miércoles, 26 de febrero de 2014

Otra comunicación es posible. Los procesos comunicativos como herramientas para la construcción de ciudadanía y la convivencia con la diversidad

Otra comunicación es posible. Los procesos comunicativos como herramientas para la construcción de ciudadanía y la convivencia con la diversidad

Marta Rizo reseña el libro "Culturas en comunicación. Entre la vocación intercultural y las tecnologías de información" coordinador por Inés Cornejo Portugal y Luis Alfonso Guadarrama Rico (Editorial Tintable, Colección Tendencias, 2013).

La interculturalidad requiere de comunicación, y toda comunicación supone el contacto entre al menos dos mundos, cosmovisiones o culturas distintas. Hablar de comunicación intercultural es, entonces, un retruécano a veces innecesario, pues toda comunicación es de alguna manera intercultural, y toda relación de interculturalidad requiere de interacción y comunicación. 

La obra coordinada por Inés Cornejo Portugal y Luis Alfonso Guadarrama Rico, Culturas en comunicación. Entre la vocación intercultural y las tecnologías de información, abre debates de importancia cabal para el campo de la comunicación y la cultura. Aunque por el título pudiera parecer que el libro se inserta sobre todo en el campo de los estudios de la comunicación intercultural, ello no es del todo cierto: si bien es cierto que varios de los textos que conforman la obra tienen como eje a la interculturalidad como proceso comunicativo, muchos otros textos ponen énfasis en procesos, medios y soportes distintos. Sin embargo, el hilo conductor del libro es claro: la comunicación debe atender los procesos de diversidad, el contacto entre los diferentes, que somos todos, y la posibilidad de construir una ciudadanía que pueda convivir con la diferencia. En todos estos procesos, la comunicación en general, no solo los medios, tiene mucho que aportar. 

El punto de partida del libro es claro: “la comunicación es un campo analítico de estudio que se despliega en múltiples ámbitos explicativos para dar cuenta del hacer de las personas y los medios, enraizados en contextos sociales específicos” (p. 9). Los autores, en la introducción, inician con ejemplos muy ilustrativos del racismo, clasismo y las más variopintas formas de discriminación que, desafortunadamente, tienen lugar cotidianamente en nuestra América Latina. Las barreras comunicativas se asoman de forma obscena, ya sea por la raza, la orientación sexual, el género, el nivel socioeconómico, la profesión o cualquier otro rasgo identitario que permite a los sujetos, no sólo saberse distintos –lo cual no es malo por naturaleza-, sino hacer de la diferencia un arma de doble filo, una herramienta para detentar el poder sobre el otro, sobre los otros, para subordinarlos, minimizarlos, reducirlos a objetos. La comunicación entre culturas diferentes no está exenta, como se puede ver, de conflictos; pero no puede reducirse, tampoco, sólo al conflicto y al choque. Hay más, mucho más. 

Así, aunque el panorama inicial no es muy alentador, los autores, y el libro en general, no se quedan en esta visión pesimista o apocalíptica de la realidad que nos toca vivir. Que existe discriminación y desigualdad es un hecho insoslayable, pero también hay que ver, hoy más que nunca, el potencial de la comunicación y de los nuevos medios para tratar, si no de resolver, sí de ofrecer nuevas oportunidades de democratización para paliar estas terribles brechas que acechan el mundo actual. Brechas que, sin embargo, se hacen presentes también –y sobre todo- en el acceso a estas tecnologías. En palabras de Cornejo y Guadarrama, “debemos dar nueva vigencia a la certeza académica que aseveraba que nuestras sociedades están lejos de la igualdad y la democracia, y que, en nuestros días, constituyen, pese a las innovaciones comunicativas y tecnológicas, un agudo horizonte de fisuras que merece estudiarse con rigurosidad teórico metodológica, para evitar así que la sociedad de clases se eclipse detrás de las redes electrónicas” (p. 9). 

Culturas en comunicación está conformado por una introducción y nueve aportaciones, agrupadas en dos grandes partes. Una, más centrada en la vocación intercultural de la comunicación. La otra, conformada por capítulos que dan cuenta de investigaciones empíricas sobre medios y tecnologías de información y comunicación en espacios distintos, con énfasis en medios distintos y con sujetos también distintos. 

