Traelo al programa, que lo hacemos de goma
13.10.2013
Por Adriana Bruno
La tía Sofía era una anfitriona fenomenal: adoraba recibir gente en su casa, ofrecerles delicadezas gastronómicas y delicias de la conversación. Se ocupaba previamente de repasar los intereses temáticos de cada quien, para que la charla siempre fuera equilibrada, fluida y cordial. La tía Zahira, melliza de Sofía, parecía estar en las antípodas. Y transmitió a las generaciones de mujeres que le siguieron una frase que, para ella, oficiaba de precepto religioso: “nunca hagas entrar a tu casa a quien sospeches que un día debas decirle que se vaya”. Efectivamente, en su casa entraban pocos. Pero para esos pocos, las puertas estaban siempre abiertas, y el plato de comida siempre a mano. Con sus diferencias, y hasta el final de sus vidas, Sofía y Zahira coincidieron en algo: el sentido de la hospitalidad en el más puro estilo homérico (y no Simpson).
Unos cuantos pasajes de la Odisea marcan el carácter ético absoluto que el hecho de “recibir” tenía en la cultura griega. Pocos crímenes eran tan mal vistos como asesinar a quien había sido recibido en el hogar, el palacio o la ciudad propia. “Lo propio del huésped es que devenga amigo, la hospitalidad anda a la par del respeto y la honra”, analiza la obra el filólogo español Antonio Marco Pérez. Tan imperdonable para los dioses era “negarle al huésped el pan y la sal” como “ofender al recién llegado con insultos, retos o desprecio”.
Homero, las tías y los dioses griegos estarían muy asombrados con la televisión de hoy, donde una serie de programas parecen llevar al invitado con la consigna de “bardearlo”. Y es que muchos panelistas suponen que la única manera en que se harán visibles para los espectadores, y para los productores del medio que deberán contratarlos en el futuro, es la provocación y la pelea. La “viveza” criolla en la peor de sus concepciones. Cabe preguntarles: si la mediática sin talento que está sentada ahí amerita tantas cargadas, ¿para qué la invitan? ¿de verdad creen que no tendrá ningún dolor en su vida, nada interesante para preguntarle? ¿de qué naturaleza es el interés del espectador por presenciar el ataque de varios contra uno solo que, a veces, ni alcanza a defenderse?
Un ejemplo reciente lo dio el músico Andy Chango, funcionando como panelista suplente en Duro de domar (Canal 9), haciendo comentarios encimados a los de la invitada, Esperanza Gómez, estrella del cine porno, en los que, por ejemplo, destacaba que la mujer no es dirigida por Martin Scorsese. O preguntándole si las escenas llevan mucho ensayo, siempre con una sonrisa sobradora como mueca. Cuánto más interesante hubiese sido que Chango expusiera las razones morales o ideológicas que lo llevan a rechazar esa actividad y a quienes la realizan, como quedó en evidencia. Tal vez hubiera generado un debate un poco más interesante, como el que se suscitó en el mismo programa días atrás, a raíz de las declaraciones de la bailarina Carla Conte, sobre su paso por ShowMatch (que antes pareció disfrutar y ahora lamenta). Y que sin llegar a profundidades filosóficas sobre el sexo como mercancía, abrió una discusión en la que las posiciones partidarias, por una vez, fueron lo de menos.
Otro abonado al gaste es Leo Fariña, esta semana de paso por Intratables (América). Interrupciones a sus dichos, gritos superpuestos, gestos de desagrado mientras habla. ¿Los toman de sorpresa las palabras de Fariña o se trata de invitarlo para que ciertos panelistas puedan hacer su show?
No sabemos si alguno de ellos ofende o sobra a las personas que invita a su casa, pero la garra que le ponen al irrespeto hace añorar los tiempos en que un Badía o un Guinzburg, lo hacían sentir a uno en el living de su propio hogar.
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