Esta semana, en el programa Puerto Cultura, de Canal 9, que conduce el
secretario de Cultura, Jorge Coscia, alguien de la tribuna me preguntó cuál era
la tapa de Tiempo Argentino que más orgullo me había dado, desde su fundación,
el 16 de mayo de 2010.
No lo dudé ni un instante. Dije que la que revelaba que el general Bartolomé
Gallino –con poder de mando en los centros clandestinos de detención donde
estaban secuestrados los miembros de la familia Graiver– se reunía con los
directores de los diarios Clarín y La Nación –Héctor Magnetto y Bartolomé
Mitre–, para preparar los interrogatorios sobre Papel Prensa que sufría
indefensa Lidia Papaleo de Graiver. Fue tanta la impunidad de la que gozaban en
esa época sombría, que tanto Magnetto como Mitre dejaron por escritos
editoriales que blanqueaban sus vínculos con el interrogador Gallino: lo
señalaban como el hombre de "la Junta Militar" que recibía los supuestos pagos
para apropiarse definitivamente de la empresa productora de papel, cimiento de
su exponencial desarrollo empresario posterior.
Es el leading case más contundente de la complicidad entre la picana y los
resultados contables de dos empresas que renunciaron a la defensa de la libertad
de expresión, cuando tanta falta hizo para evitar que una generación de
argentinos fuera arrojada a las aguas barrosas del Río de la Plata. Callaron por
plata, eludieron la responsabilidad de informar sobre un genocidio para que sus
accionistas se convirtieran de millonarios en multimillonarios.
En 27 años, nadie, salvo Tiempo Argentino, se había atrevido a investigar los
hechos, a reunir las pruebas que estaban descuartizadas en distintos expedientes
judiciales, y menos que menos a armar una tapa así, con documentos exclusivos y
notas al pie, una rareza para la prensa gráfica tradicional.
El silencio tiene una explicación. El primer consenso democrático contra el
horror fue limitar las acusaciones por genocidio a los militares sanguinarios y
no apuntar contra sus mandantes civiles. El segundo, ir apenas contra los jefes
uniformados que habían dado las órdenes a sus subordinados. El tercero, en
tiempos de Carlos Menem, llevar al paroxismo la Teoría de los Dos Demonios y
clausurar la memoria para que aceptáramos la impunidad como un hecho natural e
inamovible, de la que el Grupo Clarín SA sacó jugosos dividendos en todas estas
décadas.
Tuvo que llegar el kirchnerismo para rescatar definitivamente una verdad que
los organismos de Derechos Humanos, desde Madres hasta Abuelas, desde Hijos
hasta Ex detenidos, denunciaban casi en soledad desde el primer día: el
terrorismo de Estado, que se instauró con el golpe del ’76, vino a implantar un
cambio de matriz económica y cultural que garantizara los negocios de los grupos
concentrados por medio siglo. Fue de militares y civiles trajeados.
Creo que esa tapa de Tiempo Argentino que desnudó la vergonzosa alianza entre
los represores y los empresarios de medios monopólicos, justifica la existencia
y la supervivencia de este diario en el kiosco. Lo hace indispensable,
necesario.
Clarín y La Nación se convirtieron en el brazo propagandístico de
la dictadura, además silenciando una matanza horrorosa e injustificable, la peor
y más trágica del Siglo XX en Argentina. Casi tres décadas después, hay libertad
para escribirlo con detalle.
Para que la historia sea dicha, como debe ser en una sociedad madura y
democrática, de manera completa y sin miedos. Libertad también para que la
Secretaría de Derechos Humanos, en los tiempos del Eduardo Luis Duhalde, pidiera
a la justicia federal el llamado a indagatoria de Magnetto, Ernestina Noble y
Mitre por la supuesta comisión de delitos de lesa humanidad en el despojo
accionario de Papel Prensa. La denuncia lleva más de tres años, sin
consecuencias para los denunciados.
No fue gratuito, sin embargo. Por denunciar estas maniobras y dilaciones, el
Grupo Clarín SA quiso meter preso a fines del año pasado al director fundador de
este diario inventando una causa por "incitación a la violencia". Una torpeza
mayúscula, un despropósito de Héctor Magnetto, repudiada incluso por sus propios
periodistas. Fue no entender que la democracia argentina no tolera ya las
extorsiones, ni las presiones corporativas. No es con el Código Penal que se
castiga la opinión de nadie, ni se atemoriza a los que hacemos uso de la
libertad de expresión y ejercemos el periodismo sin mordaza. No lo hace el
gobierno, tampoco puede hacerlo un grupo empresario. Los que no decimos las
cosas que Magnetto quiere escuchar, también tenemos derecho a decirlas.