En la primera parte del libro, “De vocación intercultural”, encontramos cuatro aportaciones. La primera, de Sara Corona Berkin, destaca que la comunicación, como espacio académico de construcción de conocimiento, no debe ceñirse al estudio de la comunicación mediada, las tecnologías y las redes digitales, sino más bien el reconocimiento de la diversidad, esto es, la diversidad de los sujetos que habitan el espacio público, las formas como estos conviven y se relacionan cotidianamente. Corona parte de concebir a la comunicación como “el hecho de compartir, hacer común y significar en comunidad con el otro” (p. 25). De ahí que abogue por esta vocación intercultural que no es otra cosa que “poner en común los significados para crear comunidad” (p. 25). En otras palabras, la vocación intercultural “se refiere a la comunicación como la herramienta para la convivencia en el espacio público de todos los diferentes, en otras palabras, todos nosotros” (p. 26). La autora aborda la interculturalidad como vinculada necesariamente con el campo de la política, puesto que las relaciones interculturales tienen lugar entre ciudadanos que habitan lo público. Y estas relaciones, quizás hoy más que nunca, constituyen relaciones de poder, puesto que todos los grupos de diferentes “luchan por la viabilidad de su mirada del mundo” (p. 26). Dicho en otros términos, “mediante la comunicación en el espacio público los seres humanos muestran quiénes son, definen su identidad y la exponen ante los demás con el objeto de vivir juntos” (p. 27). Corona Berkin discute, a lo largo del texto, algunas concepciones o perspectivas teóricas en torno a los otros, puesto que entiende que la comunicación con el otro es el ingrediente básico de las sociedades actuales. De ahí que la autora argumente que el mestizaje es el lugar dinámico de la comunicación, y que abogue por una aproximación a la comunicación intercultural centrada en procesos y proyectos de investigación en movimiento. A modo de ejemplo, la autora relata la experiencia de la Biblioteca Entre-voces, un proyecto de elaboración de material escrito para que jóvenes huicholes puedan practicar lectura en español y en su propia lengua. Para ello, se buscó producir con el otro, darle la voz, con el fin de “crear textos mestizos con planteamientos que interpelaran ambas voces” y “negociaran nuevas formas de educación para la convivencia” (p. 35). El proyecto dio cuenta de la posibilidad de una dialogicidad distinta, de la construcción de relatos a partir de la articulación de voces diversas, con lo que se logra, de alguna manera, superar las formas hegemónicas de construcción de conocimiento y de reconocimiento de los otros. Bajo la denominación autonomía de la propia mirada, la autora refiere a la facultad de expresarse desde lugares y formas diversas: “Nombrarse a sí mismo se refiere a la creación de un discurso que otorgue una identidad propia frente a la etiqueta dominante impuesta históricamente” (p. 38). Corona Berkin concluye afirmando que investigar la comunicación desde su condición intercultural, sea cual sea el motivo de distinción, permite mostrar los procesos y el proyecto de investigación que se forma en movimiento, constatar que la identidad es dinámica, ver con más claridad lo propio y al otro, al poner en contacto elementos disímiles, y por último, advertir que el mestizaje está presente en todos y que el fin social debe ser el reconocimiento mutuo (p. 43-44).

