Cóm
Cómo es la relación entre el gobierno y los sectores medios
Los mapas y el territorio
Por Ignacio Ramírez*
La clase media argentina suele ser caracterizada a partir de una serie de estereotipos políticos que es necesario revisar. Usualmente calificada de anti-kirchnerista, en realidad comparte, más que el promedio de la sociedad, las principales orientaciones del actual ciclo político. Es, a su modo, la expresión del “kirchnerismo cultural”.
Cómo es la clase media argentina? ¿Cuál es su comportamiento político? ¿Qué
posturas ha adoptado durante el proyecto político en curso? Empujados por tales
interrogantes, podríamos recorrer distintos caminos: explicar la base social del
kirchnerismo apelando a los datos duros (analizando, por ejemplo, el voto en las
grandes ciudades en estos diez últimos años). Otro camino podría consistir en
examinar la anatomía discursiva del kirchnerismo o el impacto de su gestión, e
inclusive retratar las expresiones políticas y culturales surgidas o consumidas
por las clases medias. Los intentos señalados comparten la intención de realizar
caracterizaciones provistas de una cierta objetividad. Pero aquí trataré en
cambio de privilegiar –en el lenguaje de Houllebecq– los mapas sobre el
territorio, las representaciones más que la realidad, aun sabiendo que la
correspondencia entre estos dos niveles es siempre problemática.
Un concepto en disputa
Los análisis sobre la clase media argentina suelen comenzar con una serie de prevenciones sobre las dificultades que surgen a la hora de encapsularla bajo una única definición, aclarando por lo tanto que se trata de un concepto arisco y resbaladizo, susceptible de definiciones diferentes. Algunas se basan en los ingresos y las condiciones objetivas de vida; otras privilegian los consumos culturales, los patrones educativos y los estilos de vida. La definamos como un segmento o una identidad, el problema subsiste.
Toda exteriorización de la clase media –imagen o referencia que sustituya al todo por la parte– es necesariamente parcial o engañosa: la vida de barrio o en un tres ambientes en el 7° H, Panigasi y la clase media a lo Pol-ka, un bancario, una docente, “la gente”, Mar del Plata, cacerolas, un Duna celosamente cuidado, pasaportes italianos… En fin, la clase media constituye el actor principal de las representaciones que dibujan la imagen que tenemos de nuestra sociedad, una suerte de centro de gravedad imaginario de nuestra autopercepción como argentinos.
Las representaciones tienen su propia lógica, inscripta en el orden de los imaginarios, y no se deben juzgar con el eje verdaderas/falsas, sino evaluando si son –o no– social o políticamente operativas. La imagen de ingenieros manejando taxis nunca pudo ser verificada como fenómeno significativo, pero edificó la idea de que la correlación entre educación y ascenso social había sido quebrada, lo cual daba paso al nihilismo y/o la melancolía. Allí reposa el nexo entre tales percepciones y la conducta, puesto que, tal como define el Teorema de Thomas (algo así como una ley de gravedad de las ciencias sociales), si un sujeto define una situación como real, es real en sus consecuencias. Las representaciones no son un adorno de la realidad porque son vinculantes: configuran percepciones y producen comportamientos. En suma, todo mapa, toda representación comporta un recorte, subraya algunos rasgos, elimina o eclipsa otros. Y, sobre todo, dota de homogeneidad y consistencia a aquello provisto de matices, contradicciones y desorden.
Cada vez que un político o un periodista habla de “la gente”, atribuyéndole deseos y aspiraciones homogéneas, proyecta-construye una determinada imagen de la clase media. En la miniserie macrista “Cacho y María”, la supuesta historia de dos vecinos narrada por el jefe de gobierno durante la campaña, el PRO desplegaba su propia ficción vecinalista de la clase media: ciudadanos con miedo, algo inocentes y puros, cuya principal expectativa consistía en que la política no interfiriera en su vida cotidiana.
