domingo, 19 de mayo de 2013

el representante del opus dei opina

10 años de kirchnerismo


Desde el atril

Medios: la cruzada contra la prensa que se convirtió en política de Estado

Enfoques
Néstor Kirchner no dio una sola conferencia de prensa durante su mandato (2003-07) y fue del todo proclive a lo que se dio en llamarse la "política del atril": comunicar directamente las cuestiones de interés sin intermediación de la prensa.
El matrimonio presidencial -Cristina Fernández bajó mucho su perfil mientras su marido estuvo al frente del Poder Ejecutivo- venía con modos mucho más autoritarios en su relación con el periodismo y el Poder Judicial de Santa Cruz, pero supieron disimularlo en sus primeros años, tras tomar el control de la Casa Rosada.
No expresaban aún una obsesión tan manifiesta en contra de los medios como lo harían más adelante, más allá de algún infrecuente comentario destemplado hacia LA NACION, pero casi como una tradición folklórica peronista de señalar a enemigos históricos, sin demasiadas consecuencias ulteriores.
En cambio, con Clarín el Gobierno tenía las mejores relaciones y le reservaba como primicias exclusivas el anticipo de sus decisiones más trascendentales.
El presidente Kirchner funcionaba en una doble vía: un discurso por momentos altanero, pero que no refrendaba en los hechos ni en sus decisiones. Había viento de cola en la economía y buen humor social.
En materia de medios, el santacruceño fue proprivatista. No sólo no hizo nada por cambiar la ley de radiodifusión sino que, además, extendió por diez años las licencias de los medios audiovisuales y firmó la fusión de Multicanal y Cablevisión, junto con Guillermo Moreno. Durante su mandato fue indiferente a Papel Prensa.
El cambio/bisagra se dio desde el conflicto con el campo. La sucesora de Néstor Kirchner, su propia esposa, que nominó a dedo, no gozó de luna de miel alguna con los medios. A pocas horas de asumir, estalló el escándalo de la valija de Guido Antonini Wilson. Tres meses más tarde, la resolución 125, que fijaba retenciones móviles a la producción agraria, se convirtió en una guerra a brazo partido que terminó con dos opciones bien contrapuestas: 1) la renuncia de la Presidenta (una idea que dio vueltas un par de horas en lo más alto del poder) y 2) el comienzo de una potente cruzada contra los medios de comunicación.
Está claro que triunfó la segunda alternativa. Después de cinco años en el poder, por fin encontraba el kirchnerismo una bandera de cohesión para agitar. Pero necesitaba de distintas columnas de leales lugartenientes dispuestos a sostener en alto ese estandarte para llevarlo adelante con sones de guerra para siempre.