El segundo texto que conforma esta primera parte lleva por título “Entre medios, usos y producción de sentido: migración, interculturalidad y después”. Su autor, Jerónimo Repoll, considera que “el espacio de la recepción es la puerta de entrada de la investigación para poder pensar la interculturalidad como proceso de producción de sentido” (p. 47). Previo a exponer los resultados de un estudio de recepción, el autor expone los resultados de un estudio centrado en la construcción del relato elaborado por los medios de comunicación respecto del migrante mexicano en Estados Unidos. La segunda investigación, de mayor peso en el texto, es sobre la interacción de audiencias multiculturales en situación de interculturalidad, y da cuenta de un estudio realizado en 2004 con migrantes en Barcelona. Sobre el primer trabajo, Repoll apunta que la “opinión pública, a un lado y al otro de la frontera, parece responder a dos grandes relatos periodísticos. Del lado estadounidense, podemos observar dos claras posturas: antiinmigrante o asimilacionista. Del lado mexicano, el drama de la migración. Ambos relatos, evidentemente, hacen alusión a la migración no autorizada” (p. 49). Con respecto a la investigación centrada en la recepción mediática por parte de audiencias multiculturales en situación de interculturalidad, Repoll expone los resultados de la aplicación de técnicas como las entrevistas individuales y grupales, el registro fílmico y el diario de televidencia, mismas que se emplearon con cinco grupos multiculturales con sujetos socializados en diferentes culturas que, al momento de la investigación, se encontraban habitando en la misma casa en la ciudad de Barcelona. Afirma el autor que “la propia situación de interculturalidad puede facilitar una postura crítica frente a la TV. Quizás más por necesidad que por propia voluntad, provoca que los televidentes, los de aquí y los de allá, reflexionen sobre lo que están viendo, al menos por el esfuerzo de hacer comprensible, de “entender” el mensaje” (p. 53). Los testimonios recuperados por Repoll dan cuenta de que la interculturalidad no necesariamente es un problema, con lo que se abren nuevas aristas para la reflexión en torno a las múltiples relaciones entre medios e interculturalidad que superan, por mucho, a los discursos catastrofistas, y permiten recuperar, así entonces, voces más optimistas que ven en la interculturalidad mediática una oportunidad y no necesariamente un choque entre culturas distintas. Sin embargo, esta visión optimista no es ingenua; de ahí que el propio autor afirme que aunque las situaciones de interculturalidad no siempre conllevan a choques culturales, dan cuenta de las dificultades que tienen los migrantes para narrarse a sí mismos. Esta aseveración sirve a Repoll para reivindicar la necesidad de la “toma de la palabra” como una forma de hacer que los otros no hablen por nosotros: “Tomar la palabra -dice el autor- constituye una forma de recuperar parte de la ciudadanía cercenada” (p. 47-48). 

En el tercer capítulo, de Vicente Castellanos, el medio objeto de estudio es la radio pública. El autor, en su texto “Interculturalidad y radio de servicio público, hacia un modelo de comunicación”, discute los resultados de una investigación realizada en 2011 sobre la oferta intercultural de cinco estaciones del cuadrante metropolitano de la Ciudad de México que se definen como radios de servicio público. La radio de servicio público debe contener, a decir de Castellanos, programación intercultural; y ésta debe entenderse no sólo como aquella que refiere a minorías étnicas, sino también a todos aquellos grupos que asumen una identidad y una existencia diferente. El autor reivindica que los medios de servicio público, concretamente la radio, deberían ser vehículos activos para cumplir el derecho de los sujetos a expresar sus diferencias. En un primer momento, Castellanos ofrece datos del contexto para comprender la legislación –aún vaga y ambigua- en torno a los medios públicos en México. Aún en la primera parte del texto, el autor discute los términos básicos en torno a los cuales se articula su propuesta: la cultura la comprende como práctica social, en un sentido performativo; y la interculturalidad la concibe como “un proceso de interacción en la diferencia que pone a debate discursos, contenidos y estrategias de normalización y de rompimiento en las prácticas cotidianas de un grupo social autoidentificado en relación con otro u otros que considera fuera de la esfera de su autoadscripción” (p. 70). Castellanos afirma que la Ciudad de México es intercultural, pero sus medios son monoculturales. El corpus de análisis de la investigación que se reporta en este capítulo lo constituyen, como ya se dijo, cinco estaciones de radio públicas, a las cuales el autor aplicó análisis de contenido de las cartas programáticas, monitoreo de programación y entrevistas a programadores y productores, para concluir con una propuesta de modelo de análisis. Después de caracterizar con detalle la esencia de cada una de las estaciones estudiadas, así como de exponer los pormenores del análisis de algunos programas específicos de cada emisora, Castellanos presenta los rasgos generales de la comunicación intercultural en medios de servicio público. El modelo que propone se articula en torno a dos ejes conceptuales: la comunicación intercultural, por un lado, y el servicio público, por el otro. La investigación lleva al autor a concluir que son “comunes las paradojas entre el discurso y el quehacer cotidiano de las radiodifusoras” (p. 96). Los contenidos interculturales, que por la naturaleza y propósitos de los medios de servicio público debieran estar al centro de la programación de éstos, siguen siendo insuficientes. 