Paso en limpio una idea: la clase media es un terreno simbólico en disputa; compiten por su definición caracterizaciones no sólo distintas, sino divergentes. Por lo tanto, como punto de partida deberíamos renunciar a pensar que debajo del concepto de clase media existe un actor social homogéneo, dotado de un comportamiento político compartido.
Ser o no ser K
Por lo señalado anteriormente, la clase media “en sí” no existe, alrededor de ella conviven definiciones y figuras diversas. ¿Qué pasa con su relación con el gobierno? Frente a la pregunta por el vínculo entre el kirchnerismo y la clase media suele aparecer una serie de representaciones sólidamente sedimentadas en un sentido común que no resulta sencillo esquivar. Consigno a continuación algunas de las más comunes:
“La clase media siempre fue antiperonista, más bien tirando a radical”.
“La clase media se preocupa por la corrupción y la calidad institucional, preocupaciones elevadas que los sectores populares no comparten por estar sometidos a urgencias materiales más primarias”.
“Debilitado el radicalismo como la identidad política de la clase media, ésta quedaría desprovista de lealtades partidarias y se comportaría políticamente de manera zigzagueante y caprichosa”.
“La clase media tiene una percepción distorsionada de sus intereses y adversarios. Es el medio pelo, el eterno wanna be”.
“La clase media es un conjunto de caceroleros indignados, intoxicados de clarinicidad”.
“La clase media comparte los objetivos del kirchnerismo pero no sus medios”.
“El kirchnerismo agrede a la clase media”.
“La clase media hoy es antikirchnerista”.
Por supuesto, en torno al vínculo entre la clase media y el kirchnerismo conviven interpretaciones divergentes, aunque probablemente la más recurrente sea aquella que sostiene que la clase media es antikirchnerista y el kirchnerismo es anti clase media. Me propongo ahora cuestionar algunas de las representaciones enumeradas, en particular esta última.
Pero antes una aclaración. Mi interés no estará puesto en calibrar cuál ha sido la mirada predominante, y el acompañamiento electoral, de los sectores medios hacia el kirchnerismo. Lo que quisiera señalar alude a un proceso de transformación cultural e ideológica más profundo que el comportamiento electoral, que tiene a la clase media como escenario central, y del cual el kirchnerismo es causa y consecuencia. Desde esta perspectiva, hablaré de “kirchnerismo cultural” para referirme a la atmósfera ideológica vigente en la sociedad argentina, cuyo radio de adhesión e influencia desborda ampliamente al conjunto de ciudadanos que aprueban y/o votan la gestión del Gobierno Nacional.
Todo clima de época nos impregna; las biografías individuales se desarrollan bajo contextos colectivos que lo tiñen todo. En virtud de su peso social y cultural, las orientaciones y actitudes mayoritarias que prevalecen entre los sectores medios constituyen una pieza central en la arquitectura del ecosistema simbólico general.
En este sentido, los sectores medios exhiben hoy una serie de actitudes y orientaciones ideológicas contrastantes con las que dominaron en los 90. Rebobinemos: cuando hablamos de menemismo no invocamos un conjunto de políticas públicas o un elenco de funcionarios; hablamos de una etapa, de un clima que nos salpicó a todos. La clase media durante la década de los 90 no fue la protagonista electoral del menenismo, pero sí su protagonista cultural. A través de una serie de creencias, actitudes y hábitos muy generalizados, participó de la atmósfera ideológica que enmarcó y legitimó el programa de gobierno de aquellos años.
En cada etapa histórica puede reconocerse cierta correspondencia entre los programas de gobierno que se implementan y el ecosistema cultural e ideológico que los envuelve.
Propongo entonces una tesis: la clase media argentina hoy se parece mucho más al kirchnerismo de lo que muchos estarían dispuestos a aceptar. Al examinar sus actitudes, se detectan en la clase media altas dosis de “kirchnerismo cultural”. En otras palabras: sectores mayoritarios de las clases medias exhiben orientaciones políticas compatibles con el ADN político del kirchnerismo. Que esa sintonía se convierta o no en votos es otro tema.
