Collage electoral: el tiempo de los políticos sin programa
Enfoques
Transversal y fragmentado, el escenario de listas para las elecciones legislativas obliga a los candidatos a conjugar intereses dispersos y evitar definiciones de fondo. La polarización K-anti K y la gestión eficiente aparecen como los únicos argumentos de campaña. ¿Se puede ganar una elección sin propuestas?
Hay que saber de qué lado estás", dice la Presidenta al presentar a sus candidatos. "Ella o vos", insiste Francisco de Narváez. "Si algún intendente dice que hizo las cosas solo, está mintiendo", apunta Martín Insaurralde. El kirchnerismo porteño lanza su campaña con una marcha contra Mauricio Macri. "Vamos a ganar siendo humildes, nunca prepotentes", devuelve la candidata de Pro, Gabriela Michetti." "Nosotros somos lo nuevo", insiste Darío Giustozzi, segundo en la lista de Sergio Massa. "La lucha contra la corrupción y el freno al kirchnerismo serán nuestras banderas", dicen en la centroizquierda, que en versión bonaerense se fotografía amasando pan, una ironía contra las políticas de Guillermo Moreno.
Si usted cree que a estos tiempos pre-electorales les sobran provocaciones y les faltan ideas, despreocúpese: la campaña propiamente dicha, que empieza oficialmente el viernes próximo, terminará de convencerlo.En efecto, los dirigentes políticos de toda orientación parecen encerrados en un ajedrez electoral que volvió a legitimar la transversalidad, con discursos que se oyen más dedicados a sus contrincantes que a los ciudadanos.
El armado de listas de candidatos para las elecciones legislativas de este año mostró con crudeza un fenómeno del escenario político argentino iniciado en la crisis de 2001: la implosión de los partidos políticos, fragmentados en mil pedazos y hoy rearmados en combinaciones impensables, con escasas caras nuevas. Así, la campaña que empieza pone a estos frentes ante la incómoda necesidad de hacer equilibrio entre intereses dispersos y evitar definiciones de fondo para sumar adherentes.
Es cierto que las campañas electorales basadas en eslóganes generales, sin precisiones sobre políticas concretas y con más énfasis en candidatos que en ideas son ya una lección aprendida en todo el mundo desde hace más de veinte años. Pero en la Argentina de final abierto adquieren una resonancia particular. Al escenario de partidos estallados se suma la polarización K, que parece reducir las plataformas electorales a decir de qué lado cada uno está, y la omnipresencia del relato presidencial, con una épica cansadora que hace que muchos ciudadanos sólo aspiren a que alguien les prometa una vida previsible.
Sin embargo, a los que creen que una campaña basada en propuestas sería bien recibida, conviene recordarles que en la Argentina, como en otros países, goza de muy buena salud el voto económico, el volátil, el coyuntural y el que se entusiasma con candidatos, no importa su procedencia ideológica o su grado de coherencia. Y a los que culpan a los políticos por su falta de ideas, es útil advertirles lo que repiten los expertos: muchas veces, ocultar las bases ideológicas y evitar las propuestas concretas puede ser la mejor estrategia para ganar una elección. Y, al menos en las primarias que vienen, ése parece ser el caso.
Sumar sin restar
"Creo que las ideas no importan mucho para ganar elecciones en Argentina, porque el voto económico es muy fuerte y suele estar determinado, como en buena parte de las democracias, por el desempeño reciente y por las expectativas de desempeño futuro. Las ideas le importan más a los políticos que a los votantes, y les importan más para gobernar que para competir", apunta el sociólogo Alejandro Bonvecchi, profesor en la Universidad Torcuato Di Tella, investigador especializado en estudios electorales y legislativos.Desde hace por lo menos 20 años, las campañas electorales en buena parte del mundo, influidas por la política norteamericana, evitan las definiciones claras para sumar adherentes. "La idea es que en la medida en que se formulan precisiones, se espantan votos. Los partidos se esfuerzan en dar mensajes no divisivos. Es una estrategia deliberada, no es que no tengan propuestas o no sepan cómo formularlas", señala Alberto Föhrig, profesor en la Universidad de San Andrés, que investiga los procesos de fragmentación de partidos políticos en la Argentina.
Puede existir, en el éxito de esa estrategia, una constatación de sentido común: ¿para qué votar ideas, si los políticos luego hacen lo que quieren? "Desde que los partidos políticos perdieron representatividad, incumplieron promesas electorales o hicieron todo lo contrario de lo prometido, las plataformas programáticas perdieron vigencia -señala Orlando D'Adamo, experto en comunicación política y profesor de psicología política en la Universidad de Belgrano y la UBA-. El candidato es clave la mayoría de las veces."
Se sabe, además, que el cerebro del votante decide combinando argumentos racionales y emocionales, y que puede ser más efectivo apelar a la identificación ideológica vinculada con un sentimiento que proponer planes de gobierno sobre temas complejos, como son casi todos cuando se los piensa como políticas públicas, difíciles de reducir a un eslogan de campaña.
"La experiencia indica que es perfectamente factible hacer campaña alrededor de unas pocas propuestas, sin que conformen un programa o un plan de gobierno. Mucho más en una elección legislativa. Y mucho más en ésta: «Dígale basta a Cristina Fernández de Kirchner» o «No a la re-reelección» pueden bastar y sobrar", dice D'Adamo.