La primera parte de Culturas en comunicación concluye con la aportación de Inés Cornejo Portugal y Patricia Fortuny Loret de Mola, quienes en su texto ‘“En Estados Unidos está prohibido enfermarse’: migrantes yucatecos”, discuten aspectos generales del bienestar de los mayas yucatecos que viven en San Francisco, California, y en Portland, Oregon, y desarrollan algunos datos puntuales sobre lo que denominan “la paradoja de la salud” (p. 103). Según las autoras, los migrantes interactúan con la sociedad receptora en una suerte de antagonismo adaptativo que les cobra factura física y emocionalmente. Después de ofrecer un panorama contextual de la cuestión étnica en Yucatán, así como de la situación de las migraciones en este estado, las autoras exponen las evidencias empíricas que arrojó el proyecto de investigación titulado “La otra ruta maya: migración y salud”, y exponen la propuesta del “Documental sonoro” elaborado entre migrantes mayas y sus familias originarias. A partir de entrevistas realizadas tanto en Estados Unidos como en Yucatán, Cornejo y Fortuny exploran qué significa y cómo se expresan emocionalmente los sentimientos de orfandad, marginación o exclusión que generalmente sufren los migrantes, que muy comúnmente padecen problemas de depresión durante su estancia en el país receptor. Abordan, también, de qué manera se atienden o postergan la asistencia a los servicios médicos y cómo utilizan medicamentos para paliar sus dolencias. Las autoras concluyen su capítulo revisando la dimensión comunicativa de la migración –quizás uno de los objetos básicos de los estudios de comunicación intercultural-, y lo hacen a través de poner en cuestión cómo se pueden hacer visibles las etapas del proceso migratorio por medio de un documental sonoro, por medio de las narrativas, los sonidos y los silencios de los migrantes. A decir de las autoras, el “Documental sonoro” debe entenderse como “un instrumento comunicativo que permite abordar de manera integral las expresiones culturales de los entrevistados” (p. 120) y que “puede contribuir para la reflexión sobre las temáticas de salud integral y los procesos migratorios tanto de los que se van como de los que se quedan. 

La segunda parte de Culturas en comunicación. Entre la vocación intercultural y las tecnologías de información lleva por título “De las tecnologías de información”. Como puede observarse desde el propio título, en esta parte el énfasis no son los procesos comunicativos interculturales, sino la comunicación por diferentes medios y tecnologías y, como veremos, entre sujetos diferentes y bajo contextos también distintos. Esta parte está conformada por cinco capítulos. El primero, de María Rebeca Padilla de la Torre, titulado “El sentido de las prácticas políticas de los jóvenes en internet. Análisis de la EJIPP 2012”, parte de definir a la juventud como un concepto complejo y polisémico, para posteriormente analizar los resultados de la Encuesta “Jóvenes, Internet y Prácticas Políticas”, aplicada el año 2012 en el Estado de Aguascalientes con el propósito de identificar “cuáles fueron las prácticas específicas –políticas- que la población entre 18 y 29 años llevaron a cabo en Internet” (p. 128). Esta encuesta se centró en cuatro aspectos: las prácticas en internet en un sentido de política formal entre jóvenes, las prácticas políticas en internet con un sentido de subpolítica, las prácticas en internet con un sentido de subactivismo y las prácticas políticas presenciales. En un primer momento las autoras presentan los antecedentes del estudio, a partir de una detallada y puntual revisión de estudios previos sobre jóvenes, internet y política; y presentan también los antecedentes de la Encuesta “Jóvenes, Internet y Prácticas Políticas”. Dicha encuesta fue aplicada los días 19 y 20 de mayo de 2012, en plena coyuntura electoral, en una muestra de 800 casos, todos ellos jóvenes de entre 18 y 29 años. Pese a lo que pudiéramos pensar en un ambiente “sobre-tecnológico” como el que aparentemente se da en la actualidad, la autora da cuenta de que los canales de participación política convencionales o tradicionales siguen prevaleciendo por encima de los que surgen a partir del uso de internet. De hecho, según los resultados de la encuesta, los porcentajes menores tienen que ver con prácticas políticas de subpolítica o activismo en la red de redes. Aunque la denominada autocomunicación de masas, con las redes sociales digitales al frente, está sin duda favoreciendo la organización ciudadana y, de alguna manera, logrando una mayor democratización de la información, los datos no permiten un optimismo abismal, puesto que la participación política de los jóvenes es muy desigual, y existen muchos factores que desmotivan y desmovilizan a la población juvenil. En este texto, la autora ofrece datos empíricos muy puntuales que permiten apuntar que actualmente Internet sigue siendo, en el ámbito de lo político, más un medio para obtener información que para participar activamente en la política. 