El gráfico incluido en esta nota ilustra las principales coordenadas del nuevo consenso ideológico de la sociedad argentina (1). Refleja las posiciones de los ciudadanos en torno de una serie de ejes. Se presentan los resultados globales de la opinión pública y los recogidos en la clase media (al menos en un recorte que se le acerca bastante a esa resbaladiza categoría: ciudadanos de niveles educativos medio y medio alto). La comparación entre las respuestas del conjunto de la sociedad y del segmento que nos interesa evidencia la ausencia de grandes desvíos clasemedieros respecto a las orientaciones globales. En todo caso, las diferencias que se advierten son todas en favor de una inclinación aun más pronunciada de kirchnerismo cultural entre los sectores medios, lo cual invita a relativizar muchos de los arquetipos señalados sobre este sector.
Es común escuchar o leer caracterizaciones esencialistas sobre el perfil ideológico de una sociedad, sobre las constelaciones de valores y creencias de un país. Si bien es verdad que algunos rasgos idiosincráticos gozan de cierta estabilidad, perfilando determinadas matrices culturales, no debe perderse de vista un hecho fundamental de la vida social: cambia, todo cambia. Lo que se conoce como cultura política, es decir el menú de actitudes y creencias mayoritarias de una comunidad, evoluciona en virtud de los diferentes procesos políticos y económicos. De esta manera, en determinadas épocas se van formando ciertos consensos ideológicos que regulan las opiniones políticas de los ciudadanos y sus decisiones electorales. Naturalmente, tales consensos pueden resquebrajarse, disolverse o renovarse con nuevos contenidos.
La observación empírica de la opinión pública en la Argentina de hoy permite detectar un nuevo consenso de valores que conforman un esqueleto ideológico compartido por la mayoría. En forma contrastante con los discursos de mayor visibilidad durante los 80 y 90, cuando diversas representaciones negativas sobre lo público envolvieron discursivamente las políticas de reforma del Estado, la mayoría de los argentinos adhiere hoy a una activa intervención en la economía. Esta extendida posición entraña una mirada más profunda sobre lo público como el ámbito por excelencia orientado a los derechos universales, como la instancia superadora de desacuerdos e intereses particulares o corporativos. La atmósfera política actual está atravesada por una amplia reivindicación de lo público, muy distante del clima privatista respirado durante la década de los 90.
El segundo tema señala la generalizada preferencia de los argentinos por alianzas con los países de la región en detrimento de acuerdos con el mundo desarrollado. Las imágenes de crisis e incertidumbre que proyecta el centro del mundo seguramente contribuyan a esta inclinación regional, que también está provista de novedosos elementos identitarios concernientes a la pertenencia latinoamericana de nuestro país. El tercer elemento alude a la memoria y la justicia: más de 6 de cada 10 encuestados se manifestaron a favor de la continuación de los juicios por los derechos humanos. El cuarto indicador evoca las reflexiones de Norberto Bobbio acerca del criterio de distinción entre derecha e izquierda. El politólogo italiano estableció la frontera entre estas dos tradiciones ideológicas en la disyuntiva entre igualdad, rasgo distintivo de la izquierda, y libertad, eje del discurso de la derecha. Al aplicar este esquema sobre los argentinos, queda al descubierto una sociedad escorada hacia la izquierda: para la mayoría la búsqueda de una sociedad más igualitaria es la tarea esencial del régimen democrático. Por último, el estudio demuestra la creciente difusión de lo que Ronald Inglehart ha denominado “valores posmaterialistas”, ligados a una mayor tolerancia y aceptación de la diversidad.
