sábado, 28 de abril de 2012

Un periodista con rostro y alma


 Por Osvaldo Bayer

Cuando se comete una injusticia en forma solapada y con sorna en plena democracia uno siente haber entrado en una región vacía y plena de hipocresías. Lo que está ocurriendo con el periodista Herman Schiller ya entra en la región de las máximas hipocresías. Se hace sentir el poder omnímodo en una mezcla de sonriente desparpajo y del que da puntapiés sin mostrar la cara.
Un periodista de ley, Herman Schiller. Lo conocemos todos, desde hace años tenía una audición más que excelente, de periodismo abierto, franco, honesto y de un coraje a toda prueba. En Radio Ciudad. La radio de la ciudad de Buenos Aires. Se había convertido en la voz de los sin voz. Allí iban todos los sábados voceros de villas de extrema pobreza, representativos de barrios más que humildes, madres representantes de mujeres que enfrentan la vida en soledad, gente de mano abierta que se preocupa por los niños con hambre y sed de amor y de alegrías, periodistas preocupados por lograr más equilibrio en la dignidad de la ciudad. Sí, toda esa gente. Todos los que siempre han ayudado a vivir contra lo injusto y lo perverso del sistema. Los honestos representantes de los olvidados en una sociedad tumultuosa e incoherente. Herman Schiller les daba cabida a todos ellos en su audición Leña al fuego. Desde hace trece años. Y de pronto le cerraron la puerta. Macri y los suyos le pusieron llave al cerrojo y empezaron a hacerse los sordos, a mirar sonrientes para el cielo mientras la sequía mata a las flores.
Estamos en una ciudad increíble. Nuestra Capital de los argentinos. Sí. Señoras y señores, argentinos y argentinas: en marzo de este año, la Legislatura de Buenos Aires por unanimidad de sus sesenta diputados aprobó la declaración 20/2012 valorando de “interés cultural de la Ciudad” al programa radial de Schiller. Y el 12 de abril legisladores metropolitanos le hicieron notar “con suma preocupación” al director de esa radio, Baltasar Jaramillo, y a Carlos Ares, director de Proyectos Especiales del Sistema de Medios Públicos, que no habían respondido al acta de los representantes del pueblo que pedían la continuidad “del programa de mayor audiencia de la radio”. Hasta ahora no hubo respuesta y parece que Macri tampoco se enteró de nada. O se hizo. El silencio contra los profundos argumentos. ¿Eso es democracia? Un político inteligente dejaría el programa y lo escucharía para conocer los argumentos de los que él considera sus enemigos. Que no lo son, sino ciudadanos con los mismos derechos que tienen los dueños de los countries esos que ni siquiera escuchan ningún programa de la radio de la Ciudad. Siempre, para un gobernante es mejor escuchar las voces de críticos serios que las alabanzas de los aduladores. Mauricio Macri no le renovó el contrato a Schiller. Así de simple. Idioma argentino. Si al rey no le gusta, jodete. Jódase el oyente porteño y pase a escuchar al Chiche Gelblung en radio Mitre. Ahí te dicen boludo, pelotudo, calentona y no te vienen a hablar de que los niños de villa Curzito no tienen leche.
Herman Schiller. El ejemplo para todos nosotros periodistas. Durante la dictadura sacó a la calle Nueva Presencia, el periódico de la denuncia contra el crimen oficial. Allí apareció la palabra “de-saparecido” en todas las ediciones mientras los grandes diarios nos daban noticias de Miami o de la Costa Azul. Nueva Presencia fue la voz de los desaparecidos y de los desesperados familiares que golpeaban puertas de comisarías y cuarteles para saber dónde estaban sus queridos hijos. Qué páginas de puro coraje. Schiller preguntándole a los desaparecedores dónde estaban las víctimas en los años terribles. Fue uno de los primeros hombres que estuvo con las primeras Madres en esa Plaza de Mayo, lugar de nuestra Libertad, que se había convertido en el espejo negro del dolor y del crimen más abominable de la historia de esta tierra. Y después de Nueva Presencia, ya en democracia, Schiller fue uno de las primeras plumas del periódico Madres de Plaza de Mayo, al que prestó toda su fuerza y claridad. Toda una línea hasta desembocar con la palabra hablada, todos los sábados. La radio de la Ciudad llegaba en la hora de Schiller a todos los rincones: los sin luz ni pan podían expresarse, los desocupados podían hacerse oír, los delegados de fábrica a los que sus gordos dirigentes no escuchaban tenían con Schiller micrófono para expresarse con la amplitud que señalan las palabras Libertad, Libertad, Libertad de nuestro Himno.