El segundo capítulo de esta segunda parte lleva por título ‘“Que eso no termine aquí’: de jóvenes mexicanos, participación política y movilizaciones sociales”. La autora, Victoria Isabela Corduneanu, aborda el surgimiento del movimiento estudiantil #YoSoy132, que surgió en México en 2012 con una demanda clara: la democratización de los medios de comunicación. Con el fin de “dejar el testimonio histórico del momento vivido” (p. 153), Corduneanu expone los resultados de la observación etnográfica que realizó en una de las manifestaciones públicas del movimiento: la marcha a la Estela de Luz del 23 de mayo de 2012. El objeto de estudio de la investigación, a decir de la autora, es “la estructuración de la subjetividad colectiva de los jóvenes universitarios protestatarios en su primera salida en un espacio público” (p. 153-154). A partir de conceptos como agencia, subjetividades colectivas, identidades colectivas y memoria social, la autora analiza las representaciones discursivas del movimiento y sus demandas. 
Concretamente, Corduneanu aborda de qué manera se construyeron las identidades en juego, tanto las de los protagonistas como las de los antagonistas al movimiento. Con base en una metodología cualitativa, basada en registro de etnografía visual de las consignas y entrevistas llevadas a cabo durante la marcha objeto de estudio, la autora expone varios ejemplos de sus registros visuales para dar cuenta de los dos principales temas en torno a los que se articularon las demandas del movimiento estudiantil: la necesidad de crear audiencias críticas a los medios hegemónicos, por un lado, y las críticas específicas al entonces candidato presidencial por el PRI Enrique Peña Nieto, por el otro. La inserción de imágenes contribuye, sin duda, a la memoria visual del movimiento; ello se complementa con la recuperación de algunas voces testimoniales de los jóvenes que participaron en la marcha. Tanto las imágenes como las verbalizaciones dan cuenta de que la marcha fue “un momento constitutivo de subjetividad colectiva e identidad como jóvenes universitarios; o si no universitarios conscientes, enterados, informados; el antagónico son los medios y el gobierno” (p. 187). Algunas de las conclusiones a las que llega Corduneanu son las siguientes: no es posible separar la discusión de los movimientos sociales de las emociones, de las subjetividades y de las identidades colectivas; y existe deseo de continuidad, deseo que queda reflejado en el título del texto, que recupera una de las pancartas que portaban estudiantes en la marcha: “Que esto no termine aquí”. La autora reflexiona, al fin y al cabo, en torno a la importancia de las redes sociales en una movilización estudiantil tan particular como el movimiento #YoSoy132, con demandas nuevas en el terreno político en México. 

El tercer texto de esta segunda parte es de Maricela Portillo y lleva por título “Análisis de la espectacularización y el infoentretenimiento en la televisión mexicana”. La autora aborda dos objetos de estudio: por un lado, expone los resultados del seguimiento de dos de los principales noticiarios nocturnos de la televisión abierta en México, de Televisa y TV Azteca; por el otro, analiza los contenidos observados en telenovelas y series de ficción durante el periodo 2009-2011. La espectacularización la comprende como el “uso de recursos provenientes del entretenimiento y de los programas de ficción en los programas informativos” y el infoentretenimiento como “la presencia de información política en los programas de humor y entretenimiento” (p. 195). Ambos procesos, por tanto, son claros ejemplos de la hibridación de géneros televisivos tan propia de la denominada Neotelevisión. El análisis de la espectacularización en la información noticiosa se realizó con base en variables como la personalización, la dramatización, la editorialización, los efectos de sonido, la cámara subjetiva y el tono de voz obtrusivo, entre otras. Maricela Portillo confirma la hipótesis de la creciente espectacularización informativa en los noticieros mexicanos, acompañada de la significativa presencia del infoentretenimiento en los contenidos de la programación televisiva. Por un lado, da cuenta de cómo los programas informativos cada vez hacen más uso de recursos provenientes del entretenimiento y los programas de ficción, teniendo ello como resultado la trivialización de la información. Por otro lado, analiza cómo el infoentretenimiento está cada vez más presente en las telenovelas, que integran muy a menudo tramas de situaciones políticas actuales. Afirma la autora que “la transmedialidad de la ficción televisiva en México está provocando interesantes fenómenos de apropiación y resignificación de los mensajes por parte de las audiencias” (p. 205), por lo que concluye apuntando la necesidad de conocer las afectaciones en el corto y largo plazo de la exposición de las audiencias a este tipo de programaciones y, en último término, la necesidad concreta de medir los efectos del infoentretenimiento televisivos en las audiencias jóvenes de México. 