El fin de la neutralidad
Al comienzo del artículo dijimos que el kirchnerismo expresa una doble condición de causa y consecuencia del nuevo ecosistema cultural. Causa, puesto que los valores y actitudes que adopta la opinión pública se nutren de los comportamientos efectivos y de los discursos que despliegan los protagonistas de la arena pública. Y consecuencia, ya que los procesos políticos exitosos no surgen del vacío sino que logran interpretar las transformaciones que se vienen dando, en forma más o menos silenciosa, en el subsuelo cultural de una sociedad, así como rehabilitar valores y creencias constitutivos de la historia y de la identidad de un país.
Cualquier explicación sobre las causas de las transformaciones culturales expuestas exige considerar múltiples factores, entre ellos el de la eficacia social y simbólica del kirchnerismo. El mejoramiento de los indicadores sociales durante la última década –incluyendo el indicador más caro a nuestra matriz cultural: la igualdad social (2)– ha puesto en valor enfoques y políticas de activa intervención del Estado que habían sido descalificados en el pasado. En paralelo al impacto objetivo de la gestión, existe un plano discursivo al que podríamos encuadrar como “teoría del derrame simbólico”. La diferencia con su variante económica noventista es que sí funcionó, de modo que los actores políticos más importantes fueron contagiando de nuevas definiciones sobre lo público, lo político y lo identitario a sectores amplios de la sociedad.
El kirchnerismo ha puesto en crisis la noción de neutralidad: sacudidos por este cambio de paradigma, hoy resultaría extemporáneo escuchar a un candidato sosteniendo que la política consiste en una administración racional de los recursos, o a un periodista presentarse como testigo aséptico de la realidad. Tal alteración del paradigma salpica también a los consultores de opinión pública, quienes ya no pueden (no podemos) esconderse detrás de los datos, invocando a la ciencia para cancelar el debate, intentando que los porcentajes desalojen a la subjetividad.
Al borde del precipicio nihilista, Nietzsche sostuvo que “no hay hechos, tan solo interpretaciones”. Por mi parte, prefiero seguir creyendo que la única verdad es la percepción de la realidad.
1. Los resultados son un adelanto del estudio “Actitudes políticas e ideología de los argentinos” realizado en alianza por FLACSO-Ibarómetro, y dirigido por Luis Alberto Quevedo e Ignacio Ramírez. El informe completo se encuentra en proceso de elaboración.
2. Entre 1993 y 2002 el Índice de Gini recorrió un ciclo ascendente. Desde entonces la desigualdad social, medida a través de este indicador, se ha venido reduciendo en forma sostenida. Para más información sobre la evolución de los indicadores sociales durante la última década, consultar: www.bancomundial.org/es/news/press release/2012/11/13/argentina-middle-class-grows-50-percento es la relación entre el gobierno y los sectores medios
Un concepto en disputa
Los análisis sobre la clase media argentina suelen comenzar con una serie de prevenciones sobre las dificultades que surgen a la hora de encapsularla bajo una única definición, aclarando por lo tanto que se trata de un concepto arisco y resbaladizo, susceptible de definiciones diferentes. Algunas se basan en los ingresos y las condiciones objetivas de vida; otras privilegian los consumos culturales, los patrones educativos y los estilos de vida. La definamos como un segmento o una identidad, el problema subsiste.
Toda exteriorización de la clase media –imagen o referencia que sustituya al todo por la parte– es necesariamente parcial o engañosa: la vida de barrio o en un tres ambientes en el 7° H, Panigasi y la clase media a lo Pol-ka, un bancario, una docente, “la gente”, Mar del Plata, cacerolas, un Duna celosamente cuidado, pasaportes italianos… En fin, la clase media constituye el actor principal de las representaciones que dibujan la imagen que tenemos de nuestra sociedad, una suerte de centro de gravedad imaginario de nuestra autopercepción como argentinos.
