miércoles, 1 de febrero de 2012

MEDIOS Y COMUNICACION

En nombre del arte

Marta Riskin celebra la posibilidad de que la práctica del pensamiento y la búsqueda de espacios comunes permita de abrirse a otras ideas y ajustar las propias, porque constituye un privilegio que se puedan debatir respuestas y enfrentar otras miradas.

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Por Marta Riskin *

Hefesto curó a Zeus de su dolor de cabeza, abriéndole el cráneo con un
hacha y permitiendo así el nacimiento de Atenea, la cual, según Píndaro,
“... llamó al ancho cielo con su claro grito de guerra. Urano, tembló al oírlo, y la Madre Gea”.

Para la mitología griega, Atenea representaba la sabiduría y las artes, la guerra y la civilización. La variedad de atributos alude a la integración compulsiva de pueblos y culturas, prolijamente fagocitados, a semejanza de Metis, su madre; pero al sumar cualidades de ídolos ajenos, A-Teo-Noa, la de ojos de lechuza, fue considerada por Platón “la mente de dios” y su hija preferida.

Los objetos de la cultura, incluidos templos, instituciones y academias, encarnan riquezas materiales, intelectuales y espirituales.

En la Acrópolis, aún quedan restos del templo de Atenea Niké, victoriosa pero ya sin alas, para señalar que sus contenidos simbólicos siempre pertenecerían a Atenas.

Los griegos no fueron los únicos en afirmar “la guerra es bella”. A lo largo de la historia, y en nombre del arte, otros grupos impusieron sus modelos de pensamiento. Los artistas del “Futurismo”, por ejemplo, impulsaron la adhesión ética y estética del pueblo italiano al fascismo.

La libertad de expresión y la difusión de los conflictos sociales y políticos, dos características propias de la democracia, tampoco son frutos espontáneos sino productos del esfuerzo de hombres y mujeres valerosos. En nombre del arte de la vida, y muchas veces con sus vidas, ellos defendieron al debate y el respeto a la diversidad por sobre la guerra y la paz de los cementerios.

En las últimas semanas han proliferado colectivos intelectuales, en oposición o acompañando a Carta Abierta. Es una magnífica noticia en un país que celebra con hechos cotidianos la recuperación de la palabra y permite, sin riesgos heroicos (mal que pese a quienes se victimizan con fantaseadas censuras), la exposición, en absoluta libertad, del discurso propio.

La práctica del pensamiento y la búsqueda de espacios comunes ofrece la ocasión de abrirse a otras ideas, ajustar las propias y abandonar olímpicos canibalismos que sólo las distorsionan, generando luchas estériles e inútiles dolores de cabeza.

En el prefacio a la Filosofía del derecho de Hegel, dice “el ave de Minerva, (Atenea para los romanos), no emprende el vuelo hasta el oscurecer”.

La metáfora indicaría que comprendemos los fenómenos después que se producen y el vuelo del conocimiento es posible, gracias al previo trabajo diurno.

Los intelectuales, es decir las personas que trabajan con sus mentes y se dedican al estudio y el análisis cuentan, como muchos otros profesionales, con herramientas del oficio y un lenguaje propio.

No es de extrañar que tengan desencuentros o enuncien reclamos y exigencias impracticables como “grito de guerra”. La elaboración de propuestas siempre lleva más tiempo y dedicación que formular máximas o predecir desgracias y, dentro o fuera de los claustros, siempre hay quienes confunden “pensamiento crítico” con difamación y “hechos” con tergiversación de datos.

La gran novedad es el estado público de las discusiones y, en paralelo, la comprobación de la superficialidad de los medios masivos de comunicación; mito que se sostiene sobre la realidad de una mayoría de programas que usan lenguaje limitado y procedimientos amorales.

Hasta que esto cambie, cabe esperar que los intelectuales seleccionen apropiadamente los lugares adonde serán respetados y, reconociendo la influencia de sus mensajes, investiguen la gracia de las formas y en la claridad de transmisión, la consistencia y brevedad de los contenidos.

Transitando territorios objetivos o subjetivos, cuestionarse es indispensable.

No es tarea fácil pero se trata de una oportunidad histórica. Como diría el escultor Policleto, “la obra es más difícil cuando la arcilla está bajo la uña”.

Una de las ventajas de redescubrir que la omnisciencia es un recurso literario y no un atributo de la conciencia humana está en hallar evidencias de “múltiples mundos reales”. Para habitar el mejor posible, compartimos la responsabilidad de construir nuevos espacios de encuentro.

No es un gesto menor en esta segunda década del siglo XXI, y en un mundo donde Atenea continúa expresando el arte del dominio de una cultura sobre las otras, pero los griegos se ven obligados a concesionar su templo a los “bárbaros” para pagar armas inútiles y a costa de una dolorosa deuda externa.

Si el nombre del arte lo decide cada generación y mientras nos acusan aquellos que ocupan nuestros territorios y se niegan al diálogo, es un privilegio y resulta de la mayor importancia que continuemos debatiendo respuestas y enfrentando ideas.

