Telaraña
Se trata de un ser que, adonde quiera que vaya, nunca tiene
cobertura y permanece a salvo de cualquier basura
mediática
Manuel
Vicent ―
13 ENE 2013
He aquí la versión actual del hombre nuevo, aquel que, de una u otra
forma, ha sido siempre el sueño de todas las revoluciones. Se trata de un ser
que, adonde quiera que vaya, nunca tiene cobertura y por tanto permanece
incontaminado, a salvo de cualquier basura mediática. Después de un esfuerzo
heroico ha logrado eludir el humillante destino de llegar a este mundo con la
única misión de ser un hombre-antena, un repetidor humano solo apto para recibir
y trasmitir llamadas, mensajes, correos electrónicos. Este hombre nuevo se niega
de raíz a contribuir a la contaminación del espacio con una cháchara idiota,
como un insecto más en la telaraña. Las personas privilegiadas, como esta, son
todavía escasas, ya que en ellas se realiza el mito platónico de la
invisibilidad, un don de los dioses. Ya no hay playas desiertas ni existen
parajes preservados. Todo el planeta ha sido conquistado y sometido a la red
social. Es inútil buscar un lugar inaccesible donde refugiarse. La jodida
telaraña lo envuelve todo, desde la gélida estratosfera hasta el íntimo sudor
del petate y a través de la almohada penetra en el subconsciente desguarnecido
de los humanos. Pero el individuo sin cobertura no tiene necesidad de huir,
puesto que él es su propio refugio. El mito del hombre invisible, ese sortilegio
que llenaba la imaginación de nuestra niñez, que te confería el poder de
atravesar las paredes, de estar a la vez en todas y en ninguna parte, equivale a
esa invisibilidad platónica que ostenta hoy el hombre sin cobertura. Se acerca
el día en que lo más snob será que digan de ti: no ha llegado todavía, ya se ha
marchado, no se le espera, no lo llames, nunca contesta, está y no está, no
existe, esa es su naturaleza. ¿Qué ha hecho este individuo preclaro para merecer
el privilegio de estar envuelto en una atmósfera intangible y ser absolutamente
real?. Su móvil vibraba cada minuto reclamando más papilla. Ese aparato se había
convertido en un testigo de sus miserias, en un delator al servicio de sus
enemigos. De pronto un día se sintió perseguido y acorralado en la red por una
multitud de seguidores y amigos que trataban de devorarlo. Cortó por lo sano,
arrojó el móvil a un pozo y comenzó a vivir por dentro como un hombre nuevo, no
como un insecto capturado.
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