El discurso, la política y la realidad
ENVIAR NOTA
Los tiempos de la política, se sabe, no responden a las leyes de la causalidad física ni se despliegan de acuerdo con un ordenamiento lógico y previsible. No se trata, cuando de la política y de la sociedad se habla, de fenómenos de la naturaleza ni de construcciones teóricas que intentan capturar la complejidad de la vida en una regulación estadística.
La previsibilidad se entrama con el azar, la planificación con lo inesperado, la calculabilidad con lo enigmático, las conductas sociales diseñadas de acuerdo con el sociologismo de encuesta se encuentran con la variabilidad imprevista de los humores sociales, la ingeniería de los expertos suele chocarse con la resistencia, inesperada, de los “materiales” a los que tiene que amoldar siguiendo un plan trazado de antemano.
La política convive y negocia con la ambigüedad y la contradicción, con lo posible y con los deseos imaginarios de los millones de individuos que habitan en el interior de una sociedad, con la multiplicidad y la diversidad de lo social y con el intento de ordenar esa polifonía de voces, intereses, experiencias y perspectivas bajo el manto protector de un proyecto compartido que, sin embargo, guarda en su interior la trama, a veces visible y otras invisible, de conflictos no resueltos provenientes de otros estratos de la vida colectiva o que acechan en un horizonte no tan lejano.
Nada más ingenuo que imaginar que la “paz eterna” se corresponde a las prácticas sociales. Toda quimera de una “comunidad organizada” se choca, tarde o temprano, con lo fallido de cualquier sueño de totalidad. El lenguaje político nace del conflicto y la desigualdad, es expresión de lo no resuelto y se desvanece cuando lo que supuestamente prolifera es la unidad indivisible o la pastoral de vidas pasteurizadas por la ficción del consenso absoluto.
La política es el arte de lidiar con este caleidoscopio en el que las imágenes de la economía, de las clases sociales, de la historia, de los litigios, de las desigualdades, de las injusticias, de las estructuras silenciosas que vienen de ayer, de las innovaciones tecnológicas que modifican la vida, de la proliferación identitaria que no acepta ser reducida a una unidad, de los múltiples lenguajes socioculturales, de una globalización convertida en una entidad mágica que une lo distante y compromete el destino de un país de acuerdo con lo que pueda estar sucediendo a miles y miles de kilómetros de distancia, se entrelazan para ofrecernos el cuadro de una realidad que tiene poco de sencilla. La ficción es suponer que la política puede actuar haciendo abstracción de todas estas variables, como si su potencia o su razón de ser estuvieran en su capacidad de imponer, sobre esa misma realidad compleja, laberíntica y cambiante, la homogeneidad planificada.
El discurso que, ante la Asamblea Legislativa, pronunció, durante casi tres horas, la presidenta de la Nación contuvo el complejo aliento del genuino lenguaje político, de aquel que se hace cargo de esa misma complejidad a la que hacíamos referencia. Un discurso que no dejó de tocar los puntos nodales de la vida de los argentinos deteniéndose, con exhaustiva minuciosidad, en el trazado de un mapa en el que se entrecruzaron lo económico con lo político, lo social con lo jurídico, lo educativo con la causa de Malvinas, la problemática de los ferrocarriles con la necesidad de reformar la carta orgánica del Banco Central, el tema crucial de los recursos energéticos con la sustentabilidad del medioambiente, la pincelada histórica con el final normativo de la Convertibilidad, una frase del dictador Videla que disparó, emoción mediante, el homenaje a la política de Derechos Humanos de Néstor Kirchner con una profunda reivindicación de la democracia y de los derechos como núcleo de cualquier negociación por Malvinas. Un discurso profundamente político capaz de articular cada uno de los fragmentos que constituyen el todo nacional sabiendo, como no ha dejado de señalarlo una y otra vez, que nada es más difícil que engarzar cada una de las piezas para que el rompecabezas que es el país encuentre su forma adecuada.
Un discurso que, de nuevo, mostró las carencias de la oposición y, sobre todo, de la que mal gobierna la Ciudad de Buenos Aires y que no dejó de señalar que nada le hace peor a la política que la subordinación a la agenda mediática o a los intereses de los grupos monopólicos. Pero también un discurso que dejó esbozada la línea que deberá profundizar un gobierno que sabe, más allá de los logros y de las profundas transformaciones desplegadas en el país desde el año 2003, que quedan muchas cosas por resolver y por modificar incluyendo, sin dudas, una política específicamente dirigida hacia la reconstrucción del sistema ferroviario.
Un discurso potente para salir a confrontar con la multiplicación exponencial en las últimas semanas de una brutal ofensiva mediática que intenta describir, una vez más, al país como si estuviera al borde del abismo. Un discurso para recorrer los logros pero también para señalar lo que falta como si supiera, Cristina, que lo segundo, en clave política, es siempre lo determinante a la hora de ser interpelado por el humor social. Lo realizado, por más significativo y decisivo que haya sido, y más tomando en cuenta el estado de intemperie en el que se hallaba la Argentina cuando llegó Kirchner, sólo es marca de una orientación que exige, al gobernante, atravesar, cada día, la prueba de su capacidad.