Además, todo dicho con voz sabia, ni desesperada ni agitatoria. La tranquilidad y limpieza de la Verdad. Y de pronto Schiller encontró sólo el silencio ante su micrófono. No, el todopoderoso empresario Macri había apagado la luz. ¿Pero cómo, la radio no está para que la voz del pueblo de Buenos Aires se haga oír? ¿Acaso la democracia no se ha hecho para todos? Y justo el que elige el pueblo tiene que preocuparse de eso: que esa voz de todos se escuche y pueda llegar a sus representantes, porque según la Constitución nacional somos todos iguales y no nacidos para que unos vayan al “country” y los otros a un rancho sin agua. ¿No vivimos en las tierras de los hombres de aquel Mayo glorioso?
Mil voces se han levantado para acompañar a Schiller. ¿Pero qué responden Macri y todos sus representantes? Nada, el silencio. No comprenden que para ellos lo mejor es que hay que darle voz al pueblo para conocer sus problemas. Los de arriba, que nunca aparecen por los barrios pobres, podían conocer a través de Leña al fuego esos problemas que siempre han ignorado, repetimos. Los representantes inteligentes de los partidos conservadores europeos permiten esos modos de expresión de los humildes para estar informados y conocer dónde pueden estar los problemas fundamentales de una ciudadanía. Escuchan –algunos ponen el tono radial demasiado bajo, claro– que hay problemas y qué problemas, entonces por lo menos van y ponen una placa en una escuela o abren un comedor para niños hambrientos. Pero aquí, ni eso, le tapan la boca a los que sufren. Así, en Buenos Aires no hay problema ninguno, ni niños sin techo, ni gente sin trabajo y que por lo menos los domingos son manteros y venden lo que trabajan las manos de sus mujeres. Esperamos que la democracia actúe para volver a escuchar a Schiller, el hombre de la claridad.
De lo negativo pasemos a lo positivo, a lo verdaderamente democrático. Como ya se sabe, el Concejo Deliberante del partido y la ciudad de General Pinto, en la provincia de Buenos Aires, votó quitar el nombre del genocida Julio Argentino Roca de todas las localidades de ese partido. Fue por el voto de nueve representantes del Frente para la Victoria y tres en contra del macrismo y el radicalismo. El nuevo nombre aprobado, que llevará ahora esa calle, es Pueblos Originarios. La resolución fue plenamente democrática. Los concejales tuvieron en sus manos el libro del historiador Marcelo Valko, Pedagogía de la desmemoria, donde están todos los documentos del extremo racismo de Roca y el número de hombres de los pueblos originarios muertos por los remington del general genocida y el número de esclavos llevados por el ejército argentino (“indios”, “chinas” y “chinitos”, textualmente cómo los blancos llamaban con un racismo increíble a los pueblos originarios) a la ciudad de Buenos Aires para entregarlos como peones, sirvientas y mandaderos, respectivamente, a las familias porteñas que lo requirieran.
El intendente Alexis Guerrera y los funcionarios de Cultura Julio Galván y Carina Cariqueo tomaron con toda responsabilidad el estudio del proyecto y lo apoyaron. Y se aprobó. Lo lamentable es que ni el macrismo ni el radicalismo tuvieron en cuenta el respeto a la vida y existencia de los pueblos originarios que habitaron y habitan nuestro territorio desde hace siglos. Y que el texto de los documentos firmados por Roca tienen el mismo desprecio racial por ellos que los firmados por Hitler. Esto es ineludible y demostrable a carta cabal. Pero claro, los macristas representan a la gente “de bien” que pasaron a poseer la tierra quitada a los habitantes originarios y los radicales quieren encubrir los propios crímenes cometidos por Yrigoyen en la Semana Trágica, la Patagonia Rebelde y con los hacheros de La Forestal. Pero todo no es gratuito. La verdad histórica triunfa finalmente, así como la Etica triunfará finalmente en el caso de Herman Schiller. No tenemos duda.

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