Casi un mes después de que la cadena O’Globo pidiera disculpas
por haber apoyado la dictadura brasileña, el dueño del diario chileno El
Mercurio confesó su apoyo al golpe de Augusto Pinochet, el rol de los medios en
el Plan Cóndor y sus contactos con la CIA. En nuestro país, la prensa
antikirchnerista presenta habitualmente a Brasil y a Chile como modelos exitosos
donde se hacen bien las cosas que, en teoría, acá se harían muy mal. En general,
prodigan un tratamiento que refleja el punto de vista del cordón industrial
paulista, que merece más receptividad en sus páginas que cualquier cosa que haga
o diga el "polémico" Guillermo Moreno; y hace muy poco, durante el diferendo con
LAN por un hangar en Aroparque, la posición de la empresa aérea trasandina fue
presentada como "racional" en oposición a la de Mariano Recalde, el CEO de AA,
nuestra aerolínea de bandera, que fue casi tratada de "delirante". Sin embargo,
cuando estos mismos diarios, que se muestran particularmente afectos y sumamente
comprensivos con los intereses brasileños o chilenos, se enfrentan a una noticia
protagonizada también por empresarios de esos países que les disgusta o los
interpela, se vuelven nacionalistas de golpe y la desaparecen prolijamente de
sus diarios.
Están en su derecho, claro. Nadie está obligado a declarar en
su contra. Lo que no se publica, aunque exista, no adquiere categoría de
noticia. Cuando el mayor conglomerado mediático de Brasil pide perdón por apoyar
a la dictadura, estamos sin duda ante un hecho relevante. Si Agustín Edwards,
dueño de El Mercurio, principal diario chileno, ante un juez, admite sus
contactos con la CIA, el papel del Plan Cóndor y su rol en el derrocamiento de
Salvador Allende, confirmando el contenido de los archivos de Inteligencia
estadounidenses desclasificados, también merece atención. Pero los fabricantes
de noticias dominantes no las dejaron ser noticias. Las recortaron de sus
agendas.
Cuando las futuras generaciones quieran revisar la hemeroteca
para ver cuándo y de qué manera los medios latinoamericanos comenzaron la
glasnot informativa sobre sus propios pecados durante las sangrientas dictaduras
que asolaron la región en pleno siglo XX, van a enfrentarse a la inseguridad
informativa de no poder leerlo, porque se las habrán escamoteado. Serán
víctimas. Leerán la historia por la mitad. La memoria incompleta que garantiza
los negocios de la prensa hegemónica local, así estará garantizada. Aún en la
época de Internet, que supone el clímax de circulación masiva de contenidos sin
censura, el control del flujo y el sentido de las noticias ocupa obsesivamente a
las grandes corporaciones. Una gran parte de las noticias que se viralizan en la
red surge de los contenidos de los diarios de papel. Todos los días multitudes
digitales que confían en el espejismo libertario de las redes sociales opinan
sobre lo que los diarios quieren que opinen, sin saberlo. Porque no los leen:
son leídos por ellos.
En su edición de ayer, la sección El Mundo, del diario Clarín,
dedicó sus dos páginas de apertura a un hecho que involucra a otro gran barón de
la comunicación, el italiano Silvio Berlusconi. Eso quiere decir que, en este
caso, un hecho protagonizado por un empresario de medios es noticia. Sin
embargo, en una sección de seis páginas, donde además de informar sobre la casi
segura expulsión del senado romano de Berlusconi, la visita del Papa a Asís, el
trágico hundimiento de barcazas en Lampedusa, el estado psiquiátrico de la mujer
que atacó la Casa Blanca y la muerte del general Giap, no hubo espacio para la
declaración judicial del chileno Edwards, también empresario de medios. Esto no
fue noticia ayer en Clarín, quizá lo sea hoy: la publicación en Tiempo Argentino
tal vez los obligue a hacer algo. Pero ayer, no fue noticia. No es que fue
chico, en un recuadro, en un pirulo: la revelación sobre sus contactos con la
CIA, su participación en el golpe pinochetista, fue omitida. Los editores de esa
sección no son aprendices. Son los mejores de la Argentina. No se les escapa que
la declaración del empresario de medios ante el juez Mario Carroza apareció el
viernes en el portal chileno El Mostrador. Por eso no es imputable a ellos la
ausencia. Son los accionistas del diario los que opinaron a través de lo que
decidieron hacer callar en sus páginas, al menos, en la edición
sabatina.