Tal vez por eso, el discurso presidencial, si bien prefirió destacar lo mucho que se logró, no dejó de insistir sobre lo mucho que todavía falta recorrer. Lo cierto es que, una vez más, se escuchó la voz genuinamente política de quien se ha constituido en el actor clave de este tiempo histórico dominando, como pocos, el arte de hacer corresponder las palabras con la realidad sabiendo, también, que esa correspondencia no está garantizada y que exige la fidelidad a las convicciones y la capacidad de renovar y cambiar cuando se vuelve indispensable. En Rosario, a orillas del Paraná, Cristina volvió a poner su gobierno bajo el signo de la conquista de la igualdad, en el Congreso de la Nación se comprometió, una vez más, a seguir recorriendo ese camino. <
La previsibilidad se entrama con el azar, la planificación con lo inesperado, la calculabilidad con lo enigmático, las conductas sociales diseñadas de acuerdo con el sociologismo de encuesta se encuentran con la variabilidad imprevista de los humores sociales, la ingeniería de los expertos suele chocarse con la resistencia, inesperada, de los “materiales” a los que tiene que amoldar siguiendo un plan trazado de antemano.
La política convive y negocia con la ambigüedad y la contradicción, con lo posible y con los deseos imaginarios de los millones de individuos que habitan en el interior de una sociedad, con la multiplicidad y la diversidad de lo social y con el intento de ordenar esa polifonía de voces, intereses, experiencias y perspectivas bajo el manto protector de un proyecto compartido que, sin embargo, guarda en su interior la trama, a veces visible y otras invisible, de conflictos no resueltos provenientes de otros estratos de la vida colectiva o que acechan en un horizonte no tan lejano.
Nada más ingenuo que imaginar que la “paz eterna” se corresponde a las prácticas sociales. Toda quimera de una “comunidad organizada” se choca, tarde o temprano, con lo fallido de cualquier sueño de totalidad. El lenguaje político nace del conflicto y la desigualdad, es expresión de lo no resuelto y se desvanece cuando lo que supuestamente prolifera es la unidad indivisible o la pastoral de vidas pasteurizadas por la ficción del consenso absoluto.
La política es el arte de lidiar con este caleidoscopio en el que las imágenes de la economía, de las clases sociales, de la historia, de los litigios, de las desigualdades, de las injusticias, de las estructuras silenciosas que vienen de ayer, de las innovaciones tecnológicas que modifican la vida, de la proliferación identitaria que no acepta ser reducida a una unidad, de los múltiples lenguajes socioculturales, de una globalización convertida en una entidad mágica que une lo distante y compromete el destino de un país de acuerdo con lo que pueda estar sucediendo a miles y miles de kilómetros de distancia, se entrelazan para ofrecernos el cuadro de una realidad que tiene poco de sencilla. La ficción es suponer que la política puede actuar haciendo abstracción de todas estas variables, como si su potencia o su razón de ser estuvieran en su capacidad de imponer, sobre esa misma realidad compleja, laberíntica y cambiante, la homogeneidad planificada.
El discurso que, ante la Asamblea Legislativa, pronunció, durante casi tres horas, la presidenta de la Nación contuvo el complejo aliento del genuino lenguaje político, de aquel que se hace cargo de esa misma complejidad a la que hacíamos referencia. Un discurso que no dejó de tocar los puntos nodales de la vida de los argentinos deteniéndose, con exhaustiva minuciosidad, en el trazado de un mapa en el que se entrecruzaron lo económico con lo político, lo social con lo jurídico, lo educativo con la causa de Malvinas, la problemática de los ferrocarriles con la necesidad de reformar la carta orgánica del Banco Central, el tema crucial de los recursos energéticos con la sustentabilidad del medioambiente, la pincelada histórica con el final normativo de la Convertibilidad, una frase del dictador Videla que disparó, emoción mediante, el homenaje a la política de Derechos Humanos de Néstor Kirchner con una profunda reivindicación de la democracia y de los derechos como núcleo de cualquier negociación por Malvinas. Un discurso profundamente político capaz de articular cada uno de los fragmentos que constituyen el todo nacional sabiendo, como no ha dejado de señalarlo una y otra vez, que nada es más difícil que engarzar cada una de las piezas para que el rompecabezas que es el país encuentre su forma adecuada.
Un discurso que, de nuevo, mostró las carencias de la oposición y, sobre todo, de la que mal gobierna la Ciudad de Buenos Aires y que no dejó de señalar que nada le hace peor a la política que la subordinación a la agenda mediática o a los intereses de los grupos monopólicos. Pero también un discurso que dejó esbozada la línea que deberá profundizar un gobierno que sabe, más allá de los logros y de las profundas transformaciones desplegadas en el país desde el año 2003, que quedan muchas cosas por resolver y por modificar incluyendo, sin dudas, una política específicamente dirigida hacia la reconstrucción del sistema ferroviario.
Un discurso potente para salir a confrontar con la multiplicación exponencial en las últimas semanas de una brutal ofensiva mediática que intenta describir, una vez más, al país como si estuviera al borde del abismo. Un discurso para recorrer los logros pero también para señalar lo que falta como si supiera, Cristina, que lo segundo, en clave política, es siempre lo determinante a la hora de ser interpelado por el humor social. Lo realizado, por más significativo y decisivo que haya sido, y más tomando en cuenta el estado de intemperie en el que se hallaba la Argentina cuando llegó Kirchner, sólo es marca de una orientación que exige, al gobernante, atravesar, cada día, la prueba de su capacidad.
Tal vez por eso, el discurso presidencial, si bien prefirió destacar lo mucho que se logró, no dejó de insistir sobre lo mucho que todavía falta recorrer. Lo cierto es que, una vez más, se escuchó la voz genuinamente política de quien se ha constituido en el actor clave de este tiempo histórico dominando, como pocos, el arte de hacer corresponder las palabras con la realidad sabiendo, también, que esa correspondencia no está garantizada y que exige la fidelidad a las convicciones y la capacidad de renovar y cambiar cuando se vuelve indispensable. En Rosario, a orillas del Paraná, Cristina volvió a poner su gobierno bajo el signo de la conquista de la igualdad, en el Congreso de la Nación se comprometió, una vez más, a seguir recorriendo ese camino. <
No hay comentarios:
Publicar un comentario