Las representaciones tienen su propia lógica, inscripta en el orden de los imaginarios, y no se deben juzgar con el eje verdaderas/falsas, sino evaluando si son –o no– social o políticamente operativas. La imagen de ingenieros manejando taxis nunca pudo ser verificada como fenómeno significativo, pero edificó la idea de que la correlación entre educación y ascenso social había sido quebrada, lo cual daba paso al nihilismo y/o la melancolía. Allí reposa el nexo entre tales percepciones y la conducta, puesto que, tal como define el Teorema de Thomas (algo así como una ley de gravedad de las ciencias sociales), si un sujeto define una situación como real, es real en sus consecuencias. Las representaciones no son un adorno de la realidad porque son vinculantes: configuran percepciones y producen comportamientos. En suma, todo mapa, toda representación comporta un recorte, subraya algunos rasgos, elimina o eclipsa otros. Y, sobre todo, dota de homogeneidad y consistencia a aquello provisto de matices, contradicciones y desorden.
Cada vez que un político o un periodista habla de “la gente”, atribuyéndole deseos y aspiraciones homogéneas, proyecta-construye una determinada imagen de la clase media. En la miniserie macrista “Cacho y María”, la supuesta historia de dos vecinos narrada por el jefe de gobierno durante la campaña, el PRO desplegaba su propia ficción vecinalista de la clase media: ciudadanos con miedo, algo inocentes y puros, cuya principal expectativa consistía en que la política no interfiriera en su vida cotidiana.
Paso en limpio una idea: la clase media es un terreno simbólico en disputa; compiten por su definición caracterizaciones no sólo distintas, sino divergentes. Por lo tanto, como punto de partida deberíamos renunciar a pensar que debajo del concepto de clase media existe un actor social homogéneo, dotado de un comportamiento político compartido.
Ser o no ser K
Por lo señalado anteriormente, la clase media “en sí” no existe, alrededor de ella conviven definiciones y figuras diversas. ¿Qué pasa con su relación con el gobierno? Frente a la pregunta por el vínculo entre el kirchnerismo y la clase media suele aparecer una serie de representaciones sólidamente sedimentadas en un sentido común que no resulta sencillo esquivar. Consigno a continuación algunas de las más comunes:
“La clase media siempre fue antiperonista, más bien tirando a radical”.
“La clase media se preocupa por la corrupción y la calidad institucional, preocupaciones elevadas que los sectores populares no comparten por estar sometidos a urgencias materiales más primarias”.
“Debilitado el radicalismo como la identidad política de la clase media, ésta quedaría desprovista de lealtades partidarias y se comportaría políticamente de manera zigzagueante y caprichosa”.
“La clase media tiene una percepción distorsionada de sus intereses y adversarios. Es el medio pelo, el eterno wanna be”.
“La clase media es un conjunto de caceroleros indignados, intoxicados de clarinicidad”.
“La clase media comparte los objetivos del kirchnerismo pero no sus medios”.
“El kirchnerismo agrede a la clase media”.
“La clase media hoy es antikirchnerista”.
Por supuesto, en torno al vínculo entre la clase media y el kirchnerismo conviven interpretaciones divergentes, aunque probablemente la más recurrente sea aquella que sostiene que la clase media es antikirchnerista y el kirchnerismo es anti clase media. Me propongo ahora cuestionar algunas de las representaciones enumeradas, en particular esta última.
Pero antes una aclaración. Mi interés no estará puesto en calibrar cuál ha sido la mirada predominante, y el acompañamiento electoral, de los sectores medios hacia el kirchnerismo. Lo que quisiera señalar alude a un proceso de transformación cultural e ideológica más profundo que el comportamiento electoral, que tiene a la clase media como escenario central, y del cual el kirchnerismo es causa y consecuencia. Desde esta perspectiva, hablaré de “kirchnerismo cultural” para referirme a la atmósfera ideológica vigente en la sociedad argentina, cuyo radio de adhesión e influencia desborda ampliamente al conjunto de ciudadanos que aprueban y/o votan la gestión del Gobierno Nacional.
