jueves, 11 de octubre de 2012

MEDIOS


MEDIOS Y COMUNICACION

Voces para la democratización

En representación de la Red Nacional de Medios Alternativos, Fernando Tebele y Silvana Iovanna plantean su visión acerca del proceso de aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

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Por Fernando Tebele y Silvana Iovanna *

A tres años de la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, y mientras todas las luces están puestas en el 7-D y en la desinversión de los monopolios, desde la Red Nacional de Medios Alternativos seguimos construyendo comunicación comunitaria, alternativa y popular, sabiendo que, en esa fecha, no se define nuestro futuro.

La nueva ley generó expectativas entre los movimientos populares. Durante el proceso de debate previo a la sanción aportamos nuestro análisis y reflexión que se tradujo en propuestas concretas. Paralelamente, e incluso desde antes del debate por la ley, hemos impulsado la creación de un centenar de radios y televisoras con organizaciones de todo el país. También acompañamos su proceso de construcción, capacitación y sustentabilidad político-comunicacional.

Los medios nucleados en la RNMA analizamos nuestra situación ante la nueva ley en un comunicado recientemente publicado (www.rnma.org.ar). Allí expresamos nuestra preocupación por algunos pasos que se fueron dando en la implementación de la norma, sin respetar lo que el texto exige ni nuestra especificidad como sector.

Por ejemplo. La ley establece, como requisito previo a la entrega de licencias, la obligación de armar y hacer público un Plan Técnico de Frecuencias: un mapa de todo el país que muestre cómo está el espectro (qué porción está ocupada, por quiénes y cuánto queda libre). Recién cuando sea elaborado, la Afsca debería, también según la ley, reservar el 33 por ciento para los medios sin fines de lucro. El Estado no ha realizado este plan técnico y, en consecuencia, no ha hecho la reserva del 33 por ciento. Sin embargo, continúa con la entrega de licencias y la apertura de concursos. Este incumplimiento, además de no respetar lo que la ley exige, deja la puerta abierta a la entrega discrecional de las mismas.

Por otro lado, en los concursos convocados por la Afsca, los medios comunitarios, alternativos y populares tenemos que cumplir con bases y condiciones de pliegos que poco contemplan la diferenciación entre las entidades con y sin fines de lucro. Tampoco diferencian y especifican a nuestros medios dentro de los prestadores sin fines de lucro, equiparando a cualquier medio comunitario con fundaciones o asociaciones ligadas a estructuras sindicales, eclesiásticas u otras, cuyo poder político y económico está muy lejos del que pudiera tener una asamblea de vecinos autoconvocados o los familiares y amigos de Luciano Arruga.

En el debate previo a la ley quedó en claro que la necesidad de modificar el decreto de la última dictadura cívico-militar (empeorado en sus mecanismos concentradores por todos los gobiernos democráticos que la sucedieron, sin excepción), tenía como objetivo principal la democratización del espectro radioeléctrico, dando lugar a la multiplicación de voces y discursos.

Aunque el 7 de diciembre se iniciara la desinversión de los grandes grupos, por la que hemos luchado durante años desde nuestros medios, no se solucionarían los problemas actuales. Las licencias de las que deban desprenderse los monopolios no necesariamente volverán al Estado para ser sumadas a un espectro que colabore en garantizarnos el 33 por ciento. Sino, más bien, serán transferidas entre privados, pasando quizá de grupos poderosos a otros que también lo son.

La identidad de nuestros medios comunitarios, alternativos y populares se define desde las prácticas colectivas, las relaciones con la comunidad y la existencia de un proyecto comunicacional por y para la organización popular.

Nuestra problemática es particular y exige ser tratada de tal modo. Según la ley, nuestros medios deben tener operadores técnicos y locutores profesionales, ¿cómo le explicamos a un integrante de la Asamblea del Algarrobo, en Andalgalá, Catamarca (por citar sólo un ejemplo conocido por las interferencias que sufrió su señal en febrero de este año), que no puede operar la consola de sonido y debe generar una relación de dependencia laboral con otra persona? No entender que nuestros medios tienen lógicas diferentes a las de los medios comerciales y aún a las de otros sin fines de lucro es no comprender nuestra singularidad.

Sin las voces que se hacen oír desde sus propios medios porque los medios tradicionales no les dan un lugar, la democratización será parcial. Y, según creemos, no existe la democracia a medias: la pluralidad de voces y discursos es la única herramienta para alcanzar ese objetivo. Sin la posibilidad de legalizar lo que ya es legítimo, será imposible.

* Por la Red Nacional de Medios Alternativos (RNMA).

 

MEDIOS Y COMUNICACION

La mirada electrónica

Juan Pablo Ringelheim reflexiona sobre la mirada electrónica en el mundo contemporáneo, los consumidores, los usuarios, la televisión y... el “Prende y apaga”.

