El Papa Francisco se mueve rápido, y ha podido presentar su primera encíclica a menos de cuatro meses de su elección gracias a que el trabajo estaba «prácticamente completado» por Benedicto XVI, cuya solidez teológica se nota en cada página de un documento enriquecido con el afecto y el calor vital de su sucesor. [Lee aquí el texto completo de la encíclica]
«La Luz de la Fe» completa el cuadro de las virtudes teologales que Benedicto XVI había iniciado con sus encíclicas sobre la esperanza y la caridad, pensando en dejar la fe para este momento: el cincuenta aniversario del Concilio Vaticano II, celebrado con el Año de la Fe que se clausura el próximo 24 de noviembre.
La encíclica que lleva como autógrafo en todas sus versiones la sencilla palabra «Franciscus», fue firmada el 29 de junio, fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo. Es un libreto de 88 páginas, con un contenido en torno a las veinte mil palabras, divididas en cuatro capítulos, a los que se añaden una introducción y una conclusión.
Jesucristo, el verdadero «testigo fiable»
El primer capítulo presenta la fe de Jesucristo, el verdadero «testigo fiable» que revela cómo es Dios y que nos ayuda a verlo del modo en que él mismo lo veía, como Padre. Pero la fe no es sólo conocimiento, «es un don gratuito de Dios que exige la humildad y el valor de fiarse y confiarse, para poder ver el camino luminoso del encuentro entre Dios y los hombres, la historia de la salvación».
El segundo capítulo, más práctico, aborda la relación entre «fe y verdad», y también entre «fe y amor». El Papa Francisco advierte que «la fe, sin verdad, no salva. Se queda en una bella fábula, la proyección de nuestros deseos de felicidad». Al mismo tiempo, se traduce en amor a Dios y a los demás. Por eso, la fe no es intransigente, y el creyente no es arrogante, sino que practica de modo natural el diálogo.
El capítulo tercero se centra en la evangelización, pues la fe es para difundirla, y en el modo en que todo se refuerza gracias a los sacramentos del bautismo y la eucaristía.
Por último, el capítulo cuarto se refiere al bien común, es decir, al modo de organizar la sociedad según los criterios de la fe, con detalles sobre el modo de vivirla en la familia fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, en las relaciones sociales, en el respeto a la naturaleza que es manifestación de Dios– y en los momentos difíciles del sufrimiento y de la muerte.
El Papa Francisco concluye con una hermosa oración poética en la que pide a la Virgen: «Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado. Ensénanos a mirar con los ojos de Jesús para que él sea luz en nuestro camino».
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