“Portales institucionales de Internet y espacio público. El caso de Aguascalientes, México”, es el título del cuarto capítulo de esta segunda parte de Culturas en comunicación. Los autores, Salvador de León Vázquez y Norma Isabel Medina Mayagoitia, presentan los resultados de una evaluación de los portales de Internet de las instituciones públicas de Aguascalientes “en función de su capacidad para permitir la participación ciudadana con mediación de la tecnología” (p. 211). Los autores analizaron el contenido de 59 portales institucionales, de marzo a diciembre de 2010, con base en observar tres tipos de prácticas comunicativas: informativas –uso de datos en línea-, expresivas –recursos para la interacción como correo electrónico y foros de discusión-, y comunicativas –posibilidad de que los usuarios puedan participar de manera pública en la red-. Además de resaltar la dispersión respecto a las características de los portales analizados con base en un análisis muy detallado que se expone a lo largo del texto, 
De León y Medina realizaron entrevistas en profundidad en cuatro casos ejemplares. Estas entrevistas fueron realizadas de julio de 2009 a diciembre de 2010 y tuvieron como ejes temáticos la organización del equipo de trabajo, el equipamiento técnico, los procedimientos para la toma de decisiones y el imaginario de los usuarios. Según los autores, “desde el diseño de los portales institucionales se inhibe que éstos se conviertan en espacios públicos susceptibles de ser apropiados por la ciudadanía, por su enfoque vertical e informativo” (p. 228). Lo anterior, porque de acuerdo con el análisis realizado, dichos espacios institucionales dan mayor atención a la información, muy por encima de proponer mecanismos de comunicación y expresión por parte de la ciudadanía. Algo que se observa, también, en el discurso de los desarrolladores de los portales, en los que se aprecia “la presencia de una ideología que privilegia los aspectos técnicos por encima de los comunicativos para el desarrollo de éstos” (p. 228). El avance en torno a la inclusión de instrumentos y procedimientos que permitan la deliberación de asuntos de interés público por parte de la ciudadanía es, por tanto, aún muy escaso.

El último texto de esta segunda parte de Culturas en comunicación es “Teléfonos celulares: usos sociales en jóvenes universitarios”. En él, su autor, Luis Alfonso Guadarrama Rico, expone los hallazgos obtenidos de una encuesta en línea –conformada por 45 reactivos-, aplicada a una muestra incidental, que tuvo como objetivo explorar los usos de la telefonía celular por parte de jóvenes de 18 a 24 años, estudiantes de licenciatura de la Universidad Autónoma del Estado de México. En un primer momento, Guadarrama da cuenta, por medio de la investigación documental, de algunas de algunas investigaciones similares sobre el tema, que cada vez despierta mayor interés en el campo de la investigación en comunicación. En un segundo momento, se presentan los resultados de la investigación empírica ya mencionada. La encuesta aplicada consideró aspectos como el perfil del usuario, el vínculo con el celular, el tipo de servicio de telefonía celular, la vía media de uso del celular, el consumo, los procesos disruptivos, el control interaccional y la seguridad. Los resultados fueron, entre otros, los siguientes: el uso del celular comienza a una edad muy temprana, alrededor de los 10 años, particularmente entre la población escolarizada; entre los jóvenes predominan los servicios de prepago; en ocasiones, el uso del celular propicia prácticas de control parentales; el tipo de celular es una forma de distinción social para los jóvenes usuarios (tener un Smartphone es “pertene-ser” al grupo de los “sobresalientes”, dice el autor). Guadarrama apunta que el teléfono celular constituye una revolución tecnológica; permite la comprensión de procesos de permanencia y mutación tanto social como antropológica, lingüística, interaccional y relacional; hace posible que el ser humano continúe experimentando viejas necesidades emocionales, existenciales y sociales como la protección, el afecto, el ocio y la libertad; y explica la “sed que busca lo nuevo” para generar rasgos identitarios en las personas, sobre todo en los jóvenes usuarios.

