros como compra opcional de un diario masivo es revolucionario, porque llegamos a lugares en que no hay librerías pero sí kioscos.
–¿Cómo está la enseñanza de las ciencias en la escuela secundaria?
–Es una asignatura pendiente en la Argentina y debo decir que es uno de los puntos en que se ve la verdadera hermandad latinoamericana porque estamos todos para atrás. Lo bueno es que no es un problema que se esconda debajo de la alfombra. En las evaluaciones internacionales nos va mal en enseñanza de ciencias y de hecho, eso ha sido un llamado de atención para el Ministerio de Educación, cuando lo normal hubiera sido no difundir esos resultados. Y de hecho, los últimos tres ministros Daniel Filmus, Juan Carlos Tedesco y Alberto Sileoni han estado trabajando sobre eso. El problema está pero no lo estamos ignorando, se está trabajando sobre la idea de darle más horas y más relevancia a la formación de los docentes en ciencia. Y dentro de ese esquema, la divulgación científica ocupa un lugar que puede ayudar a despertar un poco el entusiasmo perdido tanto en los profes como en los alumnos.
–Además de la falta de entusiasmo, no ayuda mucho la imagen del científico loco, alejado de la sociedad y que no tiene nunca trabajo.
–Ahí fallamos los científicos en contar lo fascinante que es lo que hacemos. Tenemos que trabajar más en contar esto, no estamos en la situación óptima, no es el paraíso, pero en los últimos años es evidente que la situación ha cambiado diametralmente. Ahora hay salida laboral para los científicos, los salarios son dignos, aunque nadie se va a hacer rico haciendo ciencia básica. Tenemos un Ministerio de Ciencia y Tecnología y, al menos simbólicamente, la Ciencia está al nivel de otros ministerios. Esto indica que está cambiando la mirada de la sociedad respecto de los científicos. Y eso tiene que ver con políticas de Estado que fomentaron eso, pero también porque hubo un cambio social, no cualquier sociedad cambia en ese sentido. Y por otro lado, también tiene que ver un cambio en la comunicación de las ciencias, que haya libros, que haya revistas, canales y programas de televisión que muestren a la ciencia desde otro lado, que haya un Paenza, que es un mascaron de proa inmejorable. Adrián es una figura fundamental en lo que ha pasado con la comunicación pública de las ciencias hoy (se ríe). Nosotros somos un poco los Salieris de Paenza. <

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