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Por Juan Pablo Ringelheim *

El clásico cartel “Sonría. Lo estamos filmando” expresa una sencilla verdad que casi cualquier hombre comprende. Pero para un intelectual crítico no es fácil entender una sencilla verdad; a menudo sospecha de ella o la descifra como una ironía. Tal vez por esta razón para él sea incomprensible el aspecto terapéutico del cartel que nos anuncia que estamos siendo reconocidos y que esto debe alegrarnos. Ante semejante buena noticia y sensato consejo, el intelectual soltará un estornudo de tinta crítica provocado por la alergia que le da la llamada “vigilancia electrónica”. Las tecnologías informáticas y audiovisuales –pensará otra vez– aumentan al máximo las posibilidades que tiene el poder de vigilarnos. El FBI o las agencias de marketing lo cubren todo con su ojo digital, nos observan día y noche como a Truman Burbank en The Truman Show.

Pero la verdadera mala noticia para ese intelectual es que su vida no le interesa a nadie y nadie lo mira. Y si alguien lo vigilara electrónicamente, pues bien, perdería el tiempo a lo bobo. Su vida es excepcionalmente aburrida: compra un libro aquí, paga con su tarjeta y queda registrado; toma un subte allá, y con la SUBE deja una huella; llega a su casa, tal vez telefonea a su madre. ¿Será registrado? Navega, llena planillas burocráticas, deja cookies; quizá mira pornografía... ¿Quién se detendría un momento a vigilar tales cosas? ¿Qué conclusiones obtendría además de una sensación de pena por el ya súper domesticado espécimen intelectual? Se podría objetar que la vigilancia electrónica no está destinada al intelectual crítico, sino al consumidor medio. Pues bien, a este sujeto le encanta ser filmado y lo menos que debe hacer es responder con una sonrisa; y no está claro que no sea también un intelectual.

El mayor dolor del hombre contemporáneo resulta de la conciencia de su insignificancia. La existencia en las rutas de circulación urbana, la singularidad entre los dispositivos de información, el desempeño como actor secundario en el escenario de Facebook, y la propia identidad reducida a la de un “consumidor”, develan frecuentemente que su valor social es equivalente al de un bit transportado en Internet, si no menos. En la novela Ampliación del campo de batalla, el escritor francés Michel Houellebecq narra una muerte realista. El protagonista entra en un supermercado de París y ve un hombre tirado en el piso, de unos cuarenta años, cerca de las cajas. El sigue de largo para no mostrar curiosidad mórbida. Compra algunas cosas. Al llegar a la caja se entera de que el hombre está muerto. Se pasa muy fácilmente al otro lado, piensa. “Habían envuelto el cuerpo en alfombras, o más probablemente mantas gruesas, atadas con cuerda muy apretada. Ya no era un hombre sino un paquete, pesado e inerte, y se estaba tomando disposiciones para el transporte. Y ahí acabó la cosa.” La fila continuó, él pagó el fiambre y el vino. La vida reducida a un paquete que debe ser transportado.

La conciencia de la propia insignificancia puede producir sensaciones de inseguridad, angustia, frustración, violencia, nada que no pueda verse en cualquier embotellamiento o detenimiento del flujo del transporte de información. El consumidor medio desearía estar siendo observado, valorado, recuperando algo de la protección y seguridad que le brindaba la mirada de la madre. El cartel terapéutico “Lo estamos filmando por su seguridad” también expresa una sencilla verdad. Ahora sabe que está siendo objeto de observación, de registro y, con suerte, de clasificación. Como cartel terapéutico es quizá parte de una política en salud mental destinada a recuperar la autoestima del usuario de las grandes ciudades. Excepto los hackers y los militantes de cualquier causa, es decir, las personas felices que no dudan en llevar a cabo una vida necesaria, la mayor parte de los usuarios del país desean fervientemente ser registrados, pues parten de la conciencia de la propia carencia de significado.

No es casual que Sergio Lapegüe esté a la medianoche: es la franja horaria de los programas terapéuticos. Te reconozco: seamos amigos. Prendé y apagá. Te estamos viendo detrás de esa cortina. Reconocemos también tu localidad. Sos muy importante para nosotros. La canción lo dice todo: “Prende y apaga la luz/ necesito una señal/ para saber si esta noche/ te veo en el mismo lugar/ no me hagas esperar/ mi corazón está ansioso/ porque no ve una señal”. TN no sólo vigila desde afuera y se mete por las ventanas, sino que sufre porque nos necesita. Al fin tenemos un significado. Una noticia edificante antes de ir a dormir.

* Docente e investigador UNQ/UBA.

 

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