Santiago de Chile queda a 1400 kilómetros de Buenos Aires.
Roma está nueve veces más lejos. En la Argentina vive medio millón de chilenos,
la mitad de los que están fuera de su país. También hay medio millón de
italianos viviendo acá. Suponiendo que lo que le sucede a Berlusconi sea de su
interés, igual vara podría haberse utilizado para informar sobre Edwards. Son
dos empresarios mediáticos, influyentes en la política de sus países e
involucrados en escándalos judiciales. Pero le dieron amplio espacio a
Berlusconi y ninguno a Edwards. ¿Por qué?
Para la academia, los criterios de noticiabilidad –qué es
noticia y qué no– son esencialmente subjetivos. Lo que se publica en un diario
es fruto de la selección de hechos, porque no todos los hechos que ocurren en un
día entrarían en la limitada capacidad de páginas de un diario. Esa selección
espacial obedece a una línea editorial. Hay líneas editoriales más flexibles,
otras más rígidas, las hay de derecha, más progresistas, con más respeto por la
verdad y también las que no le guardan ninguna devoción. Todas deciden publicar
algo y dejar de publicar otra cosa. El recorte es el espejo, fundamentalmente,
del interés de sus accionistas. En su edición de ayer, Clarín optó por no darle
a conocer a sus lectores un hecho que desnuda la complicidad del propietario de
El Mercurio con la dictadura pinochetista. Es una decisión criticable pero
legítima. Está en libertad de hacerlo. No existe una línea editorial común para
todos los diarios. Clarín puede, de hecho, hablar sobre la corrupción
kirchnerista sin mencionar la corrupción macrista. La corrupción mala,
denunciable, según su criterio, es la kirchnerista. No es la corrupción global,
es la imputable a un gobierno del que son opositores tenaces la que deciden
amplificar. En nuestro país, después de 30 años de democracia, existe plena
libertad de expresión, incluso para hacer eso.
Lo interesante es indagar sobre las razones de los accionistas
de Clarín para eludir el tema Edwards. Hay un pedido previo, de la organización
internacional Reporteros sin Fronteras (RSF), que una vez conocido el pedido de
disculpas de O’Globo, del 32 de agosto último, reclamó a Clarín y al diario El
Mercurio un comportamiento idéntico. Christophe Deloire, su secretario general,
y Benoit Hervieu, responsable para las Américas, firmaron un comunicado que
decía lo siguiente: “El periódico argentino Clarín y el chileno El Mercurio se
comportaron de la misma manera cuando los militares tomaron el poder por la
fuerza en sus respectivos países, pero nunca expresaron un mea culpa (…) Clarín
conserva una posición dominante en el espacio argentino de frecuencias de radio
y televisión, y se niega a ceder parte de él, como lo exige la nueva Ley de
Servicios de Comunicación Audiovisual, cuya plena aplicación se encuentra en
suspenso por una decisión de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (…) las
regulaciones propuestas en distintos países de la región se comprenden en
función de los años del Cóndor. La censura y el terror cesaron, pero el
pluralismo no ha llegado, no el pluralismo real. La fuerte concentración
mediática consolidada durante las dictaduras no experimentó ningún cambio con el
retorno a la democracia."
RSF reclamó algo que Clarín no puede concederle. Porque si
pidiera perdón por haberse convertido en el brazo propagandístico del genocidio,
estaría admitiendo lo que niega en los estrados judiciales: su sociedad con la
dictadura cívico-militar, sellada en el despojo a la familia Graiver de Papel
Prensa, la productora de papel monopólica desde la que controlaron el flujo de
"noticias" deseables para justificar el terrorismo de Estado que desapareció 30
mil personas. Manejar Papel Prensa en los '70 era como manejar Google hoy. Ese
despojo, investigado en la justicia por crímenes de lesa humanidad, es la base
del surgimiento del emporio. ¿Cómo va a pedir perdón el grupo empresario si ese
perdón compromete a sus accionistas en un hecho aberrante que se resisten a
asumir?