Desde esta perspectiva, Sergio Massa, que querría ubicarse en el inestable término medio, estaría por ahora en problemas. No tanto, podrían apuntar desde sus usinas de campaña: apostar a la gestión eficiente también puede ser redituable en las urnas. "En ciertas elecciones, sin duda este argumento puede reemplazar a las ideas. Todavía hay muchas personas que ante todo quieren que les solucionen los problemas, como la inseguridad", dice D'Adamo.
Ni revoluciones ni épica entonces: cámaras de seguridad. "Si el Gobierno exageró la gestión llevándola al nivel poco creíble de una epopeya, las cuestiones a partir de las cuales se puede construir es no pelearse y seguridad. Cuando la gente está agotada de estar sometida a una epopeya diaria, tal vez alcanzar un poco de tranquilidad puede bajar el nivel de las aspiraciones, y no hay nada más elevado en la oferta electoral", analiza Gerardo Aboy Carlés, sociólogo e investigador del Conicet, para quien, sin establecer continuidades generales, hoy hay un cierto aire de familia con los 90. "El menemismo degradó la palabra y el kirchnerismo provocó su saturación. Es sintomático que, cuando se empezaron a ver posibilidades de relevo, las miradas se posaron en Scioli y en Massa, que se caracterizaron por no hablar o por hacerlo con poco contenido programático", dice.
Claro que las campañas electorales no son oasis de debate público de alto nivel tras años de peleas superficiales. Para muchos, durante la década K hemos confundido debatir con intercambiar blancos y negros sin ponernos de acuerdo ni siquiera en qué estamos discutiendo.
"En la política argentina no hay demasiado programa desde 2003. Antes de eso, en todas las elecciones desde 1983 hubo alguna discusión más programática sobre política pública. La novedad del kirchnerismo es la disolución de ese tipo de discusiones", describe Bonvecchi. "El tipo de gobernabilidad que se ha dado la Argentina desde 2002 está basada en el mantenimiento de un orden y para eso lo importante es que el presidente tenga las herramientas adecuadas, que no son ideas, sino mayorías legislativas y poder fiscal. Puede haber un debate, muy apasionado, sobre el rumbo general del país o la naturaleza del régimen democrático, pero eso no es discutir de política pública." Quizás, porque ni siquiera coincidimos en los diagnósticos. "La política económica podría ser una arena para estos debates, pero para eso habría que tener algún tipo de consenso acerca de qué está ocurriendo. Como los datos son opinables, también lo es el diagnóstico y entonces no se sabe sobre qué estamos discutiendo", afirma.
Polarización peligrosa
Paradójicamente, o quizá porque su construcción de poder le permite diseñar la cancha, poner las reglas y ubicar a los jugadores -al menos a la mayoría de ellos-, el kirchnerismo tiene dos caminos, cada uno riesgoso, en la campaña que empieza.Uno, apelar a la gestión. "Ese discurso eficientista puede beneficiar a la opción más ideologizada del espectro político. Para mucha gente, el kirchnerismo es eficiente: controló la inflación, hay aumentos regulares de salarios, hay políticas sociales y obra pública en los barrios", dice Lorena Moscovich, politóloga y docente de la UBA.
Sin embargo, según analiza, los puntos fuertes de la Presidenta pueden no resultarle fácilmente redituables en votos en la coyuntura actual. "Las fortalezas política de Cristina pasan por manejar la agenda pública, apelar a la polarización y manejar recursos. Los niveles de crecimiento menores y la persistencia de la inflación hacen que la economía pese menos y que dé mayor lugar al plano discursivo. Sin embargo, las innovaciones del discurso tienen un límite y es difícil seguir sorprendiendo sin radicalizarse -opina Moscovich-. Cristina tiende a abandonar la polarización cuando se acercan las elecciones y proponer discursos más inclusivos. ¿Tendrá margen para hacerlo ahora, cuando la situación está más polarizada que en el pasado? ¿Querrá hacerlo esta vez, o cambiará su estrategia discursiva antes de las elecciones? Por ahora, es una pregunta abierta."
El kirchnerismo podría también apelar a la defensa del modelo y a su mejor candidata, la propia Presidenta, pero eso también tiene eficacia limitada. "La Presidenta sólo garantiza convocatoria en el núcleo duro de sus votantes. A diferencia de 2011, y sin estar en juego la Presidencia, no tendrá votos masivos de la clase media, a la que espantó sistemáticamente desde que ganó la elección. Es un hecho que el 54% no vuelve", opina D'Adamo.
El escenario de final abierto que apasiona a algunos y desespera a otros, ¿permite ser optimista? De a poco. "Estamos viendo ahora una lenta recomposición del fraccionamiento de los partidos que se dio en la crisis de 2001, pero en ese proceso hoy conviven dos lógicas distintas. Hay actores que están entendiendo el proceso, como Massa, que está intentando reeditar el viejo peronismo acercando a gente de derecha y de izquierda en un poskirchnerismo, y la centroizquierda porteña, que intenta sobreponerse a su fragmentación", apunta Föhrig. "Los más anclados en la lógica vieja son el kirchnerismo, con una postura divisiva y anclado en un 30%, que no es poco tras 10 años de gobierno, pero es sólo eso, y De Narváez, que es su opuesto exacto. No es casual que ambos estén mostrando que están en una fase decadente de su penetración política."
La indefinición de propuestas y la flexibilidad de límites ideológicos quizá sea, finalmente, una estrategia adaptativa de los políticos. De izquierda a derecha, kirchneristas duros y light , renovadores y continuistas, parecen haber tomado nota del descarnado realismo político del ex presidente Menem cuando, a poco de asumir su primera presidencia, en 1989, se sinceró sin pudor: "Si yo decía lo que quería hacer, no me votaba nadie".
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