La evangelización del modelo

Así aparecieron, uno tras otro, los intelectuales dóciles hacia el poder de Carta Abierta; los paneles genuflexos y los informes difamatorios de 6, 7, 8 ; un reparto cada vez más discrecional y multimillonario de la pauta oficial; la colonización intensa de la radiofonía, la seducción de los artistas, el manejo monopólico de la televisión digital abierta, los militantes de las redes sociales y las producciones televisivas sólo para los leales sin fisuras.
Al mismo tiempo que se iban habilitando estos dispositivos, por dentro y fuera de ellos, comenzó una tarea intensa y sin pausa de "evangelización" del "modelo", no sólo con un machacar más constante de la pareja presidencial y de sus principales funcionarios en contra del periodismo, sino por medio de los nuevos apóstoles: empresarios amigos o cercanos del poder que se convirtieron en potentados periodísticos, sin audiencias estimables, pero salvados, de todos modos, por la inversión publicitaria estatal que forró sus bolsillos de millones, y con otros negocios aún más redituables.
Siguiendo el ejemplo notable de un formidable relator de fútbol, no fueron pocos los comunicadores de menor rango que cruzaron de vereda y dejaron en el pasado las huellas (muy fáciles de gloogear ) de sus críticas al Gobierno para convertirse en entusiastas defensores del mismo.
La guerra sin cuartel contra el Grupo Clarín no quedó en meras bravatas verbales: el Gobierno intentó llevarlo a la Justicia de muy distintas maneras. No sólo atacaron con denuncias varias a sus principales ejecutivos e hicieron del CEO de esa compañía, Héctor Magnetto, el enemigo público N° 1. Durante años alentaron una batalla despiadada, y finalmente inútil, que intentó probar que Marcela y Felipe Noble eran hijos de desaparecidos. No les importó humillarlos en procedimientos recurrentes que nunca llegaron al resultado que buscaban. El ataque sistemático a ese holding por parte de las usinas K, el asedio constante de la AFIP, Afsca y la Comisión Nacional de Valores, el desembarco de Guillermo Moreno en una de sus asambleas y las últimas versiones de intervención demuestran el grado de obsesión del Gobierno con ese multimedios.
Con Papel Prensa no sólo acusaron a Clarín y LA NACION de no probados crímenes de lesa humanidad, sino que la Justicia hasta el presente tampoco arribó a ninguna certeza.
El gobierno nacional había presentado la cuestión como algo que se definiría rápidamente y la Presidenta habló en un acto solemne, con la presencia de Lidia Papaleo, la viuda de David Graiver, que primero contó una historia, luego se desdijo y finalmente hizo mutis por el foro. Diputados oficialistas quieren ahora estatizar un 24% de esa empresa.
También se anunció con bombos y platillos el fin de Fibertel, pero saltaron los abonados alarmados con perder ese servicio y aquel ímpetu por arrasar dicha compañía se aplacó. Igual, el oficialismo siguió concentrado en horadar al Grupo Clarín de las más diversas maneras: dio por caído el contrato vigente entre Torneos y Competencias y la AFA para la transmisión exclusiva del fútbol, la estatizó de hecho y monopolizó sus tandas publicitarias en los entretiempos para atacar a sus enemigos.
Así como lo que más le importaba al menemismo de la reforma constitucional de 1994 era la reelección presidencial, en la ley de medios, lo prioritario para el kirchnerismo fue, y sigue siendo, el artículo 161 que obliga a los grandes grupos de comunicación a desinvertir desprendiéndose de varias de sus ondas. Pensado especialmente contra Clarín, durante meses se fogoneó el 7-D casi como el nuevo día de la independencia, ya que el 7 de diciembre último era la fecha fijada por la Corte Suprema de Justicia para que cayera la cautelar que protegía a ese holding de los efectos de esa medida. Las distintas instancias judiciales que se fueron sucediendo llevaron a que el más alto tribunal sea el que deba decidir. Esta situación provocó una enorme frustración en el seno del poder y, producto de ese resentimiento, hubo primero una escalada verbal contra la Justicia, acicateada por los comunicadores adictos, la propia Presidenta de la Nación y sus funcionarios más cercanos, que desembocó en la polémica reforma de la Justicia, ya aprobada en el Congreso, y que, de prosperar, implicará un gravísimo cambio de régimen.
La difusión se convirtió en la herramienta principal del kirchnerismo: anuncios repetidos de obras, cadenas nacionales y teleconferencias presidenciales. Los grandes eventos (el Bicentenario, Tecnópolis, los kilométricos discursos en el Congreso), la muerte de Kirchner, el twitter presidencial, todo se convirtió en una propaganda extenuante, donde nada se explica y está mal visto preguntar.
Simulaciones y Fuerza Bruta, estadísticas distorsionadas y cepo publicitario; aplaudidores y cooptación de personalidades emblemáticas de la sociedad, como Estela de Carlotto y, últimamente, Susana Trimarco. El kirchnerismo vende un mundo de ensueño donde todo le sonríe y quienes hablan de problemas y se oponen son los antipatrias destituyentes. "Vamos por todo", prometieron y, por lo visto, están dispuestos a cumplir

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