En este contexto, que no por repetido deja de ser apremiante
para nuestra democracia, queda claro por qué la declaración del dueño de El
Mercurio, de hace dos semanas, fue ignorado por Clarín. Por qué, también, Brasil
y Chile dejan de ser los modelos exitosos para contraponer al "desastroso"
modelo nacional cuando sus empresarios de medios piden disculpas por haber
apoyado dictaduras. Es una selectividad, al menos, opinable la de Clarín. Como
su antikirchnerismo, que no es otra cosa que una política en defensa propia:
saben que si el kirchnerismo se va del gobierno, no habrá otro que impulse los
juicios por violaciones a los Derechos Humanos como este. No habrá un tiempo
político que les demande explicar nada y, mucho menos, hacer un mea culpa por lo
que hicieron o dejaron de hacer cuando la libertad de expresión fue avasallada,
en serio.
Ese va a ser un país horrible aunque a Clarín se le antoje
paradisíaco. Los que se dicen hartos de la pelea entre Clarín y el gobierno
tienen derecho a estarlo. Las peleas, aunque sean justas, cansan. Pero es lo que
Héctor Magnetto quiere escuchar, que gana por cansacio. El indulto que el Poder
Judicial corporativo extendió al grupo empresario durante todos estos años
funcionó como aliado de un sentido de cosas inamovibles. La indefinición terminó
naturalizando lo injusto.
Pero tres décadas de democracia ininterrumpida no pueden
terminar siendo el banquete del CEO de un grupo empresario. El mundo donde
O’Globo pide disculpas y el dueño de El Mercurio asume la verdad, existe igual,
aunque el mayor fabricante de noticias insista en hacernos vivir en el suyo.
El medio ambiente de la
diplomacia
En el conflicto por la ex Botnia se destaca el daño que el
aumento de su producción, autorizado por el gobierno uruguayo, produciría en el
Río Uruguay. Que la pastera contamina, ya se sabía. No ahora, desde siempre. Si
lo hace mucho o poco, es un debate para científicos. Lo que apena es que el
tratado sobre el río sea violado nuevamente y haya que recurrir a La Haya para
saldar la disputa, como la otra vez. Argentina y Uruguay no son países enemigos.
Artigas es un héroe para los argentinos y para los uruguayos. La derecha
oriental y el mitrismo argentino deberían dejar de arrojar combustible al tema.
¿Quiénes se benefician con esto? En principio, una corporación extranjera. Los
asuntos medioambientales son una prioridad en la agenda bilateral de dos países
hermanos, o deberían serlo. Es un disparate que Buenos Aires y Montevideo no
puedan dialogar para efectivizar las cláusulas de un tratado escrito en
castellano, idioma común a ambos lados del Río de La Plata. Es preocupante que
no haya instancias regionales que obliguen a entenderse. ¿Y la Unasur? ¿Y el
Mercosur? ¿Y la CELAC? ¿En qué andan? Es una vergüenza que La Haya deba, cada
tanto, poner las cosas en su lugar.
Pepe Mujica sabía, hasta no hace mucho, que la Argentina es el
principal socio comercial del Uruguay. ¿Por qué ceder ante UPM de la noche a la
mañana, en pleno proceso electoral nacional, ignorando que la escalada sólo
beneficia a los sectores que se oponen a los regímenes democráticos de promoción
social ascendente como el argentino y el uruguayo?
Desgraciadamente, la cuestión del medio ambiente, que debe ser
atendida, debe relegarse por otro asunto más urgente todavía: las relaciones
diplomáticas casi rotas entre dos países de una misma nación
latinoamericana.
Gualeguaychú o Frey Bentos son pueblos que no pueden querer
cosas muy distintas. Pepe Mujica y Cristina Kirchner, tampoco. La cancillería
uruguaya, dominada por sectores blancos y colorados, y no por los cuadros del
Frente Amplio que cuidan la relación con sus pares argentinos, ha sido y es una
mala consejera del presidente oriental. Cuatro años estuvo cortado un puente
como metáfora del diálogo trunco, en parte por la postura intransigente de
Tabaré Vázquez, hasta que Mujica y Cristina pudieron destrabar el incordio. Ese
es el camino, lo demás se lo lleva el agua.
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