Todo clima de época nos impregna; las biografías individuales se desarrollan bajo contextos colectivos que lo tiñen todo. En virtud de su peso social y cultural, las orientaciones y actitudes mayoritarias que prevalecen entre los sectores medios constituyen una pieza central en la arquitectura del ecosistema simbólico general.
En este sentido, los sectores medios exhiben hoy una serie de actitudes y orientaciones ideológicas contrastantes con las que dominaron en los 90. Rebobinemos: cuando hablamos de menemismo no invocamos un conjunto de políticas públicas o un elenco de funcionarios; hablamos de una etapa, de un clima que nos salpicó a todos. La clase media durante la década de los 90 no fue la protagonista electoral del menenismo, pero sí su protagonista cultural. A través de una serie de creencias, actitudes y hábitos muy generalizados, participó de la atmósfera ideológica que enmarcó y legitimó el programa de gobierno de aquellos años.
En cada etapa histórica puede reconocerse cierta correspondencia entre los programas de gobierno que se implementan y el ecosistema cultural e ideológico que los envuelve.
Propongo entonces una tesis: la clase media argentina hoy se parece mucho más al kirchnerismo de lo que muchos estarían dispuestos a aceptar. Al examinar sus actitudes, se detectan en la clase media altas dosis de “kirchnerismo cultural”. En otras palabras: sectores mayoritarios de las clases medias exhiben orientaciones políticas compatibles con el ADN político del kirchnerismo. Que esa sintonía se convierta o no en votos es otro tema.
El gráfico incluido en esta nota ilustra las principales coordenadas del nuevo consenso ideológico de la sociedad argentina (1). Refleja las posiciones de los ciudadanos en torno de una serie de ejes. Se presentan los resultados globales de la opinión pública y los recogidos en la clase media (al menos en un recorte que se le acerca bastante a esa resbaladiza categoría: ciudadanos de niveles educativos medio y medio alto). La comparación entre las respuestas del conjunto de la sociedad y del segmento que nos interesa evidencia la ausencia de grandes desvíos clasemedieros respecto a las orientaciones globales. En todo caso, las diferencias que se advierten son todas en favor de una inclinación aun más pronunciada de kirchnerismo cultural entre los sectores medios, lo cual invita a relativizar muchos de los arquetipos señalados sobre este sector.
Es común escuchar o leer caracterizaciones esencialistas sobre el perfil ideológico de una sociedad, sobre las constelaciones de valores y creencias de un país. Si bien es verdad que algunos rasgos idiosincráticos gozan de cierta estabilidad, perfilando determinadas matrices culturales, no debe perderse de vista un hecho fundamental de la vida social: cambia, todo cambia. Lo que se conoce como cultura política, es decir el menú de actitudes y creencias mayoritarias de una comunidad, evoluciona en virtud de los diferentes procesos políticos y económicos. De esta manera, en determinadas épocas se van formando ciertos consensos ideológicos que regulan las opiniones políticas de los ciudadanos y sus decisiones electorales. Naturalmente, tales consensos pueden resquebrajarse, disolverse o renovarse con nuevos contenidos.
La observación empírica de la opinión pública en la Argentina de hoy permite detectar un nuevo consenso de valores que conforman un esqueleto ideológico compartido por la mayoría. En forma contrastante con los discursos de mayor visibilidad durante los 80 y 90, cuando diversas representaciones negativas sobre lo público envolvieron discursivamente las políticas de reforma del Estado, la mayoría de los argentinos adhiere hoy a una activa intervención en la economía. Esta extendida posición entraña una mirada más profunda sobre lo público como el ámbito por excelencia orientado a los derechos universales, como la instancia superadora de desacuerdos e intereses particulares o corporativos. La atmósfera política actual está atravesada por una amplia reivindicación de lo público, muy distante del clima privatista respirado durante la década de los 90.
