MEDIOS Y COMUNICACION
¿La gente cree lo que ya sabe?
La novela de Umberto Eco titulada El
cementerio de Praga le sirve de pretexto a Carlos Valle para preguntarse si la
gente cree solamente lo que ya sabe y asegura que, con una estructura mediática
concentrada, la mentira se ha erigido como un recurso normal y aceptable.
Por Carlos
A. Valle *
¿Por qué Umberto Eco ha escrito El cementerio de Praga, novela, plagada de
traiciones y ambiciones de poder sin límites? ¿Está tratando de hacer un
paralelismo con el tiempo presente? ¿Es de alguna manera un subterfugio para
hacer críticas hondas que encuentran en la fórmula ficción-historia real un
camino para obturar la resistencia de los prejuicios? Aun sin conocer la
respuesta de Eco, se puede inferir que nada de lo que se narra está alejado de
los días presentes.
Simonini es el audaz
embaucador y falsificador de documentos carente de todo escrúpulo, que relata
esta historia ilustrada con hechos de la Europa de fines del siglo XVIII. Este
sórdido personaje va creciendo a medida que incrementa sus relaciones y sus
urdidas traiciones. Fabula historias que destruyen famas y crea nuevos enemigos
que llegan a poner en peligro la estructura social.
Los recuerdos de sus
fechorías tienen muy marcadas connotaciones religiosas exaltadas en el relato.
Las descripciones de sus tejes y manejes, las sórdidas conspiraciones para
lograr sus fines, las extrañas ceremonias religiosas sacadas a la luz acentúan la
influencia de estos grupos en la estructura y funcionamiento de buena parte de
la sociedad europea. “Los hombres nunca hacen el mal de forma tan completa y
entusiasta como cuando lo hacen por convencimiento religioso.”
La influencia que se
atribuye a estos grupos tiene enormes dimensiones. El título de la obra se
centra en lo que se cuenta como una conjura de cierto cónclave internacional de
rabinos cuyas decisiones y alcances van variando según se cuente la historia, y
de quién pretenda sacar rédito de la misma. Simonini reflexiona que la validez
de las intenciones de dominación tiene su base en que “la gente cree sólo lo
que ya sabe, y ésta era la belleza de la Forma Universal del Complot”.
La tendencia relativista
que ha inundado a la consideración de toda idea o tradición ha perfeccionado la
preponderancia de la ficción como instrumento para erigir dioses, destruir
fundamentos, fantasear situaciones y proyectar miedos e inseguridades. “Es
preciso que las revelaciones sean extraordinarias, perturbadoras, novelescas.
Sólo así se vuelven creíbles y suscitan indignación.”
La creciente y cada vez
más concentrada estructura mediática ha permitido que algunos de estos
“cementerios de Praga” hayan prendido en el corazón de la sociedad. Como
pensaba Michel Foucault, el poder moderno se esparce en la sociedad y la somete
porque mayormente la consiente. Así, el tema de la seguridad en el mundo se
enmarca en la lucha contra fuerzas explícitamente demonizadas, lo que acentúa
la aceptación de mayores medidas de prevención que comprende el control de la
sociedad.
Por eso, la mentira se
ha erigido como un recurso normal y aceptable. Hay políticos que ofrecen
aquello que saben no van a poder o querer otorgar. Los medios tuercen las
historias, cortan y editan las imágenes y las declaraciones. No hacen falta hoy
Simoninis con la habilidad de fraguar documentos. El lenguaje de los medios ha
ido instaurando instrumentos de sospecha sobre hechos o antecedentes junto a
determinados calificativos para denostar o fabricar héroes. Los poderes
dominantes instruyen a los medios sobre acontecimientos bélicos o la situación
de las finanzas y su alcance. La ficción se ha erigido en la pauta cierta e
indiscutible.
La historia de los
Simoninis modernos constata reiteradas y cada vez mayores felonías que han
llegado a ser como una espiral que se aleja cada vez más de la realidad como
una ficción sin retorno. La historia de la humanidad ha seguido su curso y la
espiral también parece seguir un camino ineludible. La resignación a los
poderes que subyugan es una tentación muy grande que intentará acrecentarse
mientras haya un Simonini a su servicio.
Simonini, como todo
truhán, acumula traición tras traición. Según la ocasión, cambia de amo a quien
servir. Cuando busca la oportunidad de liberarse le fuerzan a hacer una última
asistencia. Como en los códigos mafiosos, se trata siempre de algo grave,
difícil de llevar a cabo y sin retorno. El complot termina fagocitándose a sus
propios protagonistas.
Para enfrentar a los
Simoninis de este tiempo, la sociedad democrática tiene que crecer y
desarrollarse poniendo a la comunicación al servicio de comunidades libres,
pacíficas y justas. Es así que puede trabajar para el pleno ejercicio de los
derechos de comunicación, desarrollar su cultura, dar lugar a la voz de los
acallados y desenmascarar los falsos ídolos impuestos por el poder de la
ficción. Mientras permanecemos en tinieblas la irrupción de la luz suele ser,
antes que nada, una herida punzante. Pero, quien quiera ver aprenderá muy
pronto el saludable poder curativo y creador de su presencia.