Como puede observarse, Culturas en comunicación. Entre la vocación intercultural y las tecnologías de información, ofrece un amplio abanico de temas comunicativos-culturales que, sin duda alguna, permiten una lectura actualizada de los procesos comunicativos que están teniendo lugar en distintas latitudes de nuestro país, y que, en todos los casos, dan cuenta de un ecosistema comunicativo y mediático cambiante, dinámico, en permanente transformación. 

Muchas veces los avances tecnológicos en el mundo de la comunicación evolucionan mucho más rápido que los discursos que, desde la academia, se generan en torno a ellos. Por ello, es de agradecer una obra como ésta, que presenta aportaciones empíricas vigentes y da cuenta del dinamismo de la investigación en comunicación en México. 

Culturas en comunicación reivindica a la comunicación como un espacio de posibilidad para crear sociedades más habitables, en las que prime la convivencia por sobre el conflicto, en las que la democratización de la información y la comunicación deje de ser sólo parte de un discurso y pase a ser una realidad. 

La diversidad temática de la obra permite afirmar que el público interesado puede ser de muy diversa índole. Culturas en comunicación puede interesar a los investigadores que están permanentemente pendientes de los avances en la construcción del conocimiento sobre los fenómenos comunicativos, mediáticos o no. Puede interesar también a investigadores que particularmente se interesen por algunas de las dimensiones de los procesos de comunicación abordados en el libro: la comunicación intercultural, la información y la ficción televisivas, las radios públicas, la recepción televisiva, las redes sociales digitales, la comunicación pública vía internet y el teléfono celular, por citar algunos. Y más aún, el libro puede ser atractivo para los estudiosos de los movimientos sociales, de la ciudadanía, de la juventud y de los procesos de democratización de la información, pues varios textos tocan estos temas, con sujetos específicos y en entornos específicos. 

Considero, también, que Culturas en comunicación puede ser una obra de gran utilidad para estudiantes, tanto de licenciatura como de posgrado, toda vez que puede ser leída globalmente como una sugerente aportación a una suerte de estado de la cuestión de la investigación en comunicación y cultura, pero además, como toda obra colectiva, puede ser revisada sólo en parte, pues cada texto por separado aborda, como hemos visto, objetos de estudio específicos que bien pueden interesar a estudiantes que, por ejemplo, estén realizando investigaciones similares a las que aquí se reportan. 

Por último, me parece que las aportaciones de esta obra son tanto de orden teórico como metodológico. En términos teóricos, la obra abona al debate en torno a la naturaleza intercultural de la comunicación, a la democratización de la comunicación, a la conceptualización de la juventud, a la hibridación de los contenidos mediáticos y a las “nuevas” formas de comunicación posmasiva o autocomunicación de masas, por citar algunos temas. En términos metodológicos, considero que Culturas en comunicación presenta también un gran aporte: todos los estudios que se incluyen en la obra dan cuenta de forma clara y rigurosa de la metodología seguida para elaborar las investigaciones de origen, con lo cual los lectores también pueden encontrar en la obra sugerencias muy interesantes y bien planteadas en torno a cómo abordar determinados objetos de estudio, con rigor metodológico, técnicas de investigación justificadas y muestras bien delimitadas. 

En definitiva, me congratulo de la publicación de este libro y sin duda, invito a su lectura. Auguro que será un material de mucha utilidad para quienes nos dedicamos a enseñar y/o a investigar la comunicación, así como para los estudiantes de comunicación o áreas de conocimiento afines. La actualidad de los temas que en la obra se abordan me parece que, además, nos permite, como lectores, “estar al día” en torno a las múltiples aristas de los fenómenos comunicativos, siempre fenómenos culturales, que caracterizan a sociedades como la nuestra.
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