El segundo tema señala la generalizada preferencia de los argentinos por alianzas con los países de la región en detrimento de acuerdos con el mundo desarrollado. Las imágenes de crisis e incertidumbre que proyecta el centro del mundo seguramente contribuyan a esta inclinación regional, que también está provista de novedosos elementos identitarios concernientes a la pertenencia latinoamericana de nuestro país. El tercer elemento alude a la memoria y la justicia: más de 6 de cada 10 encuestados se manifestaron a favor de la continuación de los juicios por los derechos humanos. El cuarto indicador evoca las reflexiones de Norberto Bobbio acerca del criterio de distinción entre derecha e izquierda. El politólogo italiano estableció la frontera entre estas dos tradiciones ideológicas en la disyuntiva entre igualdad, rasgo distintivo de la izquierda, y libertad, eje del discurso de la derecha. Al aplicar este esquema sobre los argentinos, queda al descubierto una sociedad escorada hacia la izquierda: para la mayoría la búsqueda de una sociedad más igualitaria es la tarea esencial del régimen democrático. Por último, el estudio demuestra la creciente difusión de lo que Ronald Inglehart ha denominado “valores posmaterialistas”, ligados a una mayor tolerancia y aceptación de la diversidad.
El fin de la neutralidad
Al comienzo del artículo dijimos que el kirchnerismo expresa una doble condición de causa y consecuencia del nuevo ecosistema cultural. Causa, puesto que los valores y actitudes que adopta la opinión pública se nutren de los comportamientos efectivos y de los discursos que despliegan los protagonistas de la arena pública. Y consecuencia, ya que los procesos políticos exitosos no surgen del vacío sino que logran interpretar las transformaciones que se vienen dando, en forma más o menos silenciosa, en el subsuelo cultural de una sociedad, así como rehabilitar valores y creencias constitutivos de la historia y de la identidad de un país.
Cualquier explicación sobre las causas de las transformaciones culturales expuestas exige considerar múltiples factores, entre ellos el de la eficacia social y simbólica del kirchnerismo. El mejoramiento de los indicadores sociales durante la última década –incluyendo el indicador más caro a nuestra matriz cultural: la igualdad social (2)– ha puesto en valor enfoques y políticas de activa intervención del Estado que habían sido descalificados en el pasado. En paralelo al impacto objetivo de la gestión, existe un plano discursivo al que podríamos encuadrar como “teoría del derrame simbólico”. La diferencia con su variante económica noventista es que sí funcionó, de modo que los actores políticos más importantes fueron contagiando de nuevas definiciones sobre lo público, lo político y lo identitario a sectores amplios de la sociedad.
El kirchnerismo ha puesto en crisis la noción de neutralidad: sacudidos por este cambio de paradigma, hoy resultaría extemporáneo escuchar a un candidato sosteniendo que la política consiste en una administración racional de los recursos, o a un periodista presentarse como testigo aséptico de la realidad. Tal alteración del paradigma salpica también a los consultores de opinión pública, quienes ya no pueden (no podemos) esconderse detrás de los datos, invocando a la ciencia para cancelar el debate, intentando que los porcentajes desalojen a la subjetividad.
Al borde del precipicio nihilista, Nietzsche sostuvo que “no hay hechos, tan solo interpretaciones”. Por mi parte, prefiero seguir creyendo que la única verdad es la percepción de la realidad.
1. Los resultados son un adelanto del estudio “Actitudes políticas e ideología de los argentinos” realizado en alianza por FLACSO-Ibarómetro, y dirigido por Luis Alberto Quevedo e Ignacio Ramírez. El informe completo se encuentra en proceso de elaboración.
2. Entre 1993 y 2002 el Índice de Gini recorrió un ciclo ascendente. Desde entonces la desigualdad social, medida a través de este indicador, se ha venido reduciendo en forma sostenida. Para más información sobre la evolución de los indicadores sociales durante la última década, consultar: www.bancomundial.org/es/news/press release/2012/11/13/argentina-middle-class-grows-50-percento es la relación entre el gobierno y los sectores medios
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