* Antropóloga, Universidad Nacional de Rosario.

MEDIOS Y COMUNICACION

Algo personal

Desde Madrid, Hernán Díaz rescata el sentido básico de la comunicación y replantea el debate de la cuestión comunicacional en el sistema sanitario.

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Por Hernán Díaz *

Desde Madrid

Viviendo en la sociedad de la información, a muchos se les olvida que la comunicación, sea cara a cara o mediada por algún soporte, supone siempre y antes que nada una relación entre personas.

El sistema sanitario es uno de los campos en los que esa “deshumanización” de la comunicación se ha hecho más palpable. Admitiendo que hay matices, lo cierto es que la comunicación entre los médicos y los pacientes y sus familias es uno de los aspectos en los que el sistema sanitario sigue presentando un déficit. Las causas son variadas: una formación universitaria en la que la comunicación es una materia ausente, o su valor es despreciado en comparación con los saberes especializados; una práctica profesional que refuerza la autoridad de los médicos como poseedores de un saber específico que los hace dueños de nuestras vidas; y, por qué no decirlo, la propia organización del sistema, que por masificación y falta de recursos limita el tiempo de consulta y termina convirtiendo a los pacientes en casos de estudio o simples historias clínicas, con pocas referencias a la historia personal y a su contexto familiar y social. De allí que una buena parte de los profesionales de la medicina han establecido una relación distante con los pacientes y sus familias, similar a la que tiene Joan Manuel Serrat con los políticos en su clásico “Entre esos tipos y yo hay algo personal”.

Afortunadamente, esta situación está cambiando. Cada vez son más los profesionales sanitarios, y particularmente del campo de la medicina, que se dan cuenta de que entre esos tipos (sus pacientes) y ellos (los profesionales) hay algo personal, ya no como la distancia a la que nos referíamos antes sino como una necesidad de establecer un vínculo de confianza, empatía y asertividad que permita mejorar el proceso clínico. Veamos algunos ejemplos.

Hace algunos meses participé en Sevilla en un encuentro de formación de médicos. Sorprendido por encontrarme en una sesión de comunicación en el marco de una jornada sobre cáncer de próstata dirigida a profesionales de una especialidad vinculada históricamente con la práctica quirúrgica, pregunté a los directivos de la Asociación Española de Urología por qué estábamos los comunicadores invitados a ese evento. “Tenemos acceso diario a todas las investigaciones sobre nuestra especialidad, pero muchas veces fallamos en el tratamiento porque no somos capaces de comunicarnos bien con los pacientes y sus familias. Y eso no nos lo ha enseñado nadie cuando fuimos a la universidad”, fue la respuesta. Estos profesionales reclaman habilidades para relacionarse con unos pacientes que, por ejemplo, llegan a la consulta médica con mucha más información que antes porque el “Dr. Google” les informa prácticamente de todo (aunque de forma bastante errática), o para afrontar situaciones tan complejas como el momento de transmitir a un paciente que padece un cáncer de próstata.

Esta necesidad de mejora en la comunicación es, también, una demanda de los propios pacientes y sus familias. Una investigación del GAT –Federación Estatal de Asociaciones de Profesionales de Atención Temprana– sobre procedimientos profesionales, vivencias y necesidades de los padres cuando se les informa que su hijo tiene una discapacidad o un trastorno en el desarrollo recogió el descontento de padres y madres de niños con discapacidades de cero a seis años sobre la forma en que les habían transmitido que su hijo/a presentaba una anomalía congénita, un trastorno del desarrollo o cualquier otra discapacidad. Como respuesta, el Real Patronato sobre Discapacidad del Gobierno de España editó recientemente, con el apoyo del grupo investigador, la guía La primera noticia, en la que ofrece a los profesionales que trabajan en atención temprana un conjunto de recomendaciones a tener en cuenta a la hora de comunicar la discapacidad. Hablamos entonces de la comunicación como un derecho de los usuarios del sistema socio-sanitario.

La comunicación es también un criterio de calidad asistencial. Esta mejora asistencial no depende tanto de un importante desembolso económico sino más bien de la voluntad política de darle la vuelta a ciertas prácticas institucionalizadas. Como en muchos otros campos, la realidad va unos pasos por delante de la universidad. Mientras trabajamos para que los planes de estudio de las carreras socio-sanitarias (y especialmente los de Medicina) se adapten a las nuevas demandas profesionales y sociales, nos toca desarrollar una tarea de concientización que permita recuperar el sentido primigenio de la comunicación: la de una habilidad humana que nos permite entendernos y sentirnos como iguales en una sociedad. Para que entre pacientes y profesionales sanitarios haya, de verdad, algo personal.

* Director de Comunicación de la Fundación de Educación para la Salud (Fundadeps - España) y docente del Experto en Comunicación Social y Salud de la Universidad Complutense de Madrid.


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