* Comunicador. Ex presidente de la Asociación Mundial para las
Comunicaciones Cristianas (WACC).
MEDIOS Y COMUNICACION
Rectificar, responder
Para Sebastián Castelli, una sociedad
desinformada no es plenamente libre y sostiene que el derecho a la
rectificación es un aporte central para revitalizar el derecho no sólo a
difundir, sino también a buscar y recibir informaciones.
Por Sebastián
Castelli *
Katharina Blum conoció en una fiesta a un joven con quien pasó la noche.
Por la mañana la policía la despertó. Buscaban a su ocasional pareja por
asesinato, y –de paso– a Katharina por cómplice. Si bien la señorita Blum no
tenía relación alguna con el crimen, cierta prensa se interesó en ella. Un
diario no dudó en aniquilarla con minuciosidad quirúrgica a base de
tergiversaciones y falacias.
Las desventuras de la
muchacha son producto de la imaginación del Nobel de Literatura Heinrich Böll
quien, bajo el título El honor perdido de Katharina Blum, escribió una
controvertida novela. En las páginas iniciales aclaró: “Las personas que se
citan y los hechos que se relatan son producto de la fantasía del autor. Si
ciertos procedimientos periodísticos recuerdan los del (diario alemán)
Bild-Zeitung, el paralelismo no es intencionado ni casual, sino inevitable”.
El libro empieza con un
desenlace mortal, polémico y muy cuestionado en los meses posteriores a la
publicación, en 1974. Luego Böll relata el calvario de Blum, quien no pudo
rectificar o responder en tiempo y forma las informaciones erróneas que la
destruyeron.
Las noticias inexactas
no sólo afectan a la persona aludida sino que generan perjuicios en la sociedad
toda, que recibe una versión distorsionada o incompleta. Por eso la
rectificación o respuesta es un derecho individual y colectivo al mismo tiempo.
Su utilidad está orientada tanto a la preservación del damnificado, como a la
satisfacción del público. Consagrado en el artículo 14 del Pacto de San José de
Costa Rica, tiene jerarquía constitucional desde 1994. Establece que las
personas afectadas por informaciones inexactas o agraviantes emitidas en su
perjuicio pueden rectificar o responder en el mismo medio de difusión donde
fueron publicadas.
Los alcances de su
vigencia fueron convalidados por varios pronunciamientos de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación. También en 1986, la Corte Interamericana de Derechos
Humanos estableció que los Estados Partes de la Convención –tal es el caso de
Argentina– “tienen la obligación de respetar y garantizar su libre y pleno
ejercicio”. En esa línea añadió que, al estar reconocido en el artículo 14,
inmediatamente después al referido a libertad de pensamiento y expresión
(artículo 13), queda evidenciada la indivisible relación entre ambos (Opinión
Consultiva OC-7/86). El derecho de rectificación o respuesta no es patrimonio
exclusivo de los países que suscribieron el Pacto de San José de Costa Rica. Se
lo encuentra además a nivel legislativo o con rango constitucional en Suiza,
Bélgica, Austria, Francia, Dinamarca, España, Portugal, entre otros.
Algunos medios lo han
tachado de inconstitucional. Si bien tiene reconocimiento internacional,
interamericano, y se encuentra incorporado a nuestra Constitución, tozudamente
argumentan que su aplicación pone en jaque a la libertad de expresión.
Sostienen que propicia la autocensura, ya que para evitar verse obligados a
ceder espacios para una respuesta, el editor decidiría no publicar nada. A esta
curiosa argumentación suman que la rectificación, al quedar el costo de la
publicación a cargo del medio, lesiona uno de sus más preciados derechos: la
propiedad.
Silenciado el debate por
intereses corporativos que se oponen al derecho a rectificar, Argentina no
cuenta con una reglamentación que determine requisitos y procedimientos para su
aplicación. Tamaña falencia hace que quien desee rectificar informaciones
inexactas –subrayamos “informaciones”, y no “opiniones”– emitidas en su
perjuicio, quede a merced de la buena voluntad del editor del medio de
comunicación. O deba someterse a farragosos entuertos judiciales. Entonces, la
necesaria discusión, estudio y reglamentación de la rectificación o respuesta
pondría fin una arbitrariedad que sufre el derecho a la información: la
dependencia del humor editorial o de la celeridad judicial para hacer uso de un
derecho constitucional.
Cuando se establezcan
condiciones para su pleno ejercicio, Argentina cumplirá con el compromiso
asumido en 1994 al ratificar la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Y
el público podrá –en las circunstancias que así lo ameriten– ver ampliado el
espectro informativo. Se trata, en definitiva, de un aporte central para
revitalizar el derecho no sólo a difundir, sino también a buscar y recibir
informaciones.
* Investigador, docente. Facultad de Periodismo y Comunicación Social,
UNLP.
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