Ahora le toca recibir el ataque a Víctor Hugo Morales. Como sucede con las
jaurías, la arremetida es contra el que aparece aventajando a la manada. Es
verdad: Víctor Hugo no ha resignado un segundo en denunciar los negociados del
Grupo Clarín SA, antes y después del kirchnerismo, antes y después de la Ley de
Medios, antes y después del informe "Papel Prensa, la Verdad" de la Secretaría
de Comercio. Ha sido consecuente, enfático y cristalino desde el micrófono.
Levantando su voz, incluso, cuando un sector del oficialismo creyó que la pelea
contra Magnetto era coyuntural, un simple posicionamiento político, una pelea
para la tribuna, una contienda efímera, parte del toma y daca del TEG retórico
al que nos tienen acostumbrados los medios hegemónicos.
Pero el uruguayo fue
coherente, casi en soledad, y eso lo hace gigante. Solidario con los muchos que
dijimos basta. Poniendo su prestigio, su trayectoria, su opinión respetable en
juego por una comunicación democrática, sin temor a los magnettos de este país.
En todo este tiempo, sus enemigos, los mismos que los nuestros, intentaron
despedazarlo. Pretendieron arrastrar por el barro al "barrilete cósmico" que
relató el gol a los ingleses de Maradona en el Mundial. De loco suelto que
peleaba contra el monopolio, trataron de convertirlo en punta de lanza de una
imaginaria conspiración estatal. Como si el antes no hubiera existido. Como si
Víctor Hugo hubiera nacido con el kirchnerismo o fuera resultado de la
crispación falaz entre "Argen" y "Tina".
Resulta que Magnetto lo acaba de denunciar por "daños y perjuicios". Lo citó
mediante escribanos furtivos, en medio de la noche, a una mediación, paso previo
a la causa judicial. El CEO de Clarín SA se va a llevar una sorpresa mayúscula
ese día, el 8 de agosto. Víctor Hugo, seguro, no va a estar solo. Ahí estaremos
nosotros. Lo que le pase a él, nos va a tener que pasar a todos, porque ya no le
tenemos miedo a Clarín.
Es paradójico. Ni diez años de kirchnerismo pudieron con la justicia
corporativa. Víctor Hugo está a un paso de ser enjuiciado por un magnate que
hace cuatro años torpedea la Ley de Medios de la democracia, desconociendo sus
artículos antimonopólicos. Él no cumple la ley y quiere llevar al banquillo al
que se lo señala. El CEO de una compañía que se burla, en democracia, del Poder
Ejecutivo, del Parlamento, de la AFSCA, de los dictámenes de un juez de primera
instancia, de un fiscal de primera instancia, de un fiscal de Cámara, de la
Procuración General, de la Secretaría de Comercio y de la Secretaría de Derechos
Humanos, apuesta a que sus jueces amigos, a los que parece manipular, castiguen
a un periodista que no se deja domesticar.
El que está acusado de cometer supuestos delitos de lesa humanidad quiere que
caiga todo el peso de la ley sobre quien lo denuncia. Es el mundo al revés. El
mismo donde parece vivir el juez federal Julián Ercolini, en quien recaló la
causa Papel Prensa después de tres años y medio donde sus colegas de La Plata y
Capital Federal se fueron pasando el expediente como si fuera una brasa
caliente, para no enfrentarse con Héctor Magnetto, por temor a ver estropeada su
carrera judicial con denuncias de corrupción desde las páginas de su diario.
Ercolini citó a Lidia Papaleo y, en vez de avanzar y verificar la
documentación que acredita el despojo y apropiación bajo situación de tormento
tras el Golpe cruento, dilata la causa tratando de averiguar cuánto se le
pagaron por las acciones que debió ceder aterrorizada por los dueños de la vida
y de la muerte en aquel momento. No se trata de un asunto comercial, en un
contexto normal de negociaciones, es la consumación de una vejación
imperdonable: Papel Prensa debía quedar en manos de Clarín y La Nación para que
dijeran que Videla y Camps eran los salvadores de la Patria. Si citara a
indagatoria a Magnetto, a Ernestina de Noble y a Mitre, tendría más claro el
panorama. Las cosas ocurren en un contexto histórico. ¿Qué es lo que no sabe o
ignora Ercolini sobre lo sucedido entre el 24 de marzo de 1976 y el 30 de
octubre de 1983?
No es con el Código Civil y Comercial que se comprende lo ocurrido. Es con el